Periódicamente los países tienen que enfrentarse a su pasado y, en ese ejercicio, Alemania se lleva la palma. Una vez practicado el aquelarre con los nazis –con variado éxito- toca arremeter a la Stasi, la policía política de la Alemania del Este. Muchos se acordarán de La vida de los otros, la película de Henckel von Donnersmarck, de 2006 -cuyo funcionario pertinaz y grimoso interpretaba el desaparecido Ulrich Mühe-, que narraba episodios sórdidos de los últimos años en la RDA antes de la caída del Muro.
En la ciudad mártir de Dresde se ha estrenado una obra de teatro, Meine Akte und ich (Mis actas y yo), dirigida por Clemens Bechtel. Nueve actores representan los papeles de ocho víctimas y un funcionario del desaparecido Ministerio para la Seguridad del Estado. El director propuso que fueran personajes reales, no actores, sino testigos directos de los hechos, quienes los recordaran. Otros siete países del antiguo bloque soviético presentan también sus obras respondiendo a una iniciativa del Festival de Teatro Internacional Divadelná Nitra, de Eslovaquia. Un ejercicio de catarsis sobre la necesidad de sacudir las páginas negras de la historia para entender los grumos de basura que se esconden en las mentiras, los silencios, las tergiversaciones, las equivocaciones de tiempo atrás.
No he asistido a la obra y temo que no podré hacerlo a ninguna de ellas, pero el mero hecho de que se proponga un proyecto así me sugiere imaginar cómo podría funcionar, cómo se podría hacer para que las representaciones no queden en mera denuncia retrospectiva. Sería interesante llevar el experimento a una especie de terapia grupal, no ya de cada una de las nacionalidades que participan, sino de la condición humana, del porqué del comportamiento humano.
Desde que Sigmund Freud discurrió en la necesidad de sanar los males de la mente, en el primer cuarto del siglo XX, hasta nuestros días, cientos de intelectuales han indagado en cómo el medio en que nos desarrollamos los seres humanos, la forma en que manejamos nuestras emociones, las costumbres de la sociedad en que vivimos, los hábitos de nuestra familia, la educación y la instrucción escolar –lo que José Ortega y Gasset llamó “mi circunstancia”- todo eso incide en la vida y el grado de bienestar de las personas.
El discípulo del médico vienés, Carl Gustav Jung, definió las partes oscuras del sentir, pensar y ser humanos como “la sombra”, ese rincón donde precisamente hay que adentrarse a buscar las claves del malestar de cada cual. También, del malestar de los pueblos. Quizá esto sea lo que pretende la iniciativa eslovaca.
Tras el psicoanálisis, y casi siempre junto a él, trabajaron investigadores como Erik Erikson, que hizo valiosas aportaciones a la psicología del desarrollo; Eric Berne, creador del Análisis Transaccional; Bert Hellinger, el inventor de la técnica conocida como Constelaciones Familiares; Milton Erickson, que aplicó la hipnosis para encontrar los recursos ocultos en el inconsciente de sus pacientes. Casi todos ellos, de origen alemán, por cierto.
El malestar de la persona es parecido al malestar de los pueblos. Casi siempre se debe a hechos del pasado y a secretos escondidos en el inconsciente, la intrahistoria de Miguel de Unamuno. Quizás estos dramaturgos quieran sacarlos a la luz donde puedan ser aireados, discutidos y reducidos para que no sigan haciendo tanto daño.
O a lo mejor, no. A lo mejor, sólo quieren que la gente sepa lo que pasó desde su punto de vista, lo que, si se basa en textos fidedignos, valdrá al menos para algo. Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo, escribió George Santayana. Temo que no se trate sólo de eso y que también los pueblos que no saben curar sus heridas morales y emocionales repitan las malas pasadas. Claro que eso incluye a todos, no sólo a los alemanes.