Alberto Giacometti, el hombre es una aguja

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Hombre que camina I (1960), de Giacometti. / fundacionmapfre.org

Se inauguraron dos exposiciones en Madrid de marcado contraste. Una, dentro de Año Dual España-Japón, qué diferencia con la que vimos en el Año Dual España-Rusia con la exposición del Hermitage, tiene lugar en el Museo del Prado y debido a la crisis consta de dos biombos de bellísima factura de la Época Edo, siglo XVII, debido a los artistas Ogara Korin y Sakai Hoitsu, y que arropó el príncipe Naruhito, de visita de Estado en España. El resto, veintiséis grabados interesantísimos debidos sobre todo a Utamaro e Hiroshige, son propiedad del Museo del Prado y nunca habían sido expuestos hasta ahora. La muestra es parca debido a la crisis, ya que los japoneses querían realizar una gran exposición de su arte pero ésta ha dado al traste con ello. El resultado: dos biombos bellísimos que no justifican tanto bombo.

La otra, la de Alberto Giacometti, en la Sala Recoletos de la Fundación MAPFRE se titula Giacometti. Terrenos de juego. De las maquetas surrealistas al Chase Manhattan Plaza, se podrá visitar hasta el 4 de agosto, y recoge cerca de 190 piezas, entre esculturas, pinturas, grabados, dibujos y fotografías procedentes de 32 colecciones internacionales privadas y públicas, entre las que destacan la Hamburger Kunsthalle de Hamburgo, la Nacional Gallery de Washington, la Tate Gallery, de Londres, el MOMA de Nueva York, el Centre Georges Pompidou de París y la Kunsthaus- Alberto Giacometti Stiftung, de Zurich, además de la Nacional Gallery of Scotland, de Edimburgo.

Tamaño despliegue merece la pena. Giacometti es uno de los grandes artistas del siglo XX y sus muestras nunca se han prodigado en España en demasía. Desde luego no con esta espectacularidad y con tamaño despliegue didáctico, ya que abarca prácticamente toda sus etapas. Giacometti fue un artista que desplegó su obra como si estuviese en un lugar, por muy abstracto que al espectador le parezca: una especie de terreno de juego entre las posibilidades del arte y lo que ofrece éste a la vida y la muerte.

Las primeras esculturas surrealistas son terrenos de juego, o así podrían plantearse, donde el espectador se convierte en una parte integrante del mismo. Luego, ya en la posguerra, aparece el Giacometti más celebrado, aquel que establece un especio entre figuras enhiestas, que establecen distintos modos de valorar el tiempo y el espacio. Así, llegó a convertir su taller, de 18 metroscuadrados, en un espacio de experimentación en esa relación espacial entre figuras. La muestra recoge sus célebres obras, que son la culminación de la muestra, La Gran Mujer y El Hombre que Camina, obra que fue subastada en Londres por Sotheby´s por 75 millones de euros en 2010, siendo la obra vendida más cara hasta ese momento por las casas de subastas a lo largo de su historia.

Amigo de Joan Miró, de Pablo Picasso, de Max Ernst, y, sobre todo, de Andre Breton y  de Paul Elúard, con los que colaboró en su publicación El surrealismo al servicio de la Revolución, Giacometti conoció en la posguerra a escritores de la talla de Samuel Beckett y Jean Paul Sartre, con los que entabló una relación intelectual muy fructífera. Fueron los años en que las figuras de Giacometti se estilizaron hasta alcanzar la perfección de las agujas. De hecho fue Jean Paul Sartre, que escribió la introducción al catálogo de la exposición que Giacometti hizo de su obra en la Galería Pierre Matisse de Nueva York, el que le hizo de esas esculturas una metáfora de la soledad del hombre, pero enlazadas en una rebelión: “Giacometti ha restituido un espacio imaginario e indivisible a las estatuas. Fue el primero en esculpir al hombre tal y como aparece, es decir, de lejos”, escribió sobre ella. A partir de ahí se quieren ver, se ven, estas esculturas como experimentaciones de espacios donde las figuras avanzan, lejos de aquellas interpretaciones, debidas sobre todo al poeta Francis Ponge, que vio en estas esculturas de Giacometti una metáfora inigualable de la soledad humana y sólo de ella.

La Fundación MAPFRE ha querido recalcar con esta gran exposición el legado en que teorizó Jean Paul Sartre, el que se adecua a la creación de espacios comunitarios. De ahí la recreación del taller de Giacometti, lo más curioso de la muestra, donde éste esculpía a sus modelos favoritos, su hermano Diego  y su mujer Annete. Sin embargo no podemos olvidar, no lo haremos, la otra parte en que navega el imaginario otorgado a Giacometti, el de la soledad metafísica del hombre. Ted Hughes, el poeta británico, escribió un verso tremendo, “Cada letra, una aguja, como en Kafka”, y si atendemos a los dibujos que el escritor praguense emborronaba en sus Diarios, nos topamos con unas manchas de figuras humanas que parecen de Giacometti. Sabemos que esas figuras están más abatidas que las del artista suizo pero no por ello la semejanza se hace menos inquietante. Sabemos también que en Kafka, esta vez sí, hay soledad, toda la que cabe en el mundo, y sabemos, entre otras cosas, gracias a esta muestra, que el imaginado por  Giacometti no era tan implacable.

En cualquier caso merece la pena que tendamos cierta tensión interpretativa en lo que respecta a esta magnífica muestra, de lo mejor que se puede ver ahora en Madrid, que anda sobrada, eso sí, de acertadas exposiciones. Y no sólo la de Dalí.

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