Suerte en la próxima, maestro Boyle

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Trance_cineDanny Boyle es el eterno aspirante. Desde Trainspotting los aficionados esperamos que vuelva a dar el pelotazo y se confirme su genio. De vez en cuando nos da muestras de su poderío en algunas cintas como La playa, 28 días después o 127 horas. Pero un poco como pasaba con Curro Romero en sus últimos tiempos, no termina de volver a redondear una faena. Y se va haciendo mayor. Aun así, cada vez con menos fuerzas, seguimos confiando en él y mantenemos esperanzas. Por eso fuimos a ver Trance, un thriller psicológico sobre el robo de un cuadro muy valioso en una casa de subastas, en el que un empleado, aliado con la banda de delincuentes, recibe durante el atraco un golpe y no recuerda dónde lo ha guardado. El líder de la banda pretende que recupere la memoria por medio de la hipnosis.

Visto así el argumento, parece un enfoque original sobre las películas de atracos y, sabiendo la mano que puede tener el polifacético director inglés de Tumba abierta o Slumdog  Millionaire cuando está inspirado, nos sentamos a verla con la fe de los devotos esperando una película redonda.

Comprobamos que Boyle mantiene su nivel de exigencia estética y Trance tiene gran factura visual, planos originales y una fotografía muy cuidada por parte de Anthony Dod Mantle, curtido en las exigencias formales del movimiento Dogma y habitual colaborador del inglés. Grandes interpretaciones del trío protagonista, entre las que destaca las de James McAvoy (La última estación, Expiación…) como empleado de la casa de subastas. Y también buen ritmo y agilidad en la acción durante una parte del filme. Puesto que, lamentablemente, empieza a decaer hacia la mitad, al mismo tiempo que los planteamientos y giros de guión dejan de mantener nuestra atención, porque -este es el fallo más rotundo-, en un momento dado el libreto empieza  a dar vueltas sobre lo mismo en bucle y se nos termina yendo el santo al cielo; es decir, a las curvas extraordinarias de Rosario Dawson (la hipnotizadora) o al cuerpo fibroso de Vicent Cassel (el líder de los atracadores), allá cada cual. Porque eso es lo mejor que hay en la pantalla durante bastantes minutos de metraje, en los que el ritmo se detiene y la trama empieza a hacer aguas buscando un flotador que ya no encuentra ni siquiera al final, donde, con un retorcimiento impropio de un buen guión, nos despiden a la manera de  “esto es todo amigos”, que nos recuerda a parte iguales al cerdito de la Warner y a la serie Perdidos. Definitivamente, John Hodge y Joe Ahearne, los guionistas de Trance, no son Charlie Kauffman, ni lo serán nunca. Y las historias superpuestas de la mente, el recuerdo y la realidad no se les dan ni la mitad de bien que al genio de Nueva York.

Danny Boyle nos la ha vuelto a jugar. Nos ha enseñado la patita por debajo de la puerta diciendo que era la mamá cabrita para que vayamos a ver su película. Pero en realidad era tan sólo el lobo correcto y elegante de siempre. Nos tendremos que conformar con recordar sus grandes faenas, cada vez con menos memoria y menos voluntad. Hasta la próxima película. A la que quizá volvamos a asistir con la misma ilusión que a ésta y a las anteriores, esperando, como hacían los aficionados de Curro Romero, que vuelva el genio. Suerte maestro. Nosotros cada vez tenemos menos fe en los milagros. Ni con un ramito de romero.

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