El buque fantástico

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El sultán Murad III / Wikipedia

Como cada verano, desde que empezaran las labores de limpieza y rescate de sus tesoros, en 2011, los arqueólogos marinos regresan al buque Gagliana grossa, hundido en 1583, frente a las costas de Croacia, por una fuerte tormenta. Acababa de zarpar de esa misma costa, de modo que su singladura fue breve.

La nave fue descubierta por deportistas acuáticos, hace más de cincuenta años, aunque la investigación esperó más de diez años a esbozarse, cuando se contó con medios suficientes para desarrollarla como es debido, en lo que ahora se conoce como Proyecto Gnalic, nombre de la isleta cerca de la que se encuentra el barco.

El equipo de arqueólogos es variopinto y habla varios idiomas, aunque suponemos que el inglés sea la lingua franca entre ellos. Se les puede seguir por Facebook.  Colaboran instituciones de Croacia, Italia, Estados Unidos y Francia. El proyecto lo dirige Irena Radic, y entre los miembros del equipo están el portugués Filipe Castro y el español José Luis Casabán, que aúnan talentos a la manera como aunados estaban los talentos de portugueses y españoles, en la época de la que habla el pecio hundido. Estos arqueólogos forman parte del equipo de la Universidad de Texas, que tiene en marcha otros proyectos del estilo.

No hay por qué dudar de que fuera la furia del mar y no alguna galera cristiana la que hundiera el barco, pero no hay que olvidar que apenas diez años antes, las naves otomanas fueron escarmentadas en la batalla de Lepanto, rebajando las aspiraciones expansionistas del sultán por el Mediterráneo occidental. Cuentan que 25 naves, entre turcas y cristianas, duermen aún en el fondo del mar a la espera de que alguien se anime a rescatarlas del olvido. Pero, estábamos en el otro Mediterráneo, el oriental, donde aún le quedaba al Imperio Otomano un par de siglos de decadencia hasta su fin, en pleno siglo XIX.

El barco hundido llevaba, por lo que cuentan, mercancías ricas y abundantes para el sultán Murad III, que gobernaba en Constantinopla, ahora Estambul, desde 1574 hasta su muerte, en 1595: maderas con pigmentos para el palacio de Murad, vidrios, ornamentos, sedas, campanas de bronce y, entre muchas más cosas, una lámpara que, según los estudiosos, resulta gemela de la que usaba el rey Felipe II en su escritorio. Un capricho que el sultán seguro que podría haber apreciado mucho de haber llegado a sus manos.

Estas historias que desvelan los arqueólogos resultan evocadoras y alimentan bonitas novelas. O, al menos, una de las que recuerdo con mucha admiración. Se trata de El nicho de la vergüenza, una novelita breve sin gota de paja, de Ismaíl Kadaré, mi admirado autor de El general del ejército muerto y de muchos otros títulos de buena lectura, que ahora tiene reunidos Alianza Editorial en su colección de autor. 

En la novela, los traidores del sultán o simplemente los que hacen mal lo encomendado por él, acaban siendo separados de su cabeza y ésta, exhibida en un nicho excavado en el muro exterior del palacio imperial. Así acabó Alí Bajá, un hombre cruel con su pueblo y desobediente del sultán, al que también se llamó Alí de Tepelena. La novela cuenta las aventuras de la cabeza de Alí en su viaje al Nicho de la Vergüenza, pasando por las tierras del imperio, desde la Albania sometida hasta Constantinopla.

Miles de navíos, desperdigados por el océano Atlántico, el Pacífico, el Mediterráneo y otros mares, aguardan las manos expertas que despierten relatos apasionantes enterrados en el fondo oscuro y silencioso. Esperemos que antes de que potentes rastreadores de tesoros los recolecten, como pasó con la aventura del Odyssey, este patrimonio pueda ser catalogado y rescatado a tiempo.

Imágenes de una de las secciones del casco en las que trabaja un miembro del equipo. / Vídeo: Gnalicproject (YouTube)

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