Las memorias de un Alcalá-Zamora pre-republicano

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Carlos García Valdés *

Memorias_Alcalá_Zamora
Cubierta del libro.

Jorge Fernández-Coppel ha editado el último volumen de las memorias de Niceto Alcalá-Zamora que, en puridad, es cronológicamente el primero (“Memorias de un ministro de Alfonso XIII”. La Esfera de los Libros, 2013) pues abarcan los años de 1877, fecha de su nacimiento, hasta 1930. Los anteriores, pero primeros en el tiempo, también han sido recientemente publicados por la misma casa editorial con los títulos respectivos “Asalto a la República” (2011) y “La victoria republicana” (2011). Ha de indicarse que todos estos escritos son los calificados como los “diarios robados”, pues no debe olvidarse que en 1977 ya vieron la luz las memorias oficiales del eminente político cordobés de la mano de la editorial Planeta.

En diez capítulos y poco más de doscientas ochenta páginas se condensan, en los presentes recuerdos, recuperados en 2008, según indica el prologuista Julio Gil Pecharromán (**),  estos tiempos decisivos en toda biografía que comprenden la infancia, la juventud y, en el caso de nuestro futuro presidente republicano, los inicios de su carrera pública. Toda la peripecia vital está magníficamente narrada por el autor, no en balde fue un más que esmerado profesor, conferenciante y parlamentario y eso se nota en las páginas de estos diarios de redacción breve pero siempre atinada. Tal vez la escritura se revela un tanto retórica, propia de la época que corría, pareciendo que se agolpa en la memoria cuanto quiere expresar, restando a veces claridad a la narración. Y además, el texto es una excelente historia de España pues nos cuenta con precisión de detalle y apreciación los personajes de relieve y los acontecimientos circundantes en muchos de los cuales fue indudable protagonista. Este libro finaliza en 1923 en el que Niceto Alcalá-Zamora se convierte, como con pleno acierto dice el citado autor del prólogo, profesor de la UNED, en “un político en paro”.

Los primeros años tienen la impronta en Alcalá-Zamora de la familia, marca que en él se queda para siempre; y, desde luego, de la elección, un tanto forzada, de la carrera de Derecho que, como confiesa en bella frase, “ha sido mi suerte”. Discípulo de Gumersindo de Azcárate, al que sucede en la cátedra universitaria, al obtener la plaza de letrado del Consejo de Estado se empieza a acercar a los círculos del partido liberal, obteniendo el acta de diputado desde 1906. En el terreno estrictamente político fue el conde Romanones quien le introdujo en los entresijos de las secretarías ministeriales, departamentos que después recorrería con solvencia al más alto nivel. Católico acendrado y conservador, quiero ver en el republicanismo de Niceto Alcalá-Zamora su personal e inexorable salida intelectual a la dictadura de Primo de Rivera, con el que no podía congeniar y, en especial, con el rechazo a la permisividad del monarca al respecto,  al que, desencantado, ya no obedeció, Alfonso XIII.

El acceso a los primeros e importantes cargos públicos se convierte en Alcalá-Zamora en algo natural y, después, consustancial a su persona. Fomento y Guerra sintieron sus trazas. Siempre los sirvió de manera ejemplar, como se deduce de sus iniciativas, y a este desempeño se dedican los apartados posteriores del libro hasta su renuncia, escribiendo el último capítulo ya desde la presidencia republicana.

Los políticos decimonónicos y de primeros del siguiente siglo ocupaban los puestos ministeriales por escaso tiempo, sucediéndose en el mismo cargo, en ocasiones, o repitiendo la alta jerarquía en otros. No fue extraña a esta norma la peripecia como ministro de Alcalá-Zamora. En octubre de 1917, en el gobierno de García Prieto, tomó posesión de Fomento, cesando el 21 de marzo de 1918. Su labor, en  tan escaso tiempo llevada a cabo, se me antoja plena de aciertos, como el mismo nos cuenta en sus memorias. Tanto la industria como las comunicaciones vieron su influjo beneficioso. Su firme postura neutral durante la Guerra Mundial, acorde con los intereses españoles, dice mucho en su favor. De aquí parte, de la contradicción respecto a una compañía de una línea de ferrocarril, la desafección con y del rey, que no sale muy parado en sus recuerdos historiados, cosa que se acentuará cuando desempeñe Guerra.

De este último encargo se posesiona Alcalá-Zamora eL 7 de diciembre de 1922. Se atribuye nuestro protagonista una labor seria en el mismo, referida a la guerra de África y al mando superior de los ejércitos. Su dimisión se produce el 23 de mayo de 1923, con motivo de un acuerdo con el cabecilla rifeño El Raisuli, inconcebiblemente desconocido por el ministro. Por otra parte, su sustituto, Aizpuru, era muy bien visto por el rey que empezaba a manejar a su antojo y disponer a su capricho las piezas militares claves, preparatorias del golpe de Primo de Rivera el 12 de septiembre, pues como sentencia en sus memorias Alcalá-Zamora “conmigo no se conspiraba”. Es aquí cuando se produce su ruptura con la causa monárquica al entender que el  rey está directamente involucrado en aquél en complicidad activa.

El último capítulo de estas memorias ahora recuperadas se escribe por nuestro hombre cuando ya es presidente de la II República, como ya he dicho y, en consecuencia, presenta el tamiz de la relativa perspectiva. Su juicio respecto a Primo sigue siendo negativo, aunque recuerda, en su desdoro, que el diálogo con éste fue fluido cuando era capitán general de Barcelona y don Niceto ministro y, además, no olvida la persecución de la que objeto con motivo de su elección para la Real Academia.

Aquí acaban estos recuerdos, si bien el editor añade una interesante bibliografía, conforme con el periodo descrito. Que el presente libro presenta un indudable interés es algo que no ofrece duda pues, entre otras bondades, nos acerca a un político fundamental para los años inmediatamente venideros de la historia de España.

(*) Carlos García Valdés es catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Alcalá de Henares y coautor del blog de cuaropoder.es Sol de invierno.
(**) Prólogo íntegro de Julio Gil Pecharromán.

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