En busca de lo bello

Elvira Huelbes

¿Importa la belleza de un objeto con tal que el objeto sea útil? Una de las hipótesis que plantea la exposición La belleza: una búsqueda sin fin, es la de que los humanos fabricamos cosas bellas porque las vemos como útiles, más útiles que si fueran feas. Pero no es la única razón para definir como bello algo.

Mucha gente coincidiría en que un Ferrari es bello, al menos Marinetti lo cantó a voces. Es posible que la Venus de Willendorf acabe volviendo a los primeros puestos del hit parade si la sociedad occidental sigue alimentando tan mal a su hijos, a los que convierte en bolas de sebo andantes; y puede que se termine viendo en la delgadez una cosa deslavazada y sin gracia. Pero, por el momento, la de Willendorf no puede superar el éxito social del estilo palo, desde que lo impusiera Twiggy en los sesenta.

Aunque hayan pasado cinco siglos, el rostro de Alberto Durero, en su autorretrato más célebre, sigue siendo bello. ¿Pervivirá esa consideración en las caras estereotipadas de los y las modelos, trazados sus rasgos con calco en las mesas de los cirujanos plásticos? Vaya usted a saber. Sí que se puede aventurar que los rostros atormentados por el bisturí, en busca de la belleza juvenil, de Robert Redford, Sofía Loren y tantos otros no lo serán. La desazón que provoca contemplarlos impide que puedan serlo. Pero la cara plisada de arrugas de la Nobel Rita Levi Montalcini, científica centenaria que murió el pasado año, sí resulta bella. La belleza, al fin y al cabo, es una creación cultural y depende del tiempo y del lugar, como toda creación humana.

Así que podría generalizarse que es bello lo que queda dentro de los márgenes del clasicismo, la proporción áurea, el hombre de Vitruvio que dibujó Miguel Angel… Pero en ningún momento las personas han dejado de buscar la belleza y en ello se basa la exposición que durante todo el verano y hasta el año entrante, se muestra en el Museo de la Evolución Humana, Burgos, lugar fresquito, ideal para los días caniculares; dejen que los demás se achicharren amontonados en las playas del Mediterráneo.

La exposición no se ha montado al buen tuntún sino que aúna la investigación del propio museo y de una firma comercial de belleza que ha aportado objetos y fotografías muy significativas.

De los seis apartados de que consta la muestra, seguramente hay dos que retendrán más tiempo a quienes acudan a contemplarlo: Belleza, poder y cotidianeidad y Belleza, Ciencia y futuro. El primero, por constatar hasta qué punto el afán por mostrarse poderoso puede conducir al ridículo más tronado; el segundo, porque ciencia y futuro están ya haciendo el presente: la investigación con células madre o la síntesis de piel artificial han irrumpido en la cosmética, asequible aún sólo para unos pocos.

En sus tres años de vida, el Museo de la Evolución Humana ha tenido casi 800.000 visitantes y ha repartido sus actividades entre exposiciones, conferencias, talleres, cursos de arqueología, películas y documentales, etc., en una concepción moderna de museo dinámico y participativo.

Forma parte como miembro fundador del Ice Age Europe, una red de museos y cuevas de arte paleolítico, que tienen como fin colaborar científicamente en el estudio de la evolución humana. Muy relacionado con la Fundación Atapuerca y la Universidad de Burgos, el Museo está exponiendo en Buenos Aires Haciéndonos Humanos, en colaboración con el Ministerio argentino de Ciencia y prepara un congreso de la Asociación Internacional de Ciencias de la Prehistoria y la Protohistoria con gran exposición mundial.

Otra exposición temporal especialmente bonita es la llamada: El bosque interior, en la que se puede participar activamente. Así que no sólo es recomendable darse una vuelta por esta muestra de la Belleza sino también otras exposiciones así como la exposición permanente y curiosear por sus instalaciones. Y gratis.

Información útil.