La ‘Úrsula’ caza al C-3

2

Luis Díez

submarino_ C_3
El C-3, atracado en la base naval de Cartagena, en 1936. / Museo Naval (Wikipedia)

Antes de que los submarinos C-2 y C-4 se refugiaran en Francia y el C-6 fuera enviado al fondo marino a tres millas de Gijón, los nazis habían montado una operación secreta para atacar a la flota republicana en el Mediterráneo que se saldó con el hundimiento del C-3. Se llamaba Úrsula, la operación. Y era tan secreta que los cuadernos de bitácora fueron falseados y los documentos sobre ella, convenientemente destruidos. Sin embargo, el alemán Haradld Bendert la describió en un capítulo de su obra U-Boote que tradujo el capitán de navío Luis Delgado Bañón y publicó la Revista de Historia Naval (Ministerio de Defensa) con el permiso de la editorial Koehler/Mitter.

Cuando, el 20 de noviembre de 1936, largaron amarras del muelle de Kiel los dos flamantes submarinos U-33 y U-34, sus tripulaciones suponían que iban a realizar unos ejercicios rutinarios, relacionados con el funcionamiento de sus equipos. Ambos sumergibles habían sido entregados pocas fechas antes, en julio y septiembre, respectivamente, y se encontraban en fase de adiestramiento. Pero, de pronto, sus comandantes, Junker y Sobe, fueron relevados por otros más experimentados, que se llamaban Freiwald y Grosse. Los barcos recibieron provisiones y municiones: hasta 11 torpedos cada uno y un centenar de proyectiles para los cañones de cubierta. La operación Úrsula estaba en marcha.

Berlín, o sea Hitler, respondía a la petición de ayuda que le había hecho llegar el cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, para interceptar en el Mediterráneo los buques rusos con suministros a la República, y enviaba a la zona los dos submarinos más modernos con los que contaba. Úrsula era el nombre-clave de la comunicación por radio, que enmascararon como si fueran mercantes suecos e ingleses. El U-33 se identificaba como Poseidón y su compañero se hacía llamar Tritón.

Ambos submarinos cruzaron el canal de Kiel, que entonces llamaban del Emperador Guillermo, y navegaron desde el Mar del Norte. La noche del 27 al 28 de noviembre de 1936 cruzaron el Estrecho de Gibraltar sin ser detectados y se adentraron en el Mediterráneo, en el sector de las aguas costeras españolas cuya vigilancia tenía asignada la Marina británica en aplicación del bloqueo a la República decretado en agosto por la Comisión Internacional y burlado desde el primer momento por Alemania e Italia.

El 1 de diciembre, los submarinos nazis comenzaron a hostigar a la flota republicana. El U-34 de Grosse torpedeó a un destructor republicano cerca de Cartagena, pero falló el blanco. Al día siguiente divisó un convoy de cargueros rusos protegidos por tres buques, alcanzó posición de lanzamiento, pero los barcos entraron en el puerto sin que pudiera atacarlos. Grosse, que como su nombre indica, era grueso, se quedó con su odio sin destino.

No marchaban mejor las cosas a su camarada Freiwald, quien divisó un convoy en dirección a Almería pero no pudo atacarlo por estar demasiado lejos. Para evitar una confusión fatal y no atacar barcos franceses e ingleses, tenían la orden de Berlín de disparar únicamente contra los barcos con pabellón soviético y republicano dentro de las tres millas marítimas de la jurisdicción española. Aquello dificultaba la caza.

Puesto que, por otra parte, la autonomía de los submarinos alemanes, por muy modernos que fuesen, no era ilimitada, el 9 de diciembre recibieron orden de regresar a la base. Con un poco de suerte, pasarían la navidad en casa, se decían los puñeteros submarinistas nazis. Pero los comandantes no estaban contentos, les enfurecía no haber cobrado alguna pieza y demoraban el regreso.

En esas, al mediodía del 12 de diciembre el comandante Grosse descubrió un submarino republicano a la altura del puerto de Málaga. Era el C-3. El jefe nazi consideró que era un blanco perfecto y sin reparar en que el destructor británico Acasta patrullaba la zona, decidió atacarlo con los torpedos que le quedaban. De los cuatro torpedos que le lanzó, sólo uno acertó al C-3, pero fue suficiente para que el sumergible al mando del teniente de navío Antonio Arbona Pastor se hundiera rápidamente.

Los tres hombres que estaban en cubierta en el momento de ser atacados se pudieron salvar y fueron recogidos por el destructor británico. El resto, unos quince hombres, murieron en el submarino. Mientras las autoridades especulaban sobre la autoría de la agresión, que atribuían a un sumergible italiano, los nazis navegaban de regreso a la base.

La orden de falsear los cuadernos de bitácora, los rumbos y las zonas de operaciones fue cumplida a rajatabla. Las dotaciones fueron adoctrinadas para que guardaran el secreto de la misión. Los sumergibles llegaron juntos a la esclusa de Brunsbüttel, a orillas del Elba, para tomar el canal de Kiel en dirección noreste. Allí les esperaba el jefe de la fuerza submarina para recibir las primeras impresiones.

El planeamiento y la conducción de la infiltración en un frente lejano fueron calificados como un éxito extraordinario. Los comandantes tomaron un tren nocturno a Berlín, donde elevaron personalmente su información al alto mando. Un año después, todos los informes sobre la operación Úrsula fueron destruidos. Todos, menos unas notas personales del comandante de las fuerzas de reconocimiento, el contralmirante Boehm, que después llegó a ser almirante de la flota.

El destino de aquellos dos modernos submarinos que los nazis decidieron probar contra la flota republicana española, fue, sin embargo, bien jodido. El U-33 fue hundido por el dragaminas inglés Gleaner el 12 de febrero de 1940 con cargas de profundidad. Lo mandaba Von Dresky. Los 25 miembros de la tripulación fueron al fondo del mar. También acabó en Maleborque, el lugar del infierno de Dante, el U-34 al chocar con el Lech, un buque de apoyo a los submarinos, precisamente.

Trailer de ‘Operación Úrsula’, película documental de José Antonio Hergueta estrenada en 2006. / mlkproducciones (YouTube)
 Capítulo anterior: "El C-6, con la muerte en los timones".
Capítulo siguiente: "Los traidores del C-1, según Murato".
2 Comments
  1. enante says

    ¿Es necesaria la utilización de palabras malsonantes? Creo que la expresión «bien jodido» desmerece el tono general del artículo.

  2. Lucas says

    Oye, enante, no hay palabras malsonantes, aunque determinada moral imponga sus prejuicios. En este caso, sería más preciso «aciago» que «bien jodido». Pero me alegro de que los putos nazis acabaran en el fondo del mal.

Leave A Reply