Los traidores del C-1, según Murato

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Luis Díez

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Dibujo del submarino C-1. / perseo.wanadoo.es

Cuando el submarino C-1 fue hundido en aguas de Barcelona por las bombas de los aviones alemanes e italianos, su excomandante Guerman Kuzmin, que se hacía llamar Carlos Murato y llevaba en la Marina republicana desde marzo de 1938, ya había presentado a los mandos un informe demoledor sobre la cobardía y la traición en la flota republicana. Ese Murato veía ineptos y traidores por todas partes, pero los dos informes que presentó en el otoño de 1938, después de ocho meses de servicio, permiten hacerse idea de la moral de los submarinistas.

Cuando dejé el C-1 –escribía Kuzmin–, muchos marineros decían abiertamente: ahora vendrán nuestros oficiales fascistas y volverán a tratarnos como a perros; nadie se preocupará de nosotros y en el mar tendremos que estar muy atentos para que no nos lleven con los fascistas”. Y testimoniaba que cuando se hizo cargo del mando del C-1, en marzo de 1938, el comandante al que iba a relevar estuvo a punto de llevar el buque a Mallorca y de entregarlo al enemigo.

En aquella ocasión realizaban una patrulla de combate que ya duraba siete días. Lo más curioso es que aquel tipo no quería combatir, pero tampoco quería dejar el barco. Se llamaba José Martínez Montero y era propietario de una licorera de la que, lógicamente, suministraba material etílico a la tropa y marinería. Este Montero, a la sazón alférez de navío, poseía antecedentes como traidor: al comienzo de la guerra mandaba el submarino B-1 y había intentado llevarlo al bando franquista, pero no lo logró porque los marineros se percataron de la maniobra y lo impidieron. Montero fue arrestado, pero quedó pronto en libertad gracias a la ayuda de misteriosas amistades.

Y ahora, el sospechoso personaje, allí estaba de nuevo, al mando del C-1. Sabía que el comandante ruso Kuzmin o Murato, en español, se disponía a relevarlo cuando terminara la patrulla que realizaban y no dudó en intentar llevar el buque a Mallorca, que estaba en manos de unos fascistas españoles e italianos cuyas matanzas impresionaron vivamente al escritor derechista y católico francés George Bernanos: véase Los grandes cementerios bajo la luna. Si no lo logró se debió a que esta vez el comisario político del buque, Francisco Sánchez Florez, y el propio Murato y su intérprete, Semën Gankin, lo impidieron.

Aunque se dice pronto, no les resultó fácil convencer a Montero de que soltara el mando y modificara el rumbo, pues, según Murato, estaba compinchado con su segundo, un tal Sebastian Gal (el alférez de navío Gallo Martínez), un cobarde que no quería combatir, y al que Murato desembarcó inmediatamente en cuanto tomó el mando. El licorero Montero y su segundo, Gallo, fueron ascendidos y destinados a la flotilla de destructores.

Los oficiales españoles miraban de reojo y despreciaban a los rusos. Según Kuzmin, se resistían a acatar sus órdenes. Pero el verdadero problema eran los traidores y saboteadores. Un ejemplo. El C-1 se reincorporó al servicio en el Mediterráneo el 17 de septiembre de 1938 después de dos meses de reparaciones. Tras un crucero de prueba de dos días se produjo un incidente insólito. Navegando en inmersión, no habían cerrado las válvulas de achique de emergencia de la cámara de mando, con lo que se inundó a la altura de las puertas estancas del submarino. Soplando todos los lastres y manteniendo la cota a 70 metros, el submarino debía dirigirse a Almería y después a Cartagena. Pero entonces sucedió el segundo hecho insólito. Bajo las válvulas del colector principal de agua se acumuló tal cantidad de mierda, trozos de goma, trapos, desperdicios… que el agua inundó los motores eléctricos de las bombas y de los periscopios de la cámara de mando. El mando se negó a investigar el sabotaje, sin duda realizado en los talleres.

Menos mal que la avería no era grave y en dos o tres días podía ser reparada. Pero en el arsenal no se apresuraban y retrasaban todo lo posible el trabajo. El jefe del taller eléctrico del arsenal dijo al comandante que le llevaría tres días la reparación, pero dado que los obreros recibían una paga muy pequeña, que la comida era muy pobre y que no tenían tabaco, el trabajo requeriría de 8 a 10 días.

Sobre la tripulación, Kuzmin escribió que el comisario político, un antiguo obrero del arsenal, dedicado a la reparación de submarinos, era un maldito renegado que perteneció al Partido Comunista y se afilió después al socialista. En una conversación explicó que, debido a la guerra, mucha gente se afiliaba al Partido Comunista, por lo que había muchos comunistas y muy pocos marxistas. Por su parte “no realiza actividad política alguna con la dotación”. En una ocasión se le indicó que comentara un éxito bélico para animar al personal y contestó: “¿Y de qué sirve hablar de eso si yo mismo no me lo creo?

Políticamente –añadía Kuzmin sobre el comisario Sánchez Florez– es un analfabeto y su conocimiento de la situación es muy pobre. “Por ejemplo, cuando León Blum dimitió y el gobierno Daladier subió al poder en Francia, iba diciendo que eso era mejor para la República. En la mar está obsesionado con la lectura de literatura pornográfica. De lo único que se ocupa es del suministro de víveres y de la recepción de munición”. Menos mal que después de ponerle de vuelta y media, este Kuzmin reconocía que “no es un cobarde” y además “es el mejor de los comisarios de los submarinos y ejerce cierta influencia sobre la dotación”. Como otros muchos, Sánchez Florez albergaba la idea de largarse a la Unión Soviética si salía vivo de aquella maldita guerra, y se había puesto a estudiar ruso.

Del segundo comandante, Kuzmin decía que era un griego que no gozaba de la confianza del jefe de la flota. Esas palabras resultaban un poco extrañas, dado que los marinos le consideraban un buen especialista y un comunista leal e internacionalista. Finalmente aquel griego que se hacía llamar Camilo Montes en España y había servido durante dos años como segundo comandante del C-1, fue relavado por el soviético Sergei Lisin y enviado al destructor Lepanto. Del oficial de derrota, Agustín García Viñas, procedente de la Marina Mercante, el mando ruso recogió su opinión de que todavía existen muchos traidores en la flota. De su auxiliar, Fidel Emparanza Zabala, también procedente de la Marina Mercante, dijo que “es un cobarde que no quiere navegar en buques de guerra”.

Kuzmin puso buena nota a casi todos los maquinistas, que pensaban huir a la URSS en caso de derrota, menos a un tal Pepo, maquinista-electricista, al que le trae sin cuidado, dijo, quien pueda ganar y lo único que desea es que acabe la maldita guerra, y al jefe de máquinas, un tal Rosa, que le parece un miserable traidor que realiza tarea de zapa con los marineros contra las decisiones del comandante. (El capitán maquinista Francisco Rosas Reus fue sustituido el 15 de agosto por el también capitán Celestino Ros Martínez).

Del radiotelegrafista (posiblemente Ricardo Canillas) Kuzmin dijo que es un “claro troskista” que piensa que la Unión Soviética está actualmente obsesionada con China y ha abandonado España, dejando de ayudarla, en tanto que los alemanes y los italianos están ayudando realmente a Franco. “Los verdaderos trotskistas son buena gente –añadía Kuzmin–, pero hay muchos que no son tales trotskistas; estamos vigilándole y contemplando la idea de desembarcarle del submarino”.

Del contramaestre decía que les recibió con hostilidad, aunque, poco después cambió de actitud, “siendo ahora excesivamente agradable y poco digno de confianza”. Según los expertos e historiadores de la Armada que se hicieron eco de los informes en el año 2000 en la Revista de Historia Naval, es probable que el contramaestre fuera el gallego Marcial Rey Lago y que el ruso Kuzmin desconociera su idiosincrasia.

Kuzmin realizó una limpieza a fondo y pasó el mando del sumergible al camarada Grachev. Echó al griego, que era segundo comandante, al oficial de derrota Agustín, al jefe de máquinas y a varios marineros. Casi todos los que quedaban se entretenían en realizar planes de huida con el submarino a Rusia. Ni siquiera pudieron intentarlo porque poco después, en octubre de 1938, la aviación fascista localizó y bombardeó el sumergible hasta enviarlo al fondo del mar.

Capítulo anterior: "La 'Úrsula' caza al C-3".
Capítulo siguiente y último: "El enigma del C-5, una jaula de grillos".
3 Comments
  1. Manu says

    Querido amigo
    Una regla de oro para los historiadores e investigadores es citar las fuentes. Este artículo es una copia del artículo del investigador fallecido Willard Frank, en la Revista Histórica de la Marina.

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