Català Roca, el genio de la fotografía documental

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'Gitanilla' (Montjüic-Barcelona, 1950). Fotografía de Català Roca. / Círculo de Bellas Artes-Efe

En el Círculo de Bellas Artes de Madrid se expone una muestra de 150 fotografías, bajo el título de Català Roca. Obras Maestras, en que la España de los años cincuenta y sesenta quedan documentada en su más íntima esencia. En la exposición se da cuenta, también, de un video en que salen sus amigos, aquellos con los que compartió ocio y trabajo profesional: están Steva Hernández, en fin, Colita, Joan Artigas, el ceramista, Oriol Maspons, Josep Gol, los hijos de éste, Andreu y Martí, en la mesa de Casa Mariona, donde se comía barato, que nos presentan al Català Roca amante de la tertulia, de la amistad, del goce secreto de la vida. La contemplación de  este vídeo y de las instantáneas produce, de pronto, al modo de una epifanía, una clara comprensión de la obra de este enorme fotógrafo: sus risas en torno a una buena conversación, el cultivo de la amistad… todo ello son condiciones indispensables para saber captar el instante de esa vida, el momento justo en que ella se manifiesta en todo su esplendor.

Català Roca llevaba la fotografía en la sangre, en el ADN, como se dice ahora, en metáfora modernizada pero no más justa, ya que su padre, Català Pic, era hombre que amaba el constructivismo ruso, los juegos geométricos de la luz y de la sombra, la fotografía moderna por excelencia, pero su hijo es  ya un hombre que conoció la posguerra y se hizo un imaginario con la posguerra europea y la estética que surgió de ésta, de esa ganas de supervivencia: el neorrealismo.

Català Roca no es un neorrealista, aunque a veces lo parezca, pero su obra no puede entenderse sin el afán de redención humana de ese movimiento, que antes que un movimiento artístico, fue una sensibilidad, una manera quizá muy antigua de saber de la condición última de los hombres, de las gentes, en lo  tocante en la miseria. Catalá Roca es el padre de la fotografía documental española, sin desdoro de sus antecesores, que trabajaron sobre todo en el mundo reporteril, por ejemplo, la labor de Alfonso, sin ir más lejos, pero las instantáneas de Catalá poseen una calidad artística tan plástica que bien pueden decirse que en cierta manera se adelantó a ciertos postulados promulgados por Henri Cartier Bresson, el gurú de la fotografía documental.

Catalá Roca, Publicidad
'Publicidad' (Barcelona, 1953). Fotografía de Català Roca. / circulobellasartes.com

No es exagerado decir esto. Fue un consumado maestro del juego de luces y sombras, y por ahí debe andarla influencia paterna. Por eso trabajó casi siempre en blanco y negro y en formato medio, porque se ajustaba a las medidas de las revistas gráficas, que era donde publicaba sus trabajos. Casi siempre, además, nos imaginamos sus fotografías con personas, con las imprescindibles personas, y eso es así porque supo como pocos captar la elocuente presencia del hombre en su entorno, la manera que tiene de brillar. Pero Català Roca era un consumado fotógrafo de paisajes y supo dotar a estos de la misma profundidad que sus instantáneas con personas. Lo que sucede es que no son tan espectaculares. La Editorial Destino publicó en aquellos años sesenta una serie de libros escritos por Josep Plá, de encargo, supongo, sobre la Costa Brava, sobre las Islas Baleares, sobre Barcelona, sobre Cataluña… en un claro intento de promocionar turísticamente la zona porque era la época en que Calella, Playa de Aro y el Alto Ampurdán comenzaba a ponerse de moda entre la burguesía y el turismo de alto nivel. Las fotos, muchas, centenares, de esos libros son en su mayoría de Francesc Català Roca y constituyen una antología de excelentes fotos de lo que fue la costa española en su momento. Si uno las revisa hora entra en profunda melancolía pero no en engañosa Arcadia, pues Català Roca nos presenta la costa como era, casi virgen pero los retratos de los campesinos reflejaban la miseria de una España que apenas comenzaba a salir del hambre para sumergirse en la necesidad y, más tarde, en la ilusión.

Seminaristas jugando al fútbol, toreros, muchos toreros, pero pillados en faenas poco dadas al tópico, Luís Miguel Dominguín seduciendo con sus plumas de gallo toreriles a Lucia Bosé , por allí Domingo Ortega llevando orejas y rabo, mucho culo de fémina de la época, es decir, redondeado como guirtarra y piropos, muchos piropos, de machos en celo con cigarrillo en la boca de lado, también gitanos, maravillosos, como el de La Chunga bailando delante de una fábrica, la niña gitana en Montjuic con las chimeneas humeante sal fondo, Salvador Dalí jugando con una comba en Parc Güell, Joan Miró trabajando, el cura que bendice a los animales el día de San Antón hisopando bichos en 1955, el limpia en la Gran Vía de Barcelona, esa maravilla llamada Publicidad, donde un niño se abisma la mirada viendo a un policía armada a caballo y que era un anuncio de polvos de talco Calvet, la llamada Entre curas, donde un intrépido piropea  unas señoritas delante de unos curas, o El yugo, que no necesita comentario.

La muestra, patrocinada por L a Fábrica y la Fundación Barrié de la Maza,  estará en Madrid hasta el 12 de enero próximo. El comisario de la exposición, Chema Conesa, ha realizado una labor de investigación gráfica de primera. Madrid es, así, el punto culminante de una exposición itinerante: Barcelona, Zaragoza, Oporto, Sevilla, Vigo, Valladolid...

Para no perdérsela.

1 Comment
  1. cécile fox soulié says

    ! que maravilla de fotografo!

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