Robert Capa, ficción y realidad

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Imagen de Robert Capa en mayo de 1937. / Wikipedia
Imagen de Robert Capa en mayo de 1937. / Wikipedia

Este martes, 22 de octubre, se cumplen cien años del nacimiento de Endre Ernö Friedman en Budapest, cuando aún la ciudad pertenecía al Imperio Austrohúngaro y, junto a Praga y Viena, componían un entorno cultural envidiable. Endre Ernö Friedman, con el tiempo, terminó convirtiéndose en Robert Capa, el mítico fotógrafo que hizo de la corresponsalía gráfica de guerra una leyenda obligada equiparable a la épica de otros tiempos. En cierta manera, convertidos ya los guerreros de antaño en militares industrializados, Capa hizo del corresponsal gráfico la figura del único que sigue manteniendo la conciencia de otros tiempos en las carnicerías actuales y da cuenta de ello… con su cámara. El imaginario colectivo del siglo XX, el siglo de la fotografía, le debe esa leyenda y, en justa corresponsalía, Capa es sinónimo de personaje único en la fotografía, junto a escasos nombres como Cartier Bresson, amigo suyo, con el que fundó en 1947 la Agencia Magnum. Algo así como el Picasso de la fotografía bélica, documental. Lo que en realidad no deja de ser una palabra de pura retórica culturalista.

Robert Capa, cuya vida estaba destinada a la leyenda, murió en Thai Binh, en Vietnam, en 1954, como no podía ser menos. La tremenda coherencia en que vive el artista grande no podía dejar de depararle una muerte en un escenario que se ha convertido en un paisaje donde por primera vez fueron derrotados en guerra los Estados Unidos. Murió, pues, como había nacido, bajo el influjo de los grandes cambios históricos del siglo, y Capa es Capa porque se educó, vivió, gozó y padeció la Europa de entreguerras y el auge y caída del fascismo con la II Guerra Mundial. Ese es su mundo, donde se desarrolla su inmensa obra principal. El destino quiso así que tuviéramos que imaginároslo en ese paisaje que dura apenas unos veinte años, quizá menos. Luego, bien es verdad, tenemos al Robert Capa que realiza enormes fotos de conocidos suyos, como Picasso, o Ernst Hemingway, o John Steinbeck, pero no deja de ser significativo que muriera pisando una mina en una guerra colonial junto al ejército francés casi como por casualidad, ya que había ido desde Japón para reemplazar a un colega llamado por la revista Life.

'Muerte de un miliciano'. Fotografía de Robert Capa. / Captura de vídeo de filmotech (YouTube)
'Muerte de un miliciano'. Fotografía de Robert Capa. / Captura de vídeo de filmotech (YouTube)

Capa fue siempre sinónimo de fotógrafo verdadero, algo incuestionable en el viejo código de los corresponsales gráficos de guerra. Pero hete aquí que desde hace unos años se le ha cuestionado por la fotografía que le lanzó al estrellato siendo apenas casi un adolescente, la que realizó en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936 cuando fotografió el momento de la muerte de un miliciano, Federico Borrel García. Parece ser que aquella fotografía, que publicó Life, no corresponde a la verdad y que la cosa fue un montaje. Sobre esta cuestión se han vertido ríos de tinta con las opiniones más curiosas pero también más coherentes con ciertas posturas morales y estéticas. Desde el que piensa que es falsa pero que quizá por eso es la mejor foto de Capa porque la verdad en fotografía está en la dramatización, hasta los que opinan, como nuestro Pascual Serrano, que publicó un libro, Contra la neutralidad: tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapucinsky, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa, donde dedicó un capítulo a Capa como paradigma del periodista comprometido con una causa, que la foto es verdadera. Se basa para ello en una exigencia moral.

Como no lo sé y soy de los que creo en la gran mentira del arte para llegar a la verdad, citaré a Eric Ambler, que en plena guerra y poniéndose  a las órdenes de David Niven, que era oficial de los servicios secretos británicos, colaboró con John Huston haciendo documentales de guerra en las batallas de Sicilia e Italia, donde asistió a la demolición de Monte Cassino. Cuenta Ambler que Huston se jugaba la vida haciendo películas al pie del frente y que cuando las proyectaba en las salas del Alto Estado Mayor, los militares opinaban que eran poco verosímiles. A Ambler y Huston se les ocurrió dramatizar las escenas y las coronaron con algunas falsas que realizaban con soldados vivos para alcanzar más realismo dramático.

Pero toda la dramatización del arte se queda muda ante el horror. Es probable que cuando Capa se fue con su novia  Gerda Taro a la Guerra de España y se inventase ese pseudónimo que le hizo famoso y con el que se escondían los dos, no desaprovechase la oportunidad que le brindaba aquella buenísima foto, algo que desde luego no tuvieron duda alguna sus jefes en Life, pero lo cierto es que su fe en esa fina capa entre verdad y verosimilitud, que es de lo que se trata, quedó destruida ante la visión de los campos de exterminio. Rober Capa asistió al horror en España, en la playa de Omaha, aquel Día D en Normandía,  pero lo de los campos de la muerte le sobrepasó porque probablemente se diera cuenta de que el horror una vez traspasado, insensibiliza por su desmesura y, sobre todo, por su carácter industrial. El horror en esos campos estribaba en que se mataba  a los hombres como en una granja de pollos. Fue puro cálculo, nada más, como lo era la cantidad de grasa que aportaban los muertos a la industria del jabón, y Capa supo ver que ese era nuestro futuro. No quiso ser un sepulturero, según sus propias palabras, y se retiró de esa labor. Es probable que la respuesta a la fotografía del miliciano se encuentre en esa renuncia posterior de Capa: todo es una cuestión de límite y si en Cerro Muriano no se consideró un sepulturero, en los campos de exterminio, sí.

Valga esta postura suya en momentos donde el horror se traspasa para rendir homenaje a uno de los grandes del arte del siglo XX. Con motivo de este centenario todo el mundo opina estos días en los medios sobre cual es la mejor foto de Capa o cual es la que prefiere. No me pronuncio. Pero nadie como él ha sabido en este siglo captar la fragilidad de los humillados y ofendidos de la tierra. Vale cualquiera.

2 Comments
  1. paco otero says

    «…pero nadie como él ha sabido en este siglo captar la fragilidad de los humillados y ofendidos de la tierra. Vale cualquiera.»
    rotunda frase propia de un gran periodista de un buen escritor. En esta era de la MAQUINA que a todos nos da la oportunidad de participar en todo, no debe confundirnos y pensar,por ejemplo que todos somos periodistas o todos somos escritores… lo de periodismo menos pero lo de escribir un libro viene de bastante atrás…

    quien, después de relatar un acontecimiento algo diferente no hemos escuchado….»pero bueno por que no escribes un libro»…pues porque a diferencia de CAPA…CUALQUIERA NO ES ESCRITOR…por mucho marketing que lo promocione…gracias como siempre maestro JURISTO

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