La exposición que se acaba de inaugurar en Caixa Forum Madrid, que estará entre nosotros hasta el 16 de febrero, se muestra como el mayor exponente del modo en que las relaciones entre Japón y Europa, debido al nacimiento y consolidación de la burguesía, revolucionaron el arte occidental hasta el punto de que movimientos como el impresionismo no hubiesen podido surgir sin la influencia determinante del cartelismo japonés. Japonismo. La fascinación por el arte japonés, es el título tan pertinente de esta exposición que logra ilustrar más de trescientos años de intercambio cultural entre Japón y Europa, justo desde la llegada de los primeros misioneros a la isla en el periodo Nanbam, hace más de cuatrocientos años, al periodo Meiji, estamos en 1868, cuando Japón abrió sus puertos comerciales al exterior, eufemismo para decir que abrió su país al intercambio comercial con las potencias europeas. De aquel primer momento en que Japón realizó sus primeras embajadas con la España imperial, la España de los Austrias, hasta la consolidación de la burguesía en Europa con la revolución industrial y el descubrimiento de los carteles japoneses, las pinturas y grabados de Hokusai, Utamaru, Hiroshige, trata esta muestra, que hace especial hincapié en la influencia del arte japonés en las vanguardias finiseculares. Recordemos los carteles de Toulouse Lautrec, los colores de Van Gogh, su paleta de colores planos… sus rostros iluminados con una sola luz en apariencia inverosímil…
Europa descubre el lejano Oriente, su fascinación, en los siglos XVIII y XIX, antes Oriente significaba Persia, y si las chinoiseries invaden el París del siglo XVIII, el siglo de las pelucas, es Japón el país que toma el relevo en el París del Segundo Imperio. Baudelaire pasa por ser el padre de la palabra japonismo, en 1861, otros atribuyen esa palabra a Emile Zola, hombre muy preocupado por todo lo novedoso de la época, ya fuera el socialismo o la fotografía, del que fue un aficionado excelente, otros, en fin, afirman que fue Philippe Burty, coleccionista de estampas japonesas, el que acuñó el término. Sea como fuese, el caso es que el japonismo pasó de moda a prepoderancia del estilo, a influencia profunda en la conformación del arte occidental. La muestra de Caixa Forum recoge en realidad dos modos de percibir el fenómeno, del lado japonés y del lado europeo, también español, con especial incidencia en Cataluña, donde el Modernismo debe mucho a esa fascinación japonista.
Desde luego están las estampas ujiko-e , que es una técnica de xilografía polícroma que dejó boquiabiertos a los artistas europeos, esas mismas estampas que forman parte ya del imaginario occidental respecto a la cultura japonesa, pero también, entre estas trescientas piezas expuestas, se encuentran budas, inevitables, dibujo, ilustración, mobiliario, joyería. Porque no todo fue estampación, sino que llegó también el arte del cloisoné, es decir, la técnica de los esmaltes, la cerámica, claro, también los bronces, magníficos, y las telas, todo un descubrimiento porque inspiraron escenografías magníficas en el género burgués por excelencia del momento, la ópera: así, Madame Butterfly, así, Turandot, obras de Puccini que nos remiten como pocas muestras a esa fascinación del japonismo. Todas las niñas burguesas del momento se extasiaban ante el destino aciago de la Butterfly. El amor había pasado de las edades míticas y oscuras de Tristán e Isolda al Japón del Comodoro Perry.
Esa fascinación queda muy bien resumida en el legendario Diván Japonais, de 1892, de Toulouse Lautrec, que se expone en la muestra, y que resume toda la fascinación por la técnica del color plano, de adquisición de volumen sin sombra, esa técnica del uyiko-e, que inspiró a montones de cartelistas franceses y catalanes del momento. La exposición recoge esa fascinación en dos ciudades, París y Barcelona. París, por la irrupción del impresionismo; Barcelona, más tarde, con la llegada del Modernismo.
Mariano Fortuny fue el pintor catalán que introdujo el japonismo en Barcelona a su regreso de París. Fortuny era un consumado coleccionista de arte japonés y en esta exposición su aportación es esencial. De hecho se expone su delicioso Los hijos del pintor en el salón japonés, de 1874, perteneciente al Museo del Prado. Junto al cartel de Lautrec son muestras pertinentes de la fascinación por el japonismo; una en su vertiente más revolucionaria, la otra en su lado más apacible, burgués, lo que en el fondo nos habla de una consolidación del gusto por lo oriental.
Ricardo Bru, que ha comisariado la exposición, ha incidido en la importancia de las Exposiciones Universales a la hora de percibir el fenómeno de la japonización. Así, la Exposición Universal de Londres, en 1862, así, la de París, en 1867, así, la que tuvo lugar en Barcelona en 1888, exposición que supuso una irrupción de la moda del japonismo en la Cataluña de entonces.
Y no sólo en Picasso, en Isidro Nonell, en Santiago Rusiñol, en Adolfo Guiard, en los pintores, sino en muebles como los de Gaspar Homar, biombos, como el que se atribuye a Salvador Dalí, aunque hay un Retrato de E.C. Ricart, de Joan Miró, que resalta por lo artificialmente japonés que resulta.
Una exposición excelente y esencial para entender el surgimiento de las vanguardias y la moda del orientalismo en Occidente y que se encuadra dentro del Año Dual España-Japón.