Sobre la buena gente y las tragedias de la vida vulgar

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Cubierta de la novela.
Cubierta de la novela.

Es posible que lo haga sin apenas darse cuenta, pero más de uno colabora con el estado de cosas que critica. Más de uno ve la oportunidad de enriquecerse en la crisis, apostando en bolsa o sacando beneficio de la desesperación del prójimo: el reloj de oro del abuelo de algún infeliz comprado por cuatro perras gordas, o cualquier otra cosa. Dickens lo contó bien, pero no fue el único, ya que el tema es clásico en la literatura y el cine universales.

Todos somos colaboracionistas con el régimen global -unos más que otros, eso sí-, al apuntarnos a la omnipresencia de Twitter o al móvil inteligente y demás cachivaches, comprar naderías en la famosa tienda sueca de trastos y consumir un tanto compulsivamente, con la conciencia tranquila de quien lo contempla como un comportamiento inevitable: el signo de los tiempos. Además, si no lo hago yo lo hará otro.

Partiendo de dos realidades dramáticas parecidas, Nir Baram, un escritor israelí que lo está petando con su novela, Las buenas personas (Alfaguara, 2013), donde plantea ese tipo de situaciones en las que el individuo elige entre ser riguroso con sus principios o forzarlos para salvar el pellejo.

El autor israelí está en España para promocionar la traducción de su novela, ha terminado otra, que aún no se ha traducido al español pero que imagino están en ello, ya que promete: World Shadow.

Una de las tramas de Las buenas personas muestra la actuación de un hombre de negocios, Thomas Heiselberg, que se apunta a colaborar con los nazis para salvar el cuello y, de paso, por las buenas rentas que eso le acarrea. Y una judía rusa, Aleksandra Weiersberg, que decide salvar el pellejo y el de sus hermanos, alistándose como funcionaria de Stalin, aunque sepa que esa decisión traiciona a sus propios padres.

Son buena gente, no pretenden hacer daño a nadie, pero actúan de forma que afianzan el estado de cosas y a sus malhechores. Son gente que atisba alguna sombra en sus vidas, claro, pero nada que no pueda explicarse y comprenderse porque se tienen a sí mismas por buena gente.

El autor procura no juzgar sino simplemente plantear las situaciones, como si de un psicoterapeuta exquisito se tratara. Los personajes no son malos de remate ni medio tontos, como el autor considera a Eichmann, el burócrata nazi juzgado en Israel del que escribió Hanna Arendt. Son gente inteligente y activa, gente que podría haber tomado justo la decisión contraria, aunque poniendo en peligro sus vidas, claro.

Ahora que se conmemoran los 75 años desde la llamada "Noche de los cristales rotos", quizás no sea mala idea recordar que en las mejores familias hay comportamientos diabólicos, cuando falta uno de los ingredientes que nos hacen humanos: la compasión, el ponerse en el lugar del otro en vez de arremeter contra él. Suena a Nuevo Testamento, no lo voy a negar, pero, por el momento, no conozco nada mejor en la senda del entendimiento entre terrícolas.

Baram, que es de Jerusalén y ahí vive, tiene ideas muy claras sobre lo que pasa en su país, está en contra de los asentamientos judíos que ahogan a los palestinos, critica abiertamente el llamado “proceso de paz” y aboga por un sólo estado de Israel para todo el mundo, no sólo para judíos. Sus opiniones es posible que le compliquen la vida un poco, lo que le da cierto pedigrí para escribir lo que escribe.

Para Nir Baram, lo bueno del capitalismo es que no te exige que creas en él, como sí hacen los totalitarismos. Experiencias como las iniciadas en el 15M madrileño, y extendidas en todo el mundo, especialmente Occupy Wall Street, le parece que demuestran cómo al sistema se le puede minar desde fuera, al margen de sus reglas, y esa idea le resulta verdaderamente radical, algo de lo que nos ha costado darnos cuenta.

Su más reciente novela, World Shadow, ha sido elegida Libro del Año por la revista Time Out. Me parece muy interesante su idea de separación como origen de enfermedad, en relación a Israel, por ejemplo, pero extensible a otras situaciones humanas. La idea de que unos son los elegidos -en este caso, los judíos-, y el resto, los pringados. Superar ese error supondría para todos los terrícolas una primera victoria sobre los negros nubarrones que nos amenazan desde hace mucho tiempo.

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