Mea Cuba

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Cubierta de la obra de Cabrera Infante.

Guillermo Cabrera Infante murió en 2005 y poco después Toni Mumné, que es un magnífico editor, se puso en contacto con la viuda del escritor, Miriam Gómez, a fin de publicar sus Obras Completas dentro de esa magnífica colección dedicada a ellas que posee Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores El resultado, por ahora, de esa aventura editorial fue la publicación de El cronista de cine, que recogía todos los escritos que Guillermo Cabrera Infante había dedicado a lo que fue, tras la literatura, la gran pasión de su vida. A la vez, y esto es lo importante, la editorial fue sacando inéditos que Miriam Gómez iba entregando, en estrecha colaboración con Mumné. Fruto de aquella colaboración ha sido la publicación de La ninfa inconstante, y después Cuerpos divinos. Y dentro de esa querencia de dar a conocer los inéditos que dejó el escritor tras su muerte, le llega ahora el turno a un bello libro, Mapa dibujado por un espía, que, junto a la publicación futura de la novelización que hizo el escritor de La ciudad perdida, película de Andy García, dará por finalizado este curioso salpicadero de inéditos que nos ha surgido cada cierto tiempo y que los que gustamos de la obra de Cabrera Infante nos parece un hallazgo.

Mea Cuba. Este título de unos artículos que Guillermo Cabrera escribió sobre su isla natal puede ser la clave para entender el proceso de estos volúmenes de inéditos y, sobre todo, este Mapa dibujado por un espía, que resulta ser el libro más trágico de todos los publicados recientemente de su autor. La obra de Guillermo Cabrera Infante mantiene dos caminos que ese entrecruzan y que, a la vez, son disímiles: está el cine y sus críticas y entrevistas a directores y actores que resultaron antológicas en su momento, por ejemplo la que hizo a Marlon Brando para Carteles, quizá la mejor entrevista que se haya hecho a este actor junto a la que realizó Truman Capote para Playboy. Y, por otro, la evocación de La Habana y un periodo muy concreto, la de los meses previos a la entrada de los barbudos en la ciudad aquel día de Año Nuevo de 1959, en libros fundamentales como Tres tristes tigres, una de las novelas que tiene  a la ciudad como temática mejores del siglo XX, junto a Ulises, de James Joyce o Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin o Manhattan Transfer, de John Dos Passos. Cabrera Infante, junto a su mentor, Carlos Franqui, fue testigo privilegiado de todo ello y fueron los hacedores de Lunes de Revolución, la mítica revista de aquel momento histórico. Pero según iban ascendiendo los hermanos Castro, y según se iba depurando de una u otra manera a los que les hacían sombra, Camilo Cienfuegos, Ernesto Che Guevara, Huber Matos… las relaciones de Cabrera Infante con los responsables revolucionaros se tensaron hasta el punto de que en 1963, después de ser nombrado agregado cultural de la Embajada en Bruselas y tras la muerte de su madre, decide exilarse, primero a España y luego a Londres, donde habitó en aquel otoño perpetuo según palabras suyas, hasta su muerte.

Comenzó, entonces, un peregrinaje lleno de nostalgias y persecuciones reales y fingidas que le llevaron a un cuadro psicótico y a una cura basada en electrochoques. Yo, que tuve cierta amistad con el matrimonio Cabrera y les visité esporádicamente, como Fernando Savater, Marcos Ricardo Barnatán y montones de amigos españoles suyos,  en su casa de Gloucester Road, doy fe de que Cuba, su Mea Cuba, se le hizo obsesión, obsesión dolorosa, aunque también, gracias  a ese magnífico sentido del humor que poseía, llegaba  a trascenderlo.

Fruto de aquellas evocaciones son libros como La Habana para un infante difunto, un bello libro de memorias, y algunos otros que Guillermo Cabrera dio a la imprenta. Pero la gracia de estos inéditos publicados está en su desnudez, en su condición de apuntes, en que constituyen el envés de la trama de la memoria del autor sobre su ciudad. Cabrera Infante tradujo Dublineses, de James Joyce al castellano para Lumen, en una versión excelente y muy libre. La elección no era baladí: como a Joyce con Dublín, para Guillermo Cabrera La Habana era el paraíso porque era la geografía de su juventud, cuando se bebió la vida  a chorros, como dice la mala literatura. Tanto La ninfa inconstante, como Cuerpos divinos evocan con pasión desmedida esa Habana donde se mezclaban pescadores fantasmones como Fidel Castro o Ernest Hemingway con sirenas como Ava Gardner o mafiosos de toda índole y condición recién llegados de Nevada.

Pero si ya Cuerpos divinos dejaba entrever cierta inquietud respecto  a la deriva que podía tomar la Revolución, en Mapa dibujado por un espía se nos facilita con todo tipo de detalles ese ascenso de Fidel y Raúl, de Raúl y Fidel, a costa de aquellos que podían hacerles sombra. Fue el momento en que Guillermo Cabrera decidió el exilio y ello está contado con dolor, con cierta evocación trágica de aquellos años, como una pérdida irremediable. Pero también el tratamiento de los personajes que aparecen en el libro, Titón Gutierrez Alea, Alejo Carpentier, Roberto Fernández Retamar, Nicolás Guillén, César Leante, el mismo Carlos Franqui… son producto de ese dolor pero no del resentimiento, a pesar de que muchos de ellos le dieron la espalda en su momento.

Este libro, por tanto, puede ser leído como complemento de muchos otros, de casi todos los suyos porque la evocación de aquellos años es su constante literaria y vital. Lo que sucede es que estos inéditos mantiene una condición curiosa, literariamente no poseen la perfección de los otros libros publicados por Cabrera Infante, pero, por otro, mantienen una intensidad no diluida por lo literario, no atemperada por el sentido del humor y de la ironía que tenía su autor, posee la ventaja de los materiales en bruto y ello es importante porque nos hace sentir el dolor de forma más directa. Si, además, sabemos de que con toda probabilidad fue escrito cuando el caso Heberto Padilla y la historia de los electrochoques, la evocación dolorosa se convierte en trágica. Un terrible libro. A su manera.

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