Desmontando la Movida

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Cubierta del libro de Patricia Godes.

La periodista y crítica musical Patricia Godes acaba de publicar Alaska y los pegamoides. El año en que España se volvió loca, donde se muestra muy acerada con la Movida madrileña. Frases definitorias de la cosa como “Despedirse de los buenos modales y la honradez. Emborracharse y hacer el imbécil”, dejan un sabor apenas reconocible con el tópico, aun a sabiendas de que lleva gran razón en parte, pero sólo en parte. Es cierto que la Movida perteneció a una fase un tanto perversa en que se desarrolló la Transición española, pero eso no es achacable sólo a lo que se entiende con esa palabra sino que tiene que ver todo con la política cultural que se quiso hacer en los primeros años del mandato de Felipe González. Decir que se cambió la modernización por la modernez es espectacular... y cierto, y posee el rotundo éxito de las frases afortunadas pero es cierto sólo en parte porque lo que aconteció con la Movida no se puede entender sin atender al calidoscopio de anhelos e intereses encontrados que era España en ese momento y Madrid en particular.

El incipiente movimiento libertario que había tenido lugar en Barcelona poco antes había pasado a mejor vida, eran los tiempos de UCD y cuando ganó las elecciones Felipe González se impuso una imagen acelerada de una España moderna que había dado la espalda definitiva al pasado. La Movida, pues, ese ente un tanto informe que Patricia Godes califica con mucha razón de fútil, fue el único síntoma que podía parecerse al Swinging London de los sesenta y asi se vendió: convenía hacerlo y resultó, porque si algo supo hacer aquella legislatura de Felipe González, los tiempos le eran propicios, fue montar bien una campaña de nuestro país desplegada hacia el exterior, eso que luego se ha llamado con bastante poca fortuna, la marca España. Con Felipe González funcionó y la Movida, aun siendo la versión cañí de la neoyorkina a lo Andy Warhol o del Swingin London, lo cierto es que caló en los medios de comunicación, que era lo que se pretendía. De ahí que mantenga que Godes tiene razón pero a medias. El asunto es más común de lo que parece: Con Mandela, en otro orden de cosas, ha pasado lo mismo y la prueba está en que en su funeral no se invitó a Desmond Tutu que tuvo en aras de la reconciliación nacional un peso similar a Mandela. Injusticias de la sugestión colectiva.

El libro de Godes es no sólo divertido, está lleno de anécdotas traídas y llevadas con bastante mala leche y acierta plenamente cuando ve en la admisión de la palabra “maruja” una intromisión de claro signo elitista y, sobre todo, pretencioso, pero se equivoca cuando cree que se refieren a las señoras del Régimen anterior porque lo sangrante es que con ese término se aludía a cierta actitud hortera y viejuna, expresión tonta pero aquí afortunada, de las señoras de la clase trabajadora.

Centrarse en el grupo Alaska y los pegamoides como paradigma de la Movida, de aquella a la que ella critica, es pertinente, pues fue el grupo más mediático de todos aquellos que normalmente poseían un nivel de profesionalidad mediocre. Merece acercarse a sacar del polvo del archivo, La Edad de oro, el programa de Televisión que dirigía Paloma Chamorro, para percatarnos del nivel un tanto pacato y de instituto que regía en todos aquellos grupos, incluyendo a un listillo Almodóvar que, se le notaba, quería descollar de todos ellos a marchas forzadas.

La reivindicación, por ejemplo, de Gracita Morales o Lola Flores que hacía Alaska, era genuina, pero pervertida, no por frivolidad sino por cierta banalidad, lugar en que se colocó hasta dar en sus actuales apariciones con nerviosa pareja. Y esa actitud nos la hace ver Godes con cierta justicia, al igual que la manipulación posterior a que fue sometida la Movida ha hecho que, según ella: “ No sea capaz de reconocer nada de lo que ahora cuentan”.

Una Movida maquillada, sí, de acuerdo, y Godes, con bastante ironía y acierto carga las tintas en personajes como Francisco Umbral y Federico Jiménez Losantos que, dixit, se fijan en Alaska y los Pegamoides para “huir de la caspa” y acusa a Umbral, quién por aquel entonces era señor al que leían muchos como columnista excelso, de subirse a ese carro con un desconocimiento total del asunto, cosa con la que estaríamos de acuerdo sino supiéramos que el olfato de Umbral era bastante acertado en casi todo y en esto descubrió una mina... para él. El que, de paso, favoreciera esa “orgía delirante de aplausos e idolatría”, en realidad, le traía al pairo. A él lo que gustaba era leer a Eugenio D´Ors y, de paso, imitarle.

Conviene leer este libro como vacuna de la imagen que hoy día se tiene de la Movida, pero echo en falta la crónica de la otra Movida, la de verdad, no la de la fotógrafa que colorea instantáneas en blanco y negro y es pariente de Esperanza Aguirre, no la Movida de Almodóvar, que también, sí la de García Alix, con reparos, pero hubo una en la que se aparecían personajes un tanto desquiciados e imposibles como Eduardo Haro Ibars y otros que se suicidaron o cayeron victimas del SIDA o se autodestruyeron de una u otra manera y que aportaron un lado oscuro, inquieto, anarcoide, realmente revolucionario a ciertas actitudes culturales del momento donde triunfó lo que siempre triunfa: el convencionalismo maquillado, la clase burguesa debidamente restaurada, la nueva imagen del poder, en definitiva, mientras los cadáveres de muchos justos se quedan en el camino.

La cosa no es nueva y ya Hörderlin se quedó solo frente a la evolución de sus amigos Hegel y Schelling, por ejemplo, compañeros de fatigas revolucionarias. Pongo aposta un ejemplo mucho más trascendente para el mundo de la cultura del que nos ocupa por razones evidentes. La Movida no fue sólo Carlos Berlanga, persona inteligente, Ana Curra, Eduardo Benavente, Canut, en fin, Parálisis permanente... la Movida no fue sólo hacer un afterpunk a veces un tanto dudoso y pasarse las noches en El Pentagrama, que también. La Movida fue un nombre dado a un conjunto de sucesos que ni siquieran llegaron en muchas ocasiones a converger, pero del que sólo rentó para los poderes públicos un nombre utilizable y unos gestos rentables para un futuro donde todo eso se quedara en folclore histórico. Más o menos como el Lenox de Tierno Galván.

Se agradecen libros así pero uno está esperando el otro, el que nunca llega...

3 Comments
  1. paco otero says

    Varias veces, hemos hablado del tema…un grupo de personas junto a ti podrían ser los autores de ese libro tan necesario…BUSCA EDITOR Y YO TE ORIENTO SOBRE ESE GRUPO, PARA ES LIBRO

  2. Nick says

    La movida fue una panda de pijos mierda como Alaska, los Auserón y Berlanga, falangistas idiotas como el de «la mode» y otros pocos arribistas apoloíticos de derechas que cantaban letras moñas plagiando la música de The Clash pero no sus comprometidas letras pol´ticas antifascistas. El PSOE antimarxista y plagada de terroristas del GAL promocionó hasta la nausea a los grupetes pijos de la movida y niguneó el rock urbano y duro mucho más politizado y crítico con todos los poderes fácticos del estado, y por supuesto tratando de que el Rock Radikal Vasco, mucho mas interesante politica y musicalmente que los pijoflautas del rockola no les superara en ventas y audiencia. Siempre dije que Alaska era la petarda Lola flores fachas de los ochenta y así es, y lo del tarado de su esclavo sumiso vaquerizo de psiquiátrico. Menos mal que los puinkis auténticos le robaron su pelucona en La Bobia del rastro y dieron de hostias al Sierra de Radio Futura que salio en su denfesa, merecido lo tenían los falsos punkitos, tan falsos y fachas como el propio ramoncín, intimo amigo de Mister X de los Gal.

  3. Elkk says

    La «notoriedad» de la mal llamada movida ha parido un programa en MTV que se llama Alaska y Mario.

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