Hay países que tienen detrás una historia de luchas y logros sociales, como España, en los que –llegados a este momento de la historia- la gente debería poder aspirar a una realidad razonablemente segura, a una vida en la que el esfuerzo y el sacrificio condujeran a cierto bienestar. Y no está siendo así.
La causa parece estar en un concepto difuso y engañoso al que hemos venido en llamar crisis. Pero a los ojos de los mejores observadores, este malestar ya se veía venir; lo contó Toni Judt en un libro sucinto dedicado a sus hijos entonces adolescentes, Algo va mal (Taurus, 2010).
El profesor Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid, ha dirigido a sus alumnos una obra breve y sencilla, pero clara y contundente: ¡No es justo! Lo que es y no debería ser un estado arbitrario (Catarata, 2013), en la que trata de explicar las razones, a veces de pura incompetencia, que llevan a un país a ser injusto, ineficaz, y “con un sistema operativo averiado”.
Tras determinar que la democracia española “corre el peligro de convertirse en un sistema vacío”, Rovira recuerda que son las élites financieras y políticas las que “con palabras cariñosas” siguen debilitándola y desentendiéndose de su responsabilidad en el desbarajuste creado por “tanta codicia y tanta torpeza”. El problema, para el autor, es que esas castas aludidas se han apropiado del Estado y la maquinaria de control y defensa ciudadana se está rompiendo.
Advierte a sus lectores que “el progreso se ha terminado y sólo os queda el porvenir… y el porvenir depende de cada uno y uno es lo que sabe y lo que hace, porque es necesario saber pero más necesario es saber hacer”.
Rovira analiza en tres partes –el poder, el derecho y el poder judicial- la evolución del estado de cosas en España, poniendo ejemplos concretos y contrastando lo que es con lo que debiera ser, aquello por lo que otras generaciones han peleado para que sea.
Rovira pone ejemplos concretos para explicar sus razones para el pesimismo, como el caso Arena, los mil políticos procesados por corrupción, el caso Urdangarin e infanta Cristina, etc., aunque apela a que nadie escuche a los cenizos, “agentes de circulación de las malas noticias” que partiendo de un particular funcionamiento deficiente de las cosas generalizan como para dejar el país entero en almoneda. Ese tipo de juicios no son desinteresados.
También advierte de los que ponen la ley por encima de todo, una especie de “autoritarismo democrático” que resulta en absurdo antidemocrático.
El propósito del libro es no sólo denunciar sino también acercar la justicia a los consensos sociales, desvistiéndola de la jerga legal tan disuasoria para la mayoría de los mortales.
Las dos patas fundamentales del libro, me parece que argumentan, la primera, sobre quién manda verdaderamente y cómo podemos todos nosotros controlar y decidir, luchar porque los elegidos en las urnas sean verdaderamente los que queremos que sean. Recordando la figura de El Príncipe, de Maquiavelo, que ahora cumple quinientos años, Rovira escribe que nuestros príncipes “están más preocupados en no dar un mal paso ante los ojos de la banca y de las grandes corporaciones internacionales que de cometer ciertos errores que nos conducen directamente al acantilado”.
Para el autor, “ya no es suficiente un Parlamento y elecciones para calificar al poder político y económico como democrático. No se puede atribuir únicamente a los poderosos la valoración de su trabajo porque es necesario descubrir la simulación y trivialización que permite que los derechos fundamentales sean compatibles con cualquier forma de servidumbre”, con lo que llama a rearmarse y reafirmar nuestros derechos. No se puede dejar en manos ajenas lo que nos toca a nosotros defender.
La segunda pata que me ha parecido fundamental es la alerta del lenguaje de la corrección política que permite que en “muchos lugares los derechos y deberes humanos se defiendan retóricamente y de manera compatible con cualquier forma de explotación y servidumbre”. Y que facilita el cinismo de determinados comportamientos, pretendiendo justificar lo injustificable.
En definitiva, el libro es una llamada a la refundación de la democracia -sin perder de vista la iniciativa, que habría que hacer efectiva, del 15M- y quiere ser revulsivo y atizador de conciencias jóvenes; y es también el pago de una deuda que el catedrático afirma haber adquirido por no poder explicar todo esto en clase. Una clase magistral completa que puede ser atendida detenidamente en estos momentos en los que hay que decidir y actuar, una vez que se nos ha hecho evidente que la democracia no se sostiene sola.