Vasili Grossman, el escritor sin concesiones

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Cubierta de la obra de Vasili Grossman.

Desde que se reeditó en nueva versión corregida Vida y destino, de aquella otra primera edición de Seix Barral, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores parece haberse hecho con la voluntad de publicar la mayor parte de la obra de Vasili Grossman, uno de los grandes escritores soviéticos y autor de una gran novela, la ya citada, sobre los años de plomo del régimen estalinista. La industria cultural, que tiene ahora a la literatura rusa en cuarentena, ha apoyado sin ambages a alguno de los grandes nombres de la literatura del pasado. Sucedió con Andrei Platónov, quizá el más grande de todos ellos, tan grande que es autor aún hoy día poco asimilable y sucedió con la gran estela de las vanguardias de la era de Lenin, los Isaac Babel, los Biely… autores de una enorme excelencia y que encumbraron  a la narrativa rusa de principios del siglo XX a una altura excepcional, casi a la conseguida con la poesía, la música, las artes plásticas, a la arquitectura o el diseño industrial.

Como en su momento con Boris Pasternak, estos últimos años la industria cultural se ha fijado en Vasili Grossman, y no sólo en su obra cumbre, Vida y destino, sino en otras de calado más periodístico, pues hay que recordar que Grossman fue uno de los grandes reporteros soviéticos del momento, tan importante como en el mundo norteamericano podía ser Hemingway, y en su país se le admiró del mismo modo.

Grossman fue el primero en entrar en un campo de exterminio nazi, ya que acompañó a las tropas soviéticas en su avance hacia el oeste después de Stalingrado, y el testimonio que nos dejó es escalofriante, fue en Treblinka y aquel testimonio sirvió como prueba en el proceso de Nuremberg; aquí se publicaron bajo el título de Años de guerra y constituyen una antología de testimonios inquietantes, terribles pero en el fondo llenos de esperanza. Son unos artículos que se encuentran entre lo mejor escrito en la II Guerra Mundial en el campo del reporterismo. Sólo por eso su nombre debería ser pronunciado en el periodismo con cierto respeto.

Pero Grossman es también un gran escritor. Hoy día, es cosa del marketing, se quiere comparar Vida y destino con Guerra y Paz, como las dos grandes novelas de guerra, una en el siglo XIX y otra en el XX. Queda bien, es acertado como eslogan pero no es cierto: Vida y destino es una gran novela pero Grossman no es Tolstoi y desde luego él no lo pretendía. Lo que sucede es que es una narración escrita bajo los auspicios de una novela que pretende dar cuenta de cierta panorámica histórica: Guerra y Paz es novela del XIX, es narración del siglo de la Historia, del siglo de Hegel. Sus herederos, los marxistas, seguían considerando esa épica de la Historia esencial para dar cuenta de las entrañas del mundo. De ahí que la novela de Grossman pertenezca a esa misma categoría.

Ahora, la editorial Galaxia Gutenberg Círculo de Lectores ha publicado un curioso libro de relatos de Grossman, Eterno reposo y otras narraciones, relatos escritos entre 1953 y 1963 y antologados por el filósofo Tzvetan Todorov. La importancia de estos relatos radica en que Grossman es un escritor al que se le da muy bien la descripción en terreno corto, ya dijimos que era un excelente reportero, además, asistimos a un Grossman por primera vez enteramente libre, escribiendo lo que quiere. Esperó a la muerte de Stalin y la tímida apertura de Kruschev para hacerlo porque en esos años se dio cuenta que las concesiones que había hecho durante la época del Terror no le justificaban una vida dedicada al esclarecimiento de la verdad de las cosas.

Hay que tener en cuenta que Vasili Grossman es escritor que atiende a lo que Walter Benjamin llamaba los testigos mudos de la Historia: sus héroes existen pero son héroes anónimos, no proletarios de cartón piedra como querían las directrices estalinistas, sino héroes de verdad, es decir, gente corriente que en determinadas circunstancias sacaban lo mejor de ellos mismos. Esto otorga a Grossman la virtud de saber de la condición humana y no escatimar esfuerzos para dar cuenta de la redención consiguiente, ese atisbo de esperanza que se esconde detrás de la vivencia del horror. En esto Grossman es autor de clara raigambre judía pero también rusa: Dostoievski anida ahí.

Grossman fue escritor que en su juventud creyó en las virtudes de la Revolución. La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo y Vida y destino es el testimonio feroz de ese cambio. El libro de relatos que ahora presentamos se escribió en los años en que Grossman daba definitivo impulso  a su obra principal y alguno de estos relatos se encuentran entre lo mejor de su producción: La Madonna Sixtina, da cuenta de la experiencia religiosa, tabú en la URSS; Abel, que se fecha en 1953, describe la experiencia de la bomba atómica, que para el autor se encuentra en el mismo grado de horror que los crímenes cometidos por el nazismo; pero quizá sea En Kislovodsk el cuento más terrible de los que contiene el libro: el médico Nikolai Viktorovich y Yelena Petrovna deciden suicidarse ante la impotencia de poder dar asistencia a los soldados soviéticos moribundos en un hospital. Danzan, beben champán y, luego, toman el veneno. Un final estoico ante una vida que mira de frente.

La fascinación de Grossman reside en que siendo autor de obligada filiación hegeliana, siempre reivindicó la superioridad de la condición humana sobre el sobrellevado progreso de las fuerzas objetivas: para él el trabajo,  el amor y la amistad están por encima de las tormentas de la Historia, aunque se sobrelleven a veces igual de mal. Todorov dice que es el “mejor analista y narrador de la vida soviética”, cosa que no termino de entender  a no ser que se tenga en cuenta su filiación periodística, lo que su obra debe al reportaje. En este sentido sí puede serlo. Ya digo, Platónov lleva la inquietud presente en Grossman al terreno exasperante de la vida como metáfora del misterio. Es otro tipo de escritor pero en lo tocante al asunto del horror se complementan.

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