La vida plena de Josep María Castellet

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El editor Josep María Castellet, en 2012 / Efe
El editor Josep María Castellet, en 2012 / Efe

Ha muerto el editor y escritor Josep María Castellet, que –como pasó, hace dos años y medio, con la desaparición de su maestro Jaime Salinas- deja huérfanos a cuantos vivimos nuestra adolescencia bajo la ley de la literatura escamoteada por los censores franquistas. Hoy no es ésa la censura que impera, sino otra más sutil, contra la que Castellet -que negoció hasta la extenuación con los censores en defensa de la literatura-, no podría pelear.

Siempre me intrigó que el hombre que consiguió salvar del apagón obras y autores que sin su defensa habrían tenido que marcharse fuera para verse publicadas, aquel que recogió en su mítica antología Veinte años de poesía española (1960), la mejor poesía escrita hasta el momento; el que borró el aire cateto de la edición en catalán de entonces, tomando las riendas de Edicions 62, en 1964; el mismo que acertó en su apuesta por los Nueve novísimos poetas españoles (1970); el editor de escritores inéditos en aquel panorama literario español; el que ganó premios como el Nacional de las Letras Españolas, la Creu de Sant Jordi, el Premi Nacional de Cultura, la Medalla d’ Or de la Generalitat, ese hombre –digo- confesara en público, sin pudor, que se sentía un fracasado.

En sus libros de  memorias  -Los escenarios de la memoria (Edicions 62) y Seductores, ilustrados y visionarios, en Anagrama- expuso sus andanzas biográficas, salpicadas con aventuras entre amigos de inquietudes intelectuales y políticas. Pero sobre todo, expuso sus dudas, su desasosiego en materia de responsabilidad, de compromiso individual con la vida. “Estamos obligados a hacer lo que, en principio, creemos que no podremos alcanzar”, dejó escrito, así que hay que pensar que queda algo de lo que se propuso el ambicioso Castellet que no logró culminar, algo que lo mantuvo insatisfecho.

En su vida plena de actividad literaria como crítico, estudioso de Salvador Espriú y Josep Pla, editor exquisito, escritor, puente entre los idiomas castellano y catalán, también fue jurado del Prix International de Littèrature, que se conoció más como Premio Formentor, que abrió la ventana del ambiente cerrado español al aire europeo de escritores y editores de la talla de Giulio Einaudi o Italo Calvino, en un despliegue inaudito para aquellos años.

¿Por qué, entonces, esa sensación de frustración del editor que acaba de morir? El le había contado a Juan Cruz en una entrevista que su libro “Seductores, ilustrados y visionarios”, debía haberse llamado “El esplendor del fracaso”. Seguramente, porque lo escribe ya en sus últimos años, cuando aquellos compañeros de viaje de los que habla: Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Manuel Sacristán, Joan Fuster, Alfonso Comín y Terenci Moix, estaban todos muertos. Quizás porque Castellet considerara que la obra de todos y cada uno de ellos no tuvo el éxito en vida que debiera haber tenido. Si barajamos unos cuantos nombres gloriosos: Mozart, Proust, Van Gogh, Antonio Machado, Modigliani, Rafael Cansinos Assens, la lista es larga, poco envidiable es la vida que soportaron. ¿Es ese el fracaso o es otro?

Con su propia muerte queda el fracaso sentenciado; en realidad, el fracaso que nos iguala a todos, como escribió de manera inmejorable Jorge Manrique.

A nosotros nos queda todavía su obra y el agradecimiento por lo que hizo en su vida. Nada de fracaso, Josep María.

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