Madrid y sus escombros olvidados

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Fotografía de Óscar Carraasco del Faro de Moncloa. / mcu.es
Fotografía de Óscar Carraasco del Faro de Moncloa. / mcu.es

Madrid off es una exposición curiosa porque añade un componente irónico a su propia mirada. En la sede de La Fragua de Tabacalera, en Embajadores, que está convirtiéndose en un barrio de movida cultural digno de ser observado, el fotógrafo Óscar Carrasco propone una visión de los lugares que fueron emblemáticos de Madrid en su día y que hoy están abandonados por diversas causas. El proyecto, aquí está el toque irónico pero lleno de humor, algo escaso en las instituciones, surgió cuando el Ministerio de Educación le propuso trabajar en espacios abandonados y realizar la muestra en un espacio a medio uso ya que el edificio de Tabacalera, espléndida muestra del arte industrial, si dejamos aparte la sala donde se exponen las fotografías y un centro social adyacente, es uno de esos lugares abandonados que el barcelonés Carrasco retrata con ojo perspicaz, penetrante y dotado de un raro espíritu lírico, como si acariciara la ruina retratada.

Son 24 fotografías pertenecientes a lugares varios de la Comunidad de Madrid. Óscar Carrasco es hombre persistente como artista y ha recorrido lugares de Europa y España en busca de ruinas casi circulares, para hablar en metáfora borgiana. Las ha encontrado, pero dadas sólo al escombro y no a la rehabilitación. Puro recuerdo. La mayoría de los lugares fotografiados han sido destruidos al día de hoy, lo que no extraña a Carrasco cuya intuición le llevó a captar esas instantáneas porque sabía de su fascinación pero también como toda belleza preterida, que eran ya fantasmas, pura fachada que espera el derribo.

En realidad Óscar Carrasco realiza una especie de arqueología de ruinas, de lugares que están espenando su rehabilitación o la piqueta y que alguna vez fueron emblemáticos. Carrasco pertenece de pleno derecho a esa sensibilidad moderna que ha rescatado edificios considerados hasta hace poco objeto de derribo una vez cumplida su misión. Es una sensibilidad que posee la conciencia de que la preservación de lo que nos queda es nuestra parte de la memoria hecha materia. Es una sensibilidad nueva, que nace tras la guerra mundial, es decir, tras la destrucción brutal y descarnada de hombres y edificios jamás conocida por la Humanidad. Es una sensibilidad, pues, en estado de alerta.

Una sensibilidad que ha producido resultados notables, como la rehabilitación de toda la cuenca industrial del Ruhr, lo que hizo a la larga que se salvaran estructuras como la del mercado de La Villette en París, no así Les Halles, donde había intereses inmobiliarios más relevantes. Estructuras industriales, mercados, sobre todo mercados, no hay más que fijarse en la rehabilitación del Covent Garden londinense o en el espacio Matadero en Madrid, de lo más interesante que se ha hecho en la ciudad en edificaciones culturales.

Detalle de la fotografía de Óscar Carrasco del Monaterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. / mcu.es
Detalle de la fotografía de Óscar Carrasco del Monaterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. / mcu.es

Pero la labor de Carrasco no es esa, la rehabilitación, es la de dejar constancia de una inminente ruina, de un espacio abandonado pero fascinante. Así las fotos que podemos contemplar en la Fragua de Tabacalera nos dejan un poso melancólico que es condición indispensable desde el Romanticismo para dar cuenta del inexorable paso del tiempo. Lo que sucede es que lo fotografiado aquí no tiene nada que ver con la arquitectura noble de otros tiempos, castillos e iglesias, sino con espacios nobles de tiempos industriales, lo que equivale a decir que están programados para ser desechados, como bien supo ver Walter Benjamin.

Hay fotos como la del Mercado de frutas y verduras de Legazpi que están esperando destino. Mientas sus estructuras desnudas, abandonadas, nos dan cuenta desde el vacío de una actividad antaño bullanguera y populosa; no digamos los espectros que vagan , por ausencia, en la cárcel de mujeres de La Galera o esos espacios extraños, opacos, en que se han convertido algunos de los clubes alpinos de Navacerrada.

Hay lugares que Carrasco admira, la fábrica antigua de Gal está retratada magníficamente. El homenaje que realiza de la antigua Compañía de Minas, en Plaza de España, da lugar a cierta actitud melancólica, pues no hace tanto tiempo se habilitó como sala de exposiciones, y ahora está constreñida en una plaza de edificios fantasmas como el rascacielos del Edificio España, vacío, y la Torre de Madrid, que no lo está, o lo está a medias, lo que acentúa su decadencia.

La Sala Cisne Negro fue una sala construida en los años 50 en los bajos del cine Marvi en Cartagena. Posee una belleza que no hace ascos al racionalismo adornado de elementos considerados ahora kitsch. Todo lo contrario que el búnker llamado Posición Jaca, que utilizó el general Miaja en el Capricho, donde montó el Estado Mayor de la Republica. Su visión nos deja un resquicio de esperanza pues estos elementos suelen durar tanto que a veces es más barato dejarlos como están que demolerlos.

La sorpresa la encontramos en ruinas modernas, construidas hace pocos años y que en algunas ocasiones ni siquiera han sido inauguradas, como el Instituto de Medicina Molecular Príncipe Felipe. El caso más curioso es, sin embargo, el del faro de la Moncloa, visitado por cientos de turistas, hasta que el incendio del edificio Windsor hizo cambiar las normas de seguridad y como el faro no las cumplía tuvo que ser clausurado. Allí luce, en Moncloa, como atalaya, mirador en que ya no mira nadie. Es faro ciego.

Unas fotografías de un ciudad que no ha logrado dar respuesta a ciertos edificios emblemáticos y que Óscar Carrasco se ha apresurado a fotografiar con ánimo urgente, no sea que a la crisis económica le juntemos la crisis de voluntad. La exposición es una advertencia además de educarnos para una mirada: ¿cuantas ruinas en su barrio ha admirado y ha deseado que no desaparecieran?

3 Comments
  1. celine says

    Muy bonito y, sí, melancólico. Cómo me habría gustado acompañar en esos incursos al fotógrafo. La emoción de las ruinas hablantes, la conozco. Gracias por traerlo aquí.

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