Wols, el último de los malditos

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Exposición 14 febrero - 26 mayo 2014 Edificio Sabatini. Planta 3 Wols Sin título, 1942. Tinta y acuarela sobre papel. / museoreinasofia.es
Sin título, 1942. Tinta y acuarela sobre papel. / museoreinasofia.es

El Museo Reina Sofía exhibe, hasta el 26 de mayo, 90 obras de Wols, de verdadero nombre Alfred Otto Wolgang Schulze, uno de los artistas más raros y malditos del siglo XX, pródigo en ellos. Sin embargo, lo que distingue a este artista de otros de similar hornada es que Wols fue un outsider, un hombre que sencillamente no hizo caso de las corrientes artísticas de su tiempo y se le daba una higa incluso inventar alguno. Tan fuera de lugar estaba en el mundo que su apodo, aquel por el que se le conoce, Wols, lo tomó de los restos de un telegrama que se encontró en el suelo. Wols. El cosmos y la calle, es el título de esta exposición que debería calificarse de hito en las muestras realizadas por un museo. Es sorprendente.

Wols es calificado dentro de los cánones de la Historia del Arte, y esto en fecha muy reciente, como precursor del arte abstracto. Ello se nota claramente en la muestra que justifica la primera parte del título: en efecto, esos 41 dibujos y acuarelas de temas cosmológicos que, junto a sus 6 lienzos, podrá decirse que son claramente abstractos. Esta colección proviene de la Menil Collection de Houston. En ellas Wols juega con formas orgánicas, biológicas, y fueron creadas durante los años de la guerra y la posguerra.

La segunda parte del título daría paso a las 29 fotografías que Wols realizó en los años treinta, entre el 32 y el 38, donde el termino “calle” se emplea en un sentido estricto, aunque muchas de ellas se establezcan en un terreno donde la figuración y la abstracción quedan difuminados en aras de una realidad distinta.

De ahí que ello haya llevado a gentes como Manuel Borja Villel, director del Reina Sofía, a hablar de Wols como de una figura bisagra que se encuentra al margen de las corrientes establecidas, ya que las obras abstractas terminan pareciendo figurativas y viceversa. Esa figura fuera de cualquier pomada, sin embargo, no deja de causar cierta sorpresa en el espectador: así, se exhiben una decena de libros que ilustró Wols. Entre ellos, alguno de Antonin Artaud y Jean Paul Sartre. Nos enteramos, entonces, que Wols mantuvo fuerte amistad con ambos.

Deducimos a continuación que más que un outsider en sentido estricto, Wols fue un hombre que no lo tuvo fácil, ni en Alemania, su país de origen, ni en Francia, donde acabó refugiándose: era mísero y alcohólico y llegó a tener delirios, al modo del santo bebedor. Fue declarado desertor en Alemania y metido, por tanto, en 1939, en un campo de internamiento. Luego, después de penalidades sin fin le dio por comer carne podrida. Eso fue en 1951. No salió de esa. Tenía 38 años.

Guy Brett, que es el comisario de la muestra, señaló en la presentación que Wols fue hombre dotado para el detalle, al que calificó de “inigualable”. Contemplando las obras pictóricas el calificativo no deja lugar a la duda, pero en la fotografía sucede lo mismo, lo que añade valor a unas instantáneas que hasta tiempos muy recientes fueron preteridas. La razón es de índole física: los materiales con los que trabajó, debido a su pobreza, son de muy mala calidad y la mayoría de esas fotos, de clara vertiente surrealista, nos han sobrevivido de milagro. Y según Brett, constituyen ahora el principal corpus de su obra.

El motivo puede ser su impronta en el legado histórico del arte del siglo XX. Por lo pronto fotografió a muchas figuras emblemáticas del siglo, desde André Masson a Max Ernst o Tristan Tzara, y lo hizo con una originalidad fuera de lo común. Esa tendencia, tan enorme, fuerte, juvenil y llena de afirmación es probable que le viniera de su experiencia en la Bauhaus, donde asistió a una clase de Moholy Nagy, quién le aconsejó trabajar en París como fotógrafo, actividad que compaginó con la de pintor.

París fue, en realidad, su verdadera residencia y allí pudo hacer carrera, pero el alcohol y la negativa a ser un artista profesional hizo que cuando tenía que mostrar su obra su indiferencia corriera pareja al miedo, como cuando expuso en René Drouin en 1945 sus acuarelas sin éxito alguno, aunque bien es cierto que dos años más tarde, en esa misma galería, logró desquitarse. Pero su destino ya estaba formado: justo cuando conoció a Jean Paulhan, hizo amistad con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir y con el pintor Georges Mathieu, fue cuando comió aquella carne en mal estado. Esto fue en 1951 y hubo que esperar a 1955 para que se expusieran algunas obras suyas en la Documenta de Kassel.

Eran los tiempos en que en Europa, especialmente en Alemania, triunfaba el arte abstracto y Wols fue requerido como un precursor del mismo, sobre todo del tachismo, aunque muchos notan ciertas similitudes con el expresionismo abstracto norteamericano.

Ahora, cuando el arte abstracto es puro objeto académico, Wols es requerido por su obra fotográfica. La exposiicón del Reina Sofía juega con las dos vertientes. De esa manera el espectador podrá asistir a dos reivindicaciones del arte de un autor visto desde distintas épocas, lo que es una muestra inteligente de lo que debe hacer un Museo.

Quedan de Wols sus frases de una lucidez y rotundidad espléndidas. También se recogen algunas.

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