25 años de Pixar, la animación también es un arte

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Bob Pauley. Woody y Buzz (Toy Story, 1995). Reproducción a rotulador y lápiz. / obrasocial.lacaixa.es
Bob Pauley. Woody y Buzz (Toy Story, 1995). Reproducción a rotulador y lápiz. / obrasocial.lacaixa.es

Desde el 21 de marzo y hasta el 22 de junio se expone en CaixaForum una de esas muestras que son un éxito de público un tanto previsibles, pero que suponen en cierto modo un riesgo a la hora de afrontar aquello que es materia de exposición: Pixar. 25 años de animación, recrea, mediante una recorrido por los años de producción de los míticos estudios de animación, lo que de arte en detrimento de la industria y de la tecnología se oculta tras una fachada en que parece que todo sucede sin esfuerzo. Es una muestra que expone las bambalinas de la magia. Lo inmediato, aquello que hace que se cumpla el deseo, tiene detrás un inmenso trabajo en equipo con momentos de desánimo y fracaso. De ahí su importancia.

Por eso podemos decir que la muestra es un acercamiento de adultos a un mundo hecho para niños y adolescentes. Aquí nos encontramos a Woody y Buzz, de Toy Story; Nemo y Dori, de Buscando a Nemo; Russell y Kevin de Up; Bob y Helen, de Los increíbles... unos personajes itinerantes que llevan recorriendo el mundo desde que en 2005 se expusieran por primera vez en el MOMA de Nueva York y que forman parte del imaginario de los adolescentes de medio mundo, para los que justamente se hizo esta muestra con un afán claramente didáctico: se resalta la tecnología utilizada por los estudios pero, sobre todo, se homenajea la labor fundamental de las decenas de artistas que intervienen en las mismas. Una muestra, pues, que cumple a rajatabla la idea de John Lasseter, su director creativo: “El arte pone a prueba la tecnología y la tecnología inspira al arte”

Pixar fue pionera en el arte de la animación por ordenador desde que en 1995 produjera Toy Story, que fue realizado totalmente por efectos de animación digitales. Luego, después de aquello, que supuso un antes y un después, la compañía ha producido 14 películas de animación de un éxito rotundo, de los que han recogido 30 premios Oscar, 7 de ellos a mejor largometraje de animación y 7 Globos de Oro. Pixar es parte ya del modo de vida americano, de su manera de presentarse al mundo. Es, en cierta manera, la heredera directa del mundo arcádico que presentó Walt Disney en una América inmersa en la crisis de los años treinta, la que ha conseguido reflejar los deseos ocultos de los adolescentes de los tiempos actuales. No es poca cosa.

La exposición de Caixa Forum se diferencia, sin embargo, de las anteriores itinerantes que tiene su matriz en la del MOMA: las 402 piezas que componen la muestra se han dividido atendiendo a las doce películas incluidas en el itinerario, lo que hace que el espectador entre en cada película como si se metiera en una sala dedicada en exclusiva a ella: uno se introduce en la película que quiere y allí figuras en resina y barro de los personajes principales que intervienen en el filme te acoge, o te escolta. Para el caso es lo mismo.

En el interior de cada una de esas salitas dedicadas a cada película se exponen dibujos, acuarelas, vídeos, con el ánimo de ofrecer al espectador los orígenes de la película y su desarrollo alrededor de tres ejes: la historia, los personajes y el mundo en que la película tiene lugar. Elyse Klaidman, que es directora de Pixar University y comisaria de la exposición, tiene claro que esos tres ejes son los que hacen, si se trabaja bien con ellos, que el espectador no pueda moverse de la butaca mientras dure la película, algo, por otro lado, obvio. Esa obviedad, sin embargo, no decae en las declaraciones que hizo en la presentación, como que “el mundo de la animación es especial, podemos crear universos imaginarios, pero estos tiene que ser creíbles” o, “los personajes, para tener éxito, tienen que tener emociones, deseos, anhelos, pasiones...”, declaraciones que parecen iluminar la cocina de lo que se cuece en Pixar pero, al contrario, lo que hace es ocultar con frases de puro sentido común y un tanto convencionales las razones del éxito de las películas de la factoría, que no son otras que haber acertado con los deseos profundos del adolescente o del niño. Cualquiera que contemple a los niños jugando con figuritas sabe que está narrando historias como si éstos estuvieran dotados de vida. La gracia de Toy Story consistió en que se animaban sin concurso humano. Eso no es creíble, pertenece a un orden más profundo. Por eso tuvo éxito.

La muestra, además de las pequeñas salitas dedicadas a las películas, se completa con Artscape, que consiste en contemplar con tecnología digital tridimensional creada para esta exposición una especie de compresión en el tiempo por el que vemos pasar muy rápido el proceso original de un dibujo realizado a un personaje y, de pronto, contemplarle en la película, una vez finalizada.

Algo gracioso y que demuestra el interés de los responsables de la exposición para demostrar al espectador que el entorno tecnológico no es de hoy, consiste en haber introducido a los personajes de Toy Story en un Zootropo, un aparato patentado en 1867 en los Estados Unidos, en Europa los había similares, que consistía en un cilindro donde, mediante el recorrido de una cinta con dibujos, se hacía ilusionarse al público con el efecto de la animación.

La muestra finaliza con la proyección de los primeros cortos de Pixar, los primeros de la factoría, que dirigió John Lesseter, como modo de experimentación de la tecnología de animación.

Una exposición llamada a ser un éxito. Una exposición curiosa que quiere demostrar que detrás del bit se esconde el trazo, incluso el realizado a lápiz. Desde luego es lo que a mí me ha parecido ciertamente honesto de una muestra que, por otra parte, tiene mucho de producto publicitario. No puede ser de otro modo. De no ser así, ¿de qué estaríamos hablando?

Y ahora lo más chocante: esa unión mística a entre buen rollo, tecnología y  negocio. Me temo que me choca sólo a mí. Es el presente.

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