Carlos Iglesias vuelve a Suiza después de unos años para mostrarnos el rostro de la emigración en una familia española en el país helvético. Si en Un franco 14 pesetas (2004) empleaba un tono realista, tirando a melodramático, y estaba localizada cronológicamente en los años 60; en 2 francos 40 pesetas, ambientada poco antes de la muerte de Franco, ha preferido utilizar la comedia y ha pergeñado una historia coral, donde el protagonismo se diluye en las peripecias de varios personajes que confluyen en una celebración familiar en un pequeño pueblo de la parte alemana de aquel país.
Iglesias conoce muy bien el percal porque es la historia de su propia familia: él mismo fue un niño emigrante en Suiza. Y ha puesto mucha voluntad y cariño en esta película amable, bien rodada, con una fotografía y música agradables y con unas interpretaciones bastante correctas. Lo que pasa es que el amor a la historia no es condición suficiente para trabar un guión solvente, capaz de dar armazón a un relato sin altibajos dramáticos, ni lagunas argumentales.
Iglesias dirige bien y la cámara se muestra agradecida en la mayoría de las secuencias, pero el guión no tiene la solidez ni la fuerza ni la estructura definida que debería, y la película se desintegra en una especie de suma de secuencias llamativas y tramas interesantes que carecen de la trabazón necesaria y el tono adecuado. Iglesias ha querido contarnos la historia desde un enfoque “berlanguiano” y se ha quedado un poco a medias. A pesar de lo bien definidos que están los personajes, las situaciones disparatadas a las que se enfrentan y el humor que transpira la película en muchas secuencias, se echa de menos una mayor visión de conjunto, una continuidad de las tramas más elaborada, y sobre todo un tono más homogéneo para esta historia de humor con trasfondo de drama.
Sin embargo, Iglesias ha puesto todo su corazón en la peripecia de la familia de Martín, el protagonista de la película anterior y de ésta, y posiblemente su alter ego. Entre sus valores está la verdad, la emoción y cierto aire de nostalgia, tanto por los amores pasados como por las oportunidades perdidas, que sirven al director para exponer con elegancia y sutileza el contaste entre las dos sociedades, la española y la suiza, tan lejos una de la otra en tantos sentidos. Y más en aquellos años, mediados los setenta, cuando España permanecía todavía impermeable a cualquier idea que viniese del exterior. De hecho, Iglesias, inteligentemente, de España muestra secuencias interiores y patios de luces, mientras que de Suiza enseña todo su verdor. Metáfora clara de la situación social y de la libertad ausente.
En general podemos afirmar que la devaluación de la peseta y el paso del tiempo podían haberle sentado mejor a esta historia sobre la emigración, tan lamentablemente de actualidad otra vez hoy día, aunque detrás de cada secuencia se aprecia verdad, conocimiento y sobre todo cariño a la historia y sus personajes.