Lo que pesa un muerto

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García Márquez, el pasado 6 de marzo, día de su 87 cumpleaños, habla con los periodistas que acudieron a la puerta de su casa en México DF. / Mario Guzmán (Efe)

Lo había avisado la familia en un comunicado hace pocos días. Así ha sido. Era el desenlace esperado. Gabriel García Márquez, el hombre que hizo que el latinoamericano volviese a estar orgulloso de su paisaje, ha muerto. Pocos escritores como él han logrado esa unión entere paisaje y mito, narración en definitiva, que les ha sido otorgado a los más grandes. Fue, además, escritor amado hasta el paroxismo por los periodistas de habla española porque dentro de esta profesión hubo, ha habido y habrá hombres agazapados tras el reportaje que anhelan convertirse en grandes escritores, lo que para un periodista es siempre metáfora de liberación, y el Gabo, como era conocido por aquellos que ni siquiera le habían estrechado nunca la mano, fue un gran reportero.

Bueno, el Gabo ha muerto. ¿Y ahora qué? Creo que el mejor homenaje que cabe rendir a este grande de las letras en español es leer sus libros, desde luego el que le hizo famoso, Cien años de soledad, pero no sólo, ya que García Márquez es dueño de al menos una docena de narraciones que bien pueden ser consideradas obras maestras. Yo me estrené en la crítica literaria con una novela suya, El otoño del patriarca, publicada en el 75, fecha inolvidable pues a partir de ahí inicié una especie de profesión extraña que es la de juzgar obras ajenas. La novela me impactó, era muy joven, pero aún la considero una de las grandes de su autor, cómo no, y eso a pesar de otras obras suyas, como El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada , El general en su laberinto, hasta llegar a esa nouvelle un tanto fallida que fue su última entrega, la de las putas tristes, que sonó a despedida un tanto fúnebre pues ni de lejos alcanzó los niveles de otras narraciones suyas.

Dije antes que su obra más famosa hizo que los latinoamericanos amasen su paisaje. No exagero. Hasta entonces, en las casas de la burguesía, los sofás daban la espalda a la vegetación lujuriosa que se atisbaba detrás de las ventanas. El Gabo hizo que los sofás, sin rebozo alguno, se colocaran mirando ese paisaje y que la gente se considerara orgullosa de lo que pisaba.

Es el sueño de un escritor: bucear en el imaginario colectivo y acertar de pleno realizando esa unión entre hombre y paisaje. Y García Márquez lo consiguió porque conocía la tierra, la suya, sin prejuicio y miedo alguno y un enorme amor por ella, por sus gentes, su historia,vale decir, su geografía.

El haber devuelto al hombre latinoamericano esa confianza en sí mismo fue uno de sus logros, no el único, pues su obra posee la magia del narrador, según la expresión que le diera Walter Benjamin en su famoso ensayo sobre Leskov, la de ser portavoz del inconsciente de un pueblo y actuar al modo de un demiurgo. En la literatura moderna eso es raro, inusual, porque este mundo en el que vivimos no otorga esa oportunidad. García Márquez supo ver, es un milagro que otorga el arte, el lado constructivo de otorgar al mito toda su validez, y los estudiosos pueden hablar de la influencia de otros escritores latinoamericanos, referirse a William Faulkner, incluso a la Virginia Woolf de La Señora Dalloway, en la descripción de ese Londres por encima del tiempo concreto, capaz de sobrevolar edades y tiempos dilatados. Es probable, es probable incluso que Juan Rulfo lo hubiera hecho ya a su manera, pero aquella novela de García Márquez abrió esa visión a gran parte del imaginario de todo un continente y aunque sólo fuera por eso merecería un puesto de honor.

Pero hay más. Aquel libro le dio la oportunidad de convertirse en un oráculo y el Gabo lo aprovechó, pero lo aprovechó de manera digna, pues sus opiniones nunca fueron estridentes y aunque se sintió obligado a apoyar a Castro en tiempos en que la Revolución Cubana había perdido su aura para los intelectuales europeos, lo cierto es que dio su visión de las cosas al modo en que sabía hacerlo, en que debe hacerlo un artista, a través de sus reportajes y novelas, como esa magnífica Noticia de un secuestro, donde tomó postura sobre la guerrilla que asolaba su país, Colombia.

Ha muerto este 17 de abril después de sufrir una infección urinaria y respiratoria. La enfermedad que padecía, que era la del obligado retiro, por mor de un cáncer linfático, terrible, parecía la de un personaje suyo. Tan implacable se mantuvo en su vida que terminó convirtiéndola en personaje posible de alguna de las narraciones que nunca llegó a escribir. Recluído durante años, sólo dio a la imprenta esa novelita que era despedida de quien ha sido uno de los grandes de la literatura latinoamericana del siglo. Demasiado grande pues su influencia impulsó legión de imitadores que sólo podían copiar pálidamente al talento desplegado por este hombre.

Su libro de memorias, Vivir para contarla, es un cuento, una narración suya más, espléndida, inolvidable la descripción de la madre vendiendo la casa. Hasta en eso poseyó el talento del narrador, ya digo, un talento que sólo les es otorgado a unos pocos, raros, y que se resume en que son capaces de atisbar el universo a través de las historias y sólo a través de ellas. Para muchos ese modo de escribir es algo que parece magia, y esa sensación perdura porque consiguió que la literatura sólo se explicase a sí misma.

Todo lo demás es anécdota y podemos gastar papel extenso en hablar de ello. Pero poco importa. Lo esencial es su modo de mirar el mundo a través de lo literario y explicarlo así. En eso fue uno de los grandes, de los elegidos.

2 Comments
  1. inteligibilidad says

    Se os ha colado un «Márques» en el párrafo que aparece en portada ; )

  2. Amazonas says

    La arbitrariedad de este artículo es escandalosa: GGM no le devolvió el paisaje al latinoamericano (bueno, el autor considera latinoamericana solo a la burguesía), el paisaje está presente en la literatura latinoamericana desde la primera carta de Colón hasta el último escritor policial de Panamá. Un absoluto disparate este artículo.

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