Por cuatro duros. Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos

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Cubierta del libro de Barbara Ehrenreich.

Barbara Ehrenreich es una activista y ensayista de Estados Unidos que milita en el Partido Socialdemócrata de América –una rareza como cualquier otra- y que ha escrito en publicaciones tan conocidas como la revista Time, Mother Jones, el periódico The New York Times y ahora escribe para el diario The Progressive. Ni es una niña ni parece una diletante a la que guste aventurarse en tugurios para ver la cara que tienen los que nutren las filas de la pobreza.

Sin embargo, un buen día se lanzó a experimentar cómo se vive trabajando en precario en los Estados Unidos, aunque tomó sus precauciones, del tipo de: “si veo que paso hambre tiro de tarjeta para comprarme algo, al curro voy en coche, nada de esperas de bus que no resultan entretenidas para contar en un libro; procuraré buscarme un techo digno para vivir y no remolonear en el trabajo para conservarlo lo más posible”. Cosas así. De ahí salió: Por cuatro duros. Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos (Capitán Swing, 2014).

La experiencia recuerda la del periodista alemán, Gunther Wallraff, en Cabeza de turco, que en España publicó Anagrama, hacia 1985. El alemán, más virado hacia las injusticias que sufren los emigrantes; la americana, directamente, sobre las injusticias del American Way of Life, cuando no eres uno de los suyos y por lo tanto, ni hueles de lejos esa vida tan moderna y alegre.

Ehrenreich narra minuciosamente las circunstancias y pormenores de sus empleos precarios, mal pagados –tenía suerte si lograba uno de 7 dólares la hora-, y las humillaciones que tuvo que soportar para no perder esos empleos míseros. Especial jugo tiene su narración del tiempo que anduvo trabajando en los populares almacenes Wal-Mart, pero también se empleó como mujer de limpieza, auxiliar de enfermería y camarera de hotel, recorriendo en su trabajo de campo los estados de Florida, Maine y Minessota.

La impresión que sacó la autora, y que cuenta en este libro, es la de verse sometida a vivir una pesadilla en la que una tiene que inventarse trucos para sobrevivir, y en la que los conceptos de una vida digna, una vivienda digna, un trabajo digno, van degenerando para adaptarse a lo que salga, cuando salga y como salga. Quizá, porque, como dejó escrito José Agustín Goytisolo, “la vida ya te empuja como un aullido interminable”.

La mala noticia es que Ehrenreich escribió el libro hace 13 años y su vigencia no ha hecho más que crecer. La periodista recuerda que desde 2001 la pobreza no ha hecho más que aumentar en los EEUU y que ahora ella no habría podido ni siquiera conseguir los miserables empleos que entonces ocupó.

Antes de esa fecha, ya advertían voces autorizadas del descenso de la clase media norteamericana y el avance de la pobreza. Pero Lenin ya no está aquí para movilizar a las masas, y las masas ya no se parecen a aquellos desarrapados de 1789, en la Francia absolutista de reyes caprichosos e irresponsables.

¿Dónde estamos, entonces? ¿Qué cabezas hay que cortar? ¿Cómo burlar a los pistoleros que custodian esas cabezas para llegar a sus cuellos? ¿Cuánta más gente tiene que morir para que la especie llegue a la inteligencia suprema del bienestar común generalizado? ¡Oh, señor, cuánta demagogia en estas palabras! No crean que ignoro que la realidad es mucho más compleja.

En Estados Unidos, más que, todavía, en España, los pobres lo son porque son perezosos e irresponsables. O tontos. Para Ehrenreich, “debe de resultar reconfortante para los ricos pensar que los pobres son los únicos causantes de su destino”. Y lo malo es que esa idea tan bien diseñada para los ricos va calando en las mentes de las clases medias que ven cómo se agujerean sus calcetines sin que puedan acudir a las rebajas por un par nuevo. Ay, vaya; ya estoy otra vez con la demagogia.

Recuerdo la que se montó hace años cuando a una camarera del Burger King o del McDonalds, qué más da, la despidieron por no depilarse las piernas. En Madrid. Eran los 80 y montamos una buena en la radio. Bien, pues eso, en Estados Unidos es perfectamente legal, porque cada dueño de empresa es el rey de la misma, y manda. Es lo que ha empezado a suceder en España, ya que nos dejamos impregnar por la cultura que proviene de Estados Unidos, desde el cine hasta la organización laboral.

La activista Barbara Ehrenreich
La activista Barbara Ehrenreich. / Wikipedia

Ehrenreich describe la sutil presión que ejerce la empresa sobre sus trabajadoras, la rutina de inspeccionar sus bolsos con el pretexto de buscar drogas o hurtos. Cómo, poco a poco, se va renunciando a los derechos civiles más elementales, aquellos por los que America –como dicen allí refiriéndose a los Estados Unidos- ha sido la luz del mundo. Así, afirma: “Mi opinión es que las indignidades impuestas a tantos trabajadores con sueldos bajos –el control de drogas, la vigilancia constante, el hurgar en la herida por parte de los gerentes- son en parte las causas que posibilitan mantener los salarios bajos. Si consiguen hacerte sentir suficientemente indigno, acabas pensando que te pagan lo que de verdad mereces”. El resultado, como ella misma constata, es que mucha gente gana bastante menos de lo que necesita para vivir.

Y se pregunta cuánto se necesita. El Economic Policy Institute indicó un promedio de 30.000 dólares anuales para una familia de un adulto con dos niños (curioso lo de “un adulto”), lo que supone un salario de 14 dólares por hora. Ese cálculo incluye seguro de salud, guardería y teléfono –sigue- pero no incluye comidas en restaurantes, alquiler de videos, acceso a Internet, vino y licores. Sólo que –como recuerda la autora- el 60 por ciento de los estadounidenses no llega ni en broma a 14 dólares de salario. Y añade que en “naciones más civilizadas” se compensa la falta de salario con servicios públicos como la sanidad, guarderías gratuitas o subvencionadas, transporte público eficiente, alojamientos subvencionados. Nada de esto existe en EEUU, que “deja a sus ciudadanos a merced de sí mismos… enfrentados, por ejemplo, a alquileres fijados por las leyes del mercado, sin más recursos que sus salarios”.

El nivel alto de la escala social americana lo constituye el 20 por ciento de la población, dice. Es el nivel de los que toman decisiones, los formadores de opinión, los creadores culturales, profesores, abogados, ejecutivos, animadores, políticos, jueces, escritores, productores y editores. Ehrenreich afirma que los medios “ya no están comprometidos con la investigación y con el periodismo porque su audiencia son los ricos. Escriben para ellos, y a ellos no les interesan estas cosas”.

A pesar del desaliento que emana del libro –ella recuerda que creció escuchando que si trabajas duro sales adelante y ha constatado que cuanto más duro trabajas más te hundes en la miseria si eres pobre- concluye con un desideratum que es, al mismo tiempo, un temor: “algún día se cansarán de recibir tan poco por lo mucho que dan y exigirán que se les pague como merecen. Cuando llegue ese día se desatará la ira, habrá huelgas y se quebrará el orden establecido. Pero, al final, no se nos caerá el cielo encima y todos acabaremos por estar mucho mejor”. No se espera menos de una socialista de corazón.

Sin embargo…

Pienso otra vez en el poema de JAG, que repite como un ritornello: “Tu destino está en los demás/Tu futuro es tu propia vida/ Tu dignidad es la de todos

Y las noticias de cada día, Ucrania, Siria, los saltadores de la valla de Ceuta, los corruptos evasivos, todas me parecen la alegoría de la misma injusticia. La incapacidad humana de proporcionarnos una vida digna, unos por exceso de avaricia, otros, por defecto de oportunidades.

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