Vila-Matas pone en solfa al arte

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Cubierta del libro de Vila-Matas.

En cierta manera todo lo que se diga sobre el fin del arte moderno tiene su origen en Marcel Duchamp. El resto de las posturas sobre ese fin que se han sucedido después poseen la sensación de ser meros comentarios a lo que supuso la aparición de un urinario puesto al revés y firmado R. Mutt. De esto ha pasado casi un siglo y, aunque sepamos que el único que se le acercó como comentarista de enorme talento ha sido Andy Warhol, lo cierto es que no hay día en que no mareemos la perdiz con algo que no parece tener vuelta de hoja: el arte está indisolublemente unido a la vida de donde surge, y si estamos en una sociedad en la que una camiseta de Carolina Herrera quintuplica su precio por el mero hecho de llevar adosado ese CH mágico, el que una vaca fosforescente alcance cifras astronómicas en los Museos es su justo correlato, su correspondencia en otro orden de cosas. Ni que decir tiene que ello ha fascinado no sólo a artistas sino también a escritores. Enrique Vila-Matas, en su última novela, Kassel no invita a la lógica, que ha publicado Seix Barral, se mete de lleno en el mundo de las Bienales de arte. La gracia del libro consiste en que el propio autor fue objeto de obra de arte, un poco a lo ready made: fue invitado en septiembre de 2012 a participar en la Bienal asistiendo durante una semana a un restaurante chino a las afueras de la ciudad donde lo único que tenía que hacer era escribir todas las mañanas. De esa experiencia ha salido esta narración, que es por un lado novela muy apasionante, tanto como fascinante ha sido para el propio Vila-Matas su experiencia en Kassel.

Ni que decir tiene que no habría manera de sostener todo este entramado sin un sentido del humor extremo y extremado. Vila-Matas lo posee. De ahí que cuando le invitaron a ir a Kassel no se le ocurriera otra cosa que llevarse, para leer en esas interminables horas de la habitación del hotel donde te alojan, el Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela, y que , indefectiblemente, compare ambos mundos, el que relata don Camilo y el de Kassel, la caspa española, desde luego, pero también la alemana: en esta ocasión, fascinaciones que nos procura viajar a otras partes, el autor no se percata de la caspa alemana, aunque deja bien claro que lo más fascinante que le sucedió en la Bienal fue toparse con una obra de Ryan Gander, que consistía en introducir una fina capa de aire frío entre el público asistente, dejándolo un tanto confundido. Vila-Matas queda atontado por su inmaterialidad y también porque, a pesar de las críticas y de la distancia que establece, el autor siempre fue un devoto apasionado de las vanguardias: cuando era jovencito conoció en Cadaqués a las viudas de Marcel Ducamp y Man Ray que, suponemos, no jugaban juntas al ajedrez como sus cónyuges.

Todo en este libro es humor, pero también trampa literaria: dijimos que se había llevado a Cela para leer en la habitación del hotel, pero también El paseo, de Robert Walser, libro que le cuadra mejor, tanto por inquietud generacional como por el entorno en que el autor se encuentra. Se reserva el libro de Walser para deambular por la Bienal. El de Cela lo deja para las afueras, donde se encuentran el hotel y el restaurante chino. Sabia decisión.

Kassel no invita a la lógica es, asimismo, un libro de citas. Comenzando por el título, que retoma una de Italo Calvino que decía que Turín no invitaba a la lógica porque acababa en la locura, y siguiendo por la enorme, prolija, cantidad de referencias de T.S. Eliot, Goethe, Fassbinder, Maeterlink, Albert Serra... hasta acabar en las citas de uno mismo, que son las más veraces pero también las más melancólicas. El culmen de este apartado sucede con el asunto de los Mc Guffins, el matrimonio que le invita a ir a Kassel. La cosa no tendría más trascendencia sino no nos percatáramos, como bien nos lo hace ver el autor, que Mc Guffins es transposición de los msguffins, esos trucos narrativos de los que habla Alfred Hitchcock y que llegaron a maestría en la película Psicosis y en algunos filmes de la Nouvelle Vague:de hecho Vila-Matas conoció los trucos de los mcguffins viendo la película de Pietro Germi, Un magnífico embrollo, basado en la novela de Carlo Emilio Gadda, El zafarrancho aquel de vía Merulana.

Todo esto es muy moderno, tiene que ver con las fragmentación y con las citas en un mundo de referencias. Uno podría, incluso, incluir aquí las obligadas a los Passangenwerk, de Walter Benjamin, y el modo de percibir la Modernidad desde la contemplación de la ciudad, de hecho lo estoy haciendo, pero Vila-Matas es un escritor de muchos recursos y no sólo es pasto para que los críticos y los teóricos se ceben en sus textos, tan cultos, tan brillantes...

Por ejemplo, las descripciones del público que asiste a las comidas del restaurante Dschigis Khan, allí donde Vila-Matas se sienta a escribir todas las mañanas, son desternillantes, así como las relaciones que establece con los camareros. Sucede que el lector asiste en ese apartado a una especie de metáfora del mundo encerrado en las paredes de un restaurante chino: esto es puro Vila-Matas, como el contraste entre el mundo cínico de la Documenta de Kassel y la mirada inocente del autor, mirada inocente porque, de no serlo, no habría relato. Todo esto hace de la novela una de las grandes del autor, para mí de más entidad que la celebrada Dublinesca, su última entrega, y quizá ese aspecto de haber redondeado su especial mundo le venga de que esta vez ha dejado de lado lo literario para embarcarse en el mundo del arte, mundo que, en el fondo, no es el suyo, lo que acaba mejorando la visión. Libro memorable pues, y divertido, profundamente divertido... y brillante.

1 Comment
  1. Astrid Darbro says

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