Mafalda, el Premio de Quino

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Imagen de archivo de Quino junto a un dibujo de Mafada sobre una pared. / Efe
Imagen de archivo de Quino junto a un dibujo de Mafada sobre una pared. / Efe

El dibujante Quino ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por un jurado compuesto, entre otros, por Adela Cortina, Víctor García de la Concha, Inés Alberdi, Luis Maria Ansón... entre un grupo de personalidades, en el que se encontraba Emilio Lledó, la periodista congoleña Caddy Adzuba o Francisco José Ayala, el biólogo español que investiga en los Estados Unidos. Quino se lleva 50.000 euros, una escultura de Joan Miró y el reconocimiento de un galardón que antes que él ha recaído en George Steiner, Hans Magnus Enzersberger, Ryszard Kapuscinski, Umberto Eco o Václac Havel. Se da la circunstancia, además, de que este año se cumple el cincuentenario de Mafalda, el personaje que le ha dado fama internacional: desde luego que la sombra de la niña está detrás de todo esto. Un galardón del que cabe felicitarse. Al fin y al cabo, los dichos de Mafalda, de Guille, de Susanita, de Libertad, de Felipe, de Manolito, bueno, también de Manolito, aunque me temo que la propia Mafalda no estaría de acuerdo, han creado un imaginario en dos generaciones que han valido por muchos tratados de saber hacer político y, desde luego, miles de libros de autoayuda. Quino es un filósofo que emplea la viñeta para expresar su búsqueda. Este galardón le ha hecho justicia, pero también ha reconocido un aspecto hasta ahora desdeñado, el del cómic como elemento de cultura y de alta crítica. Con ello la cultura pop en su vertiente más controvertida, cabe decir, despreciada, entra en un galardón tan institucional como éste. Hay que felicitarse por ello.

Quino nació en Mendoza, ciudad que nada tiene que ver con Buenos Aires y su espíritu; es ciudad tranquila, nada esnob y tendente a gustar de sus viñedos y sus caldos, de renombrada calidad. Es ciudad muy alejada de las ínfulas culturales de la capital y, sin embargo, hace 81 años nació por allí Joaquín Salvador Lavado Tejón, hijo de emigrantes españoles, de los que quedó huérfano, de los dos, cuando apenas era un adolescente. Retraído, Joaquín Salvador se matricula en Mendoza en la Escuela de Bellas Artes en la seccion de dibujo humorístico, una manera de exorcizar el dolor del mundo, y entonces, en 1951, esta vez sí, se fue a la capital, Buenos Aires, con el afán de vivir de sus publicaciones.

Lo pasó mal. No había revista ni diario que quisiera hacerse cargo de unos dibujos que no tenían bocadillos, algo que ahora está mucho más establecido. Era una especie de Buster Keaton de la viñeta y en Argentina, país de grandes conversadores y donde el lenguaje gestual es tan importante como en Italia, aquel modo austero, pétreo, de representar el mundo, no terminaban de entenderlo.

Años más tarde, la revista Esto es, fue la primera en publicarle una viñeta sin bocadillos. A partir de ahí las publicaciones han sido incontables, siendo todas sus obras traducidas a idiomas como el inglés, el francés, el italiano, el portugués, el japonés y el chino. Libros como Quinoterapia, Potentes, prepotentes e impotentes, Yo no fui o ¿Quién anda ahí?, publicado hace dos años y, por ahora su último libro de dibujos que sepamos.

Pero vayamos a su personaje más famoso. Quino se inventó en el 63 Mundo Quino y allí sacó el dibujo de una niña de unos seis años llamada Mafalda por encargo de una empresa de publicidad, que decidió no utilizarla. No saben lo que se perdieron.

Fue en 1964 cuando el periódico Primera Plana publicó la primera viñeta de Mafalda. Luego, otras publicaciones se encargarían de ello, Siete Días, El Mundo de Argentina, incontables publicaciones del resto de Latinoamérica y aquí, entre nosotros, la revista Triunfo.

Mafalda le dio fama, demasiada, y la generación que en España hizo la transición devoraba esas tiras de la niña, colocadas junto a los libros de Chomsky sobre Vietnam o si uno era culto y proclive a la filosofía francesa, Gilles Deleuze o Jacques Lacan , del que, me temo, Mafalda se reiría con cierto sarcasmo, y no exagero. Mafalda representó un imaginario político en el mundo español y latinoamericano porque hablaba de cuestiones políticas dándoles una dimensión universal, un modo de enfocar el mundo con cierto sentido común, con la coherencia que otorga la honestidad. ¿Hacia dónde camina el mundo? Quino se hizo esta pregunta en la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, que presidió, a raíz de la existencia masiva de los bitcoins, algo que no existe. La fascinación que produce el absurdo es algo a lo que Quino propende, como en el caso de los bitcoins, pero esa delimitación del absurdo, cuando lo interroga una niña, adquiere una categoría superior. No sé si Quino fue consciente de ello al crearla pero en cualquier caso es igual: la intuición del artista fue de un acierto sin igual y Mafalda estuvo interrogando al mundo hasta 1973, en que convertida ya en una pesadilla para su autor y padre, la hizo desaparecer hasta el día de hoy, mientras veía en su viajes por medio mundo, de Milán a Nueva York, como la niña se hacía una estrella internacional de la viñeta, sí, pero también del cine y la televisión.

Pero Quino no dio su brazo a torcer y no volvió a dibujar a Mafalda. Se dedicó a otros dibujos, a otras maneras de decir lo mismo que con la niña pero de modo ligeramente diferente. Al cabo de los años su esfuerzo por deslindarse de su hija dio resultado y Quino, por fin, adquirió hace pocos años la independencia como creador de su fascinante personaje Mafalda...

Terrible y absurdo propósito, aunque loable. Mafalda le acompañará siempre. Tanto que le han otorgado el Premio Príncipe de Asturias cuando Mafalda cumplía 50 años. No es casualidad.

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