Lo que da de sí un metro de tierra

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Juan Ángel Juristo

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Portada de la obra de David George Haskell.

Es este uno de los libros publicados recientemente en España más deliciosos que se pueden leer. El título, En un metro de bosque. Un año observando la naturaleza, Ediciones Turner, no requiere apenas esfuerzo alguno al lector para saber lo que se va a encontrar en sus páginas. Su autor, David George Haskell, es profesor de biología en la Universidad de Sewanee, en Tennessee, y un naturalista famoso y considerado en su país, amén de poeta de cierta fama, aunque el éxito lo ha conseguido con ese libro, que fue publicado en 2012 en Estados Unidos y llegó a finalista del Premio Pulitzer en 2013. Además, y por si fuera poco, tiene una granja de productos lácteos de cabra y de otros productos ecológicos, la Cudzoo Farm, en la meseta de Cumberland, y compagina todo esto con sus clases en la universidad del estado.

El libro, ya digo, es uno de los estudios de divulgación científica más bellos que se puedan leer ahora y digo bellos porque está escrito con gran excelencia literaria. En un metro de bosque aúna, así, la precisión y justeza científica con una prosa de alta calidad y una serie de incursiones en la filosofía oriental, todo muy bien ensamblado, que hace que sea un título eminentemente norteamericano, muy en la línea de esa vuelta a la naturaleza que es tradición en ese país desde Thoreau, pero desde luego despojado de toda la parafernalia alternativa, muy a lo hippy, de la que esa tradición ha sido investida desde los años sesenta.

David George Haskell, al modo de un mandala natural, según dice, escogió un metro de bosque de su Tennessee natal y durante un año estuvo observando con minucia científica que ocurría allí. El lector interesado en la ciencia naturalista se va a encontrar satisfecho pues durante las cuatro estaciones el autor comenta esos cambios, y los explica, tanto en lo que ocurre en la superficie como lo que se transforma bajo tierra e incluso en el aire, realizando así un mandala imaginario de gran fuerza persuasoria.

Pero hay más: el lector, de pronto, se encuentra sumergido en una referencia a los Cantos de Inocencia, de William Blake y lo que es más sorprendente, desde luego para un español pero mucho más para un norteamericano, cita como si tal cosa a San Juan de la Cruz, a San Francisco de Asís y a Santa Juliana de Norwich, que se supone es católica aunque en la Iglesia de Inglaterra hay quien la considera anglicana. Fue la primera mujer que escribió en inglés y su misticismo, de honda raíz feminista, ha jugado en su favor, reivindicada por el movimiento de la liberación de la mujer en los años sesenta. T.S. Eliot la cita en su poema Little Giding, de los Cuatro Cuartetos. En estos momentos el lector puede creerse que semejante popurrí no es nada sano, todo eso de mezclar misticismo con análisis científico. Ni que decir tiene que se equivoca: David George Haskell no es autor proclive al misticismo, pero es un norteamericano moderno y practica cierta modalidad de budismo, el que pasa por ser el más refinado e intelectual, el zen. Y la verdad es que, encima, aplica esos principios. De esta manera, cuando delimita ese metro de bosque que va a estudiar, se fija en una piedra plana y se sienta allí como lugar escogido de meditación de todo lo que va a acontecer en ese año. Decide, entonces, allí, no interferir o interferir lo menos posible, hay que recordar que es científico y el principio de indeterminación de Werner Heisenberg se lo conoce al dedillo, en el proceso biológico que tendrá que analizar.

"Este libro es la respuesta de un biólogo", dice, "al reto de mandala tibetano, de los poemas de Blake o la avellana de Juliana. ¿Podemos ver todos el bosque a través de una pequeña ventana contemplativa de hojas, piedras y agua? He intentado encontrar la respuesta a esa pregunta, o el principio de una respuesta, en un mandala hecho de bosque primario en las colinas de Tennessee. El mandala del bosque es un círculo de algo superior a un metro, el mismo tamaño del mandala dibujado y barrido por los monjes".

Esta cita nos puede servir para corroborar la calidad de su prosa pero también sus enormes dotes de persuasión, capaz de hacer que el profano se adentre en la biología con la fe del que quiere creer. Pero lo que fascina de este autor es que donde su prosa brilla mejor es en los análisis científicos que salpican de continuo el libro, llegando incluso a memorables párrafos, como los que dedica al cortejo de las hembras de saltamontes longicornios y de las diferencias que posee ese cortejo con el de las cigarras. El lector se entera, así, de que las cigarras cuentan con órganos auditivos en el abdomen y que los saltamontes oyen a través de los nervios de las patas. El apareamiento, así, adquiera unos tintes surrealistas que la prosa de Haskell ayuda a potenciar, lo que le distingue claramente de cualquier biólogo, que sabe eso y más, pero no lo dice con el énfasis literario adecuado. De estas armas se vale Haskell para hacer fascinante su libro. De ahí que no entre en consideraciones científicas, cosa de la que no sé nada, pero sí en el resto del libro. En este sentido bien puede decirse que es un gran libro de divulgación.

No estaría de más comparar el modo que tiene este autor de presentar el mundo animal y vegetal con aquel que nos describió Gerald Durrell en sus estupendos libros, como Mi familia y otros animales. Hay diferencias enormes, sobre todo en el modo de tratamiento de la realidad porque mientras en Durrell esa realidad está dada porque bebe del naturalismo, del modo de percibir la realidad del común de los mortales, aun siendo un científico, Haskell es autor más moderno y no hace distingos ya entre una realidad y la otra, la virtual, cuando reconoce que ésta curiosamente, ha ayudado a expandir la conciencia ecológica en el mundo.

Pero, al leer tan fascinante libro, no estaría de más que supiéramos que las condiciones socioeconómicas apenas se mencionan y que este metro de bosque pertenece a un espacio que representa sólo el 1% del bosque originario del Este de los Estados Unidos. Es un libro maravilloso, pero un libro burbuja. No es de extrañar que recurra, por tanto, al zen.

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