Una gesta de las que no se olvidan

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Mariano Asenjo *

Imagen de archivo de una etapa del Tour de Francia del 2013. / Efe

A Armando López Salinas, in memoriam.

“ -¿A qué va bien) –dijo
-Apenas si pesa nada –comentó Joaquín
tras apearse de la bicicleta”. A.L.S, ‘La mina’

Surgió de la niebla, como en esa extraña fotografía de un Giro en la que se adivina a Chioccioli y al gran Marino Lejarreta atizando al pelotón en lo más duro del Moviso, una montaña que, a su vez, parece colgada entre nubes. El escapado se veía bien, en nada parecía afectarle el revuelo que atrás se debía de estar armando. ¿Quién se lo hubiera jurado tan solo unas horas antes? A él, un eficaz y discreto hombre de equipo acostumbrado a confinar su ego en lo más profundo de una clasificación general.

Las cosas salen como salen y en jornadas así las consignas del director de nada sirven. Al pelotón, según parece, lo va a vigilar ‘Rita la Cantaora’ y si al propio jefe de filas -serio aspirante al amarillo-, le pica la pájara y le entra la dormidera, pues no va a tener más remedio que solucionárselo con una de bravas, porque lo que es esta vez el gregario se las pira. Tal y como iba se sentía capaz de cualquier cosa y, a fin de cuentas, ganar, después de la perrería que estaba protagonizando le iba a saber a poco. Su ambición solo podía ser colmada con una gesta de las que no se olvidan.

Apenas si había dejado atrás el breve descansillo que hermana el Col D’Ornon con la mítica y contradictoria montaña de las 21 curvas, L´Alpe-d´Huez, con sus 13’5 kilómetros de ascensión y una pendiente media de 8,2 por ciento. Era el momento, la montaña se ponía a disposición del valiente que aceptará el reto. Año tras año, una edición tras otra, siempre había un elegido para la gloria. Su dorsal, el 104, parecía esta vez el indicado para responder a la llamada de los dioses.

La diferencia lograda en el último descenso, en referencia que se le dio poco más arriba de Les Essoulieux, era de dos minutos. Como una moto, iba como una moto. Moviendo el cuerpo a la altura de los riñones, sincronizando el ritmo relojero de sus hombros con un fácil y fluido juego de piernas. En realidad estaba ascendiendo casi a ritmo de sprint, exhibiendo unos músculos de tren. Mientras él se propulsaba ingrávido, lo que quedaba del pelotón en la etapa 17, esclavo del estupor y del miedo a pisar siquiera la falda de esos 1.860 metros de altitud, aparecía como inmóvil tras una mueca amarilla en medio de un salitral.

Por la mente del escapado -o quizá del huido-, cruzaba también la imagen gesticulante y enloquecida del jefe de equipo, pero al rebasar La Garde, entre la 17 y la 16, esa curva tan terrible que algunos ciclistas exhaustos suben desmontados, desechó de su pensamiento la presencia de ese ogro de rostro crispado para no tiznar su sueño de malas sensaciones. Saliendo de la 16, ¡el no va más!, pisó regocijado el nombre de su jefe de filas que algún aficionado había pintado en la carretera.

Si la montaña, con toda la grandeza y dramatismo que en ocasiones ofrece, ha sido la encargada de sugerir sobrenombres de bestiario: Bahamontes fue el Águila de Toledo, al minúsculo Van Impe de le asoció a un ‘Titi’; el gran Eddy Merchx se mereció ser ‘el Canival’ y su sucesor, Bernar Hinault, se ganó a pulso lo de ‘el Caimán’, ¿qué apelativo merecería el dueño del dorsal con el número 104? ¿La hiena? ¿El traidor?, ¿Caín?... Pero eso no contaba ahora que su mente se estaba desfogando como un rayo se desactiva a través de una toma de tierra.

Dejando atrás la 5, visualizaba ya la localidad de Huez. Seis minutos largos era ya la última referencia sobre Theunisse, ‘el maldito’, su inmediato perseguidor y, a la sazón, el ciclista que durante mucho tiempo mantuvo la marca de ascensión al mítico puerto, con 44 minutos. En esas circunstancias, vencer en una etapa de la prueba ciclista más importante del mundo suponía un salvoconducto para la gloria; lograrlo, además, a costa de un líder mimado y poco sufridor era la codiciada venganza que mitigaría su frustración.

El speaker de la radio oficial que prestó sonido ambiente a esos instantes comparó la proeza con los 8,90 metros que saltó Bob Bymon en la Olimpiada de Méjico, durante décadas incuestionables. Había empleado 40 minutos entre Le Pré des Roches y L´Alpe-d´Huez, toda una hazaña. Y lo podría haber hecho en menos. Visto lo visto…

Tock-tock-tock… En la meta el recibimiento fue estruendoso. Los motores de las cámaras fotográficas echaban humo. Tock-tock-tock… El eco de los aplausos resonaba en toda la montaña. Las nieves perpetuas parecía que se fueran a derretir. Tock-tock-tock… Los chicos de la prensa se mataban a empujones. Su primer autógrafo sería portada en L’Equipe. Tock-tock-tock… Después de diez minutos devorando podio. Tock-tock-tock… se despertó sobresaltado y empapado en sudor.

Sin encender la luz acertó a abrir la puerta de la habitación 104… ¡Quién si no podía ser! El director de equipo estaba serio y parecía preocupado. Se lo comunicó en voz muy baja:

-Lo siento –dijo. Te han sacado restos de aceleración artificial en el control del primer día. Abajo hay un coche esperándote, vístete y vete para casa.

(*) Mariano Asenjo es periodista
4 Comments
  1. Piedra says

    Un cuento muy bueno con un final demasiado triste.

  2. la novata says

    Perfecto, no se merece ese final… o sí

  3. Darman says

    Un cuento con mucha fuerza.
    Un final sorprendente y seco.
    Muy bueno.

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