Píxeles

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© Alejandra Díaz-Ortiz *

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Imagen: wikimedia.commons.org

Pues ahí estaba yo: rellenando el perfil, que más que perfil, parecía una ficha policial.

¿Altura? Pues 1,64 m. ¿Edad? Bueno, un par de años menos, ¡qué más da!: 42. ¿Color de pelo? Bueno, ahora lo tengo castaño, pero tengo ganas de un cambio: pelirroja.

¿Tatuajes? Un error de juventud: sí. ¿Aficiones? ¡Uf! Si digo que me gusta hacer ganchillo, pensarán que soy una antigua. Y si digo que me gustan las motos… Nada, lo normal: cine, lectura y pasear. ¿Quieres tener más hijos? ¡Pero si no tengo ni uno! Y si digo que sí, saldrán huyendo: No, no quiero.

¿Apariencia? ¿Esbelta, delgada, atlética, unos kilos de más? ¡Pero si todas tenemos unos kilos de más!

¿Te consideras muy atractiva, agradable de ver, solo atractiva, normalita?... ¿Qué significará "agradable de ver"?

¿Qué tipo de hombre quieres? Marca las casillas que se correspondan con tu búsqueda… ¡Pues puesta a pedir!: "Alto, atractivo, universitario, buena posición económica, sin cargas familiares, simpático, buen humor, inteligente, cariñoso, sincero, romántico, culto, con pelo, ojos claros, sonrisa agradable, que sea fiel y con disposición al compromiso".

Tampoco es que pida mucho. Pues bien, ya está: perfil aprobado y activado. Allá voy…

¡Wow! Un verdadero supermercado de la ilusión. "En este momento se encuentran 2347 usuarios conectados" ¡¿Tantos?!
Los hay de todos los colores y sabores. Abundan los senderistas y los amigos de sus amigos. Mira, éste se describe como una persona leal. Bueno, sí, pero tiene más de los cincuenta que declara. Seguro que ya hasta se ha jubilado. Sigo. He visto ciento veintitrés perfiles y ninguno termina de cautivarme. ¡Espera! Éste parece diferente. A ver, se hace llamar Prometeo, lo que me viene que ni pintado: yo me hago llamar Pandora. ¿Abro la caja? Le voy a enviar un mensaje.

Hola, Prometeo. He visto tu perfil. Me pareces una persona interesante. Saludos.

¿Saludos? ¿Persona? ¿Interesante?... ¿Acaso le diría yo lo mismo a un tipo sentado a mi lado en un bar? ¡Menuda tontería! Claro que esto lo pensé después de enviar el mensaje. No pasó ni un minuto cuando ya tenía su respuesta: "Hola, guapa. Tú también pareces muy interesante, ¿chateamos?".

Tardé un poco hasta entender el funcionamiento de la mensajería instantánea, pero a los diez minutos ya nos habíamos dado el nombre y reído como locos. En el minuto once me preguntó que qué llevaba puesto. Al principio me sonrojé. Luego dudé en desconectarlo. ¡Un pervertido!, pensé. Pero la curiosidad mató a la gata.

De ahí a los mensajes por teléfono, apenas pasaron veinte minutos, con fotos incluidas. Parecía que estábamos hechos el uno para el otro. No me podía creer la buena suerte que había tenido. A la primera, ya había encontrado a mi pareja perfecta.

Además, resultó tan tierno. Por la mañana, un buenos días. Por la noche, un beso. Hasta el sexo se reveló apasionante. Lo he llegado a conocer tan bien como a la palma de mi mano. Me basta un monosílabo para intuir su estado de ánimo. Lo he visto en su oficina. He admirado su preciada colección de corbatas colgadas en el armario de su habitación. Nos hemos disfrutado desnudos en incontables, e inconfesables, lugares. ¡Hasta en la ducha de su casa de verano! Sé cómo le gusta el café por la mañana y compartimos la copa que se toma a media tarde. Adoro el lunar que marca su entrepierna. Conozco a casi todos sus amigos y a sus hijos, también. Me ha confiado todos sus secretos. Y él, a mí, me conoce tal cual soy, sin reservas, con todas mis alegrías y mis miserias.

Pero a pesar de tanta felicidad, la trampa seguía abierta. Aún me quedaban unos meses por delante para lucir mi perfil. Con Prometeo no me había jurado fidelidad, así que aún podría descubrir a otras parejas perfectas. Para ser exacta, encontré treinta y dos en menos de un mes.

Eso sí, por principio, descartaba a los que tenían mala ortografía. A los que lucían pecho descubierto en las fotos (es que no hay que coaccionar a la imaginación) y a los que mostraban imágenes de sus coches. Por aquello del mal gusto.

He de confesar que los tres primeros con los que contacté desaparecieron al ver mi foto, así que decidí cambiarla por una que mostraba más carne y menos cara. Fue un éxito. A cambio, cuatro se declararon profundamente enamorados. Doce, incluidos dos de los enamorados, confesaron estar casados pero aburridos. Con cinco de ellos quedé a tomar café. Con otros dos, fui al cine. Uno resultó que no era uno, sino una. Se trataba de una mujer que se hacía pasar por chico para ver qué cosas se cocinaban al otro lado. ¿Qué cómo la descubrí? Muy fácil: escribía demasiado. Los hombres, por lo general, suelen ser bastante más parcos en palabras y más directos en sus objetivos. Es decir, al pan pan y "¿a qué hora quedamos, guapa?, que tengo una reunión…".

Los demás se diluyeron en el espacio virtual. Con ninguno, sin excepción, me volví a ver. Ni a hablar ni a escribir.

Al principio fue muy emocionante recibir un montón de correos. Incluso, los de la propia web me felicitaban: "Pandora, estás teniendo mucho éxito…".

Pero igual que le llega el subidón a la vanidad que creías perdida y el picoteo a tu Eros dormido, un día te llega el bajón por lo insulso que resulta el autoservicio de la soledad. Eso suele suceder cuando, al cabo de unos meses, sigues viendo a los mismos dos mil y pico usuarios conectados con las mismas caras, los mismos rollos y las mismas medias mentiras. Y tú, inmutable, también sigues ahí.

Ahora, apenas me conecto, y si lo hago, es porque los del maldito portal no paran de bombardearme con ofertas. He tratado de darme de baja, de desaparecer mi perfil, de fingir que no pasé por ahí, pero no hay manera. Ni los de telefonía te lo ponen tan difícil.

Más, como ya se sabe que la cabra tira al monte, sí alguna vez recibo un mensaje de alguno que me contacta por primera vez, y no tengo nada mejor que hacer, hago un 'copia y pega' de algún correo anterior. Es que cansa estar contando las mismas cosas. Que si mi nombre real, que si a qué me dedico, que si… bla, bla, bla. Las historias se repiten hasta el cansancio: aburrimiento, soledad, desamor. Buscando algo sin saber a ciencia cierta el qué. Igual que yo. Tratando de sentirse deseados de nuevo. Igual que yo. Buscando mariposas en el estómago que, por lo general, se agostan en capullos. Igual que yo.

De todo aquello, lo único bueno que me quedó fue mi primer flechazo. Pero a pesar de vivir en el mismo barrio, decidimos no abrir la caja de los truenos. Ya llevamos un año juntos, aunque jamás nos hemos visto en persona. Nos ha ido muy bien compartiendo nuestras vidas gracias a la complicidad de los píxeles de nuestros teléfonos. Así que, ¿para qué arriesgar nuestra sólida relación a la decepción de una mirada escrutadora? Seguro que no nos tocaremos nunca, pero nos queremos como lo más cierto.

Además, así salvamos el hecho de que mi Prometeo es el más casado de todos los casados. Igual que yo.

(*) Alejandra Díaz Ortiz es escritora. Ha publicado Cuentos chinos (2009), Pizca de sal (2012), ambas en Trama editorial, Julia (ViveLibro, 2013) y No hay tres sin dos (Trama, 2014).
3 Comments
  1. josefina says

    Magnífico… como siempre

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