Diez grandes comedias del cine

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David Torres

En El nombre de la rosa Umberto Eco juega con la idea de una rama perdida del pensamiento occidental: una hipotética segunda parte de la Poética de Aristóteles. El monje Jorge de Burgos custodia el último manuscrito que queda en el mundo, el único texto del gran sabio griego que podría apuntalar una teoría de la alegría y de la risa, una vindicación de la comedia. Aristóteles descubrió que ante una tragedia se produce una purga a través de la compasión y el terror, pero no sabemos si dejó algo escrito sobre la catarsis de las carcajadas. Rara vez se considera a los comediantes a la altura de los trágicos, a Aristófanes a la altura de Sófocles, y eso a pesar de que el mayor novelista de todos los tiempos se llama Cervantes. La risa está minusvalorada hasta el punto de que, en las famosas listas de las mejores películas de todos los tiempos, apenas hay lugar para las comedias, salvo alguna de Chaplin y probablemente de las más lacrimógenas.

Para remediarlo, he tenido la ocurrencia de cerrar esta serie de decálogos con una sonrisa: diez grandes comedias del cine de todos los tiempos, intentando que aparezcan desde algunos viejos maestros hasta algunos de los nuevos. Faltan muchísimos nombres, lo sé, empezando por todo el cine mudo (Chaplin, Keaton, Laurel y Hardy), algunos de los clásicos (Capra, Cukor, Risi), alguna rareza (como el Teléfono rojo de Kubrick) y algunos grandes todavía vivos (Woody Allen o los Monty Python), pero he intentado captar una cierta evolución del arte de la risa a través de las décadas y con diez títulos con los que, personalmente, me doblo de risa. No es sólo que hacer reír sea más difícil que hacer llorar: es que es más importante.

Sopa de ganso (1933) de Leo McCarey

El humor delirante y anarquista de los hermanos Marx al servicio de una enloquecida trama bélica en la que Groucho es el inefable Rufus T. Firefly, el presidente de la república de Freedonia, mientras que Chico y Harpo son Chicolini y Pinky, dos espías de la enemiga república de Silvanya y dos armas de destrucción masiva con sombrero y patas. Ojalá la guerra fuese esto porque la política ya lo parece. “No hay tiempo para hacer trincheras: las compraremos hechas”.

La fiera de mi niña (1938) de Howard Hawks

Una de las cimas de la screwball comedy, cuenta entre otros ingredientes esenciales con un paleontólogo, una solterona millonaria, un hueso de dinosaurio, un perro y un leopardo. Hepburn va a toda máquina y Cary Grant a duras penas puede seguirle los pasos. El final, con el gran esqueleto de diplodocus destrozado, es una de las mejores metáforas de la historia del cine. “-Oh, David, ¿qué es lo que has hecho -Piensa cualquier locura y acertarás”.

lafierademiniñaTo be or not to be (1942) de Ernst Lubitsch

Al igual que en El gran dictador de Chaplin, Lubitsch se atrevió a hacer chistes en medio de la mayor catástrofe de la historia. “Heil yo mismo” dice el actor que interpreta a Hitler: “Es gracioso, ¿no?” Entre bigotes falsos, militares falsos, dictadores falsos y una guerra de verdad, esta comedia demuestra que el humor no tiene límites. “Ese actor hacía con Hamlet lo que nosotros estamos haciendo con Polonia”.

Rufufú (1958) de Mario Monicelli

Gassman, Mastroianni, Cardinale y Totó unieron fuerzas para montar esta hilarante historia de un atraco fallido, una obra maestra de la comedia “a la italiana” que parodia la maravillosa Rififí de Dassin y que ha sido saqueada mil veces (entre otros, por Woody Allen) pero jamás igualada. La banda de ladrones y caraduras más lamentable que se haya paseado por una pantalla intentan dar el golpe de su vida y acaban atracando un frigorífico. “¡Peppe, no seas loco, que te van a hacer trabajar!”

Con faldas y a lo loco (1959) de Billy Wilder

Wilder no da tregua al espectador en esta vertiginosa montaña rusa que empieza con un asesinato en masa y sigue con una lección acelerada de travestismo. Mientras Tony Curtis intenta ligarse a Marilyn Monroe, Jack Lemmon se mete tanto en el papel de chica que termina comprometida con un millonario. Carcajadas a ritmo de tango. “Nadie es perfecto”.

Plácido (1961) de Luis García Berlanga

Como Viridiana de Luis Buñuel, pero en tono cómico, Plácido oculta una sátira despiadada de la caridad y además una denuncia de la hipocresía esencial de la sociedad franquista. A partir del lema navideño, “Siente un pobre a su mesa”, se va armando un artefacto de relojería que va reventando en pequeñas dosis, carcajada a carcajada, hasta explotar como una bomba. “Un infarto, Dios mío, con lo bien que estaba saliendo todo”.

El guateque (1968) de Blake Edwards

Peter Sellers en el rol de Hundri V. Bakshi encarnó al que tal vez sea su zoquete más memorable: un patoso actor hindú que por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. En el guateque que da título a la película, donde es invitado por error, Edwards, con una incesante sucesión de gags visuales y números cómicos, compuso en tono de catástrofe uno de los mayores homenajes que se hayan hecho jamás al cine mudo. “-¡Su mujer se está ahogando! -¡Salven sus joyas!”

El jovencito Frankenstein (1974) de Mel Brooks

Una gloriosa parodia del cine de terror escrita, dirigida e interpretada en estado de gracia. Brooks jamás volvió a volar tan alto como en esta soberbia película donde brillan solos y en parejas Gene Wilder, Terri Garr, Madeline Khan, Peter Boyle, Kenneth Mars y un inefable Marty Feldman (con mención especial para Gene Hackman). El doblaje español, por cierto, es una auténtica obra maestra. “Mi abuelo trabajó para su abuelo, claro que los sueldos han aumentado”.

Huida a medianoche (1988) de Martin Brest

La pareja formada por Robert de Niro, como un huraño cazarrecompensas, y Charles Grodin, como un ladrón de guante de blanco pelmazo y de buen corazón, va dando bandazos por las carreteras de Estados Unidos unidos por unas esposas. Los persigue la policía, el FBI y una banda de mafiosos que quiere acabar con ellos. Un canto a la amistad trufado de mamporros y de inolvidables diálogos. “¿Es el imbécil número uno? Que se ponga el imbécil número dos”.

El gran Lebowski (1998) de Joel Coen

Los hermanos Coen contaban que se basaron en un amigo real para escribir el papel del Nota, ese hippy bonachón y pasado de fecha que bordó Jeff Bridges. Lo que no contaban es que parodiaron al gran John Milius en el rol de Walter Sobchak, irascible veterano de Vietnam al que John Goodman dio la vida eterna. Una confusión de identidades, una alfombra robada, un juego de bolos, un pederasta, una pintora extravagante, una banda de nihilistas, un vaquero que pasaba por allí, un amigo que no puede abrir el pico, un director de cine porno y cualquier cosa que se les ocurra. “Dame una hora y yo también te traigo un dedo cortado. Y pintado de verde”.

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