Se cumplen ahora los cien años del nacimiento de Charlot, cuando su creador, Charles Chaplin, de pura casualidad, transformó su aspecto con lo que encontró a mano: aquella improvisación se convirtió en uno de esos momentos únicos que acaecen en el arte y que los tiempos antiguos elevaron a legendarios porque pensaban que esas ocurrencias estaban auxiliadas por los dioses. El caso es que el sombrero hongo, el bombín, y el bastón usado al modo de molinete se ha convertido desde aquel febrero de 1914 , Chaplin tenía entonces 24 años, en que apareció por primera vez en un corto de la compañía Keystone, de la que era dueño Marc Sennett, en un símbolo gráfico del siglo XX, con toda probabilidad el más usado por artistas, hasta el punto de constituir el primer merchandising de la era moderna.
El año ha sido pródigo en celebraciones de todo tipo con motivo del centenario del nacimiento de Charlot, que está más justificado celebrar que la del propio Chaplin -como Hamlet respecto a Shakespeare, Don Quijote respecto a Cervantes-, prueba concluyente de que se ha creado un personaje que trasciende a su creador, pero resulta curioso comprobar cómo sólo en las tres semanas que llevamos del mes de octubre se han editado tres libros que en cierta manera tratan de Charlot: Confluencias ha publicado Un comediante descubre el mundo y Conversaciones con Charles Chaplin, un libro de entrevistas presentadas por Kevin J. Hayes y que reúne once de ellas realizadas entre 1915 y 1967, lo que la convierten en un documento imprescindible ya que Chaplin era hombre poco dado a conceder entrevistas; y la reedición, por parte de Lumen, de la Autobiografía, un inmenso volumen que reproduce la publicación de 1989, inencontrable, y cuya primera edición, sudamericana, data de 1964 en traducción de Julio Gómez de la Serna. Esta edición de Lumen ha sido enriquecida con una serie de fotografías de las que carecía aquella del 89.
Desde luego lo mejor que podemos hacer con Chaplin es volver a revivirlo en sus películas, incluso las que no son de Charlot, pero sus escritos poseen un enorme interés, ya que al no ser su expresión artística ocultaba menos de lo que pensaba que realmente ocultaba, y tengo para mí que era mucho. Pero si algo define a un artista grande es su cohernecia, su implacable coherencia, y en esta su Autobiografía, por ejemplo, cuando describe su infancia en un barrio pobre de Londres, por otro lado magnificamente evocada en la escena en que su madre aparentemente lo rechaza porque sabe que si se va fuera podrá comer lo que ella, en su pobreza, no puede ofrecerle, el lector cree asistir a una de las escenas de sus muchas películas, donde el melodrama no oculta del todo la tragedia que allí se vislumbra, e, incluso, cuando se refiera a los confictos sociales siempre la imaginación se dispara en pos de las magníficas escenas, inolvidables, de Tiempos Modernos, aquel Charlot perseguido por llevar la bandera roja, aquel que sigue repitiendo el gesto mecánico de apretar la tuerca en la cinta cuando ya ha salido del trabajo...
Chaplin creó a Charlot, el hombre feliz por el simple hecho de vivir, digno, en tiempos de humillación, desprecio y pobreza, un personaje salido de las crisis sucesivas del capitalismo, los tiempos modernos. Y la creación de ese personaje, que se comía los cordones de las botas a modo de espaguetis en La quimera del oro, le hizo uno de los hombres más ricos de su tiempo y más famoso y más solicitado y, a la vez, más temido, porque siempre conservó independencia crítica, lo que se comprobaría en los años de la Guerra Fría cuando abandonó Estados Unidos porque su presencia era ya incómoda en plena cruzada anticomunista.
Uno de los pasajes más sorprendentes, por lo que se atisba detrás de esas palabras de cierto dolor ante la realidad del mundo, de estos escritos es cuando él, ya subido al carro del éxito más clamoroso y cuando estadistas como Churchill gustaban de posar a su lado, o científicos como Einstein, comprueba el enorme beneficio que le da la industria de estatuitas de Charlot repartidas por todo el mundo y que se vendían por millones. Chaplin, casi primera víctima del propio monstruo que ha creado, llega a escribir: “ Abrumaban con toda clase de proposiciones de negocios relacionados con libros, vestidos, velas, juguetes, cigarrillos y pasta dentífrica”. Hay un deje de sorpresa en ello pero también de amargura: la industria había logrado desnaturalizar a su criatura.
Pero Chaplin gustaba del agasajo y los poderosos de aquel tiempo le estabilizaban su oculta inseguridad de antiguo paria que, por serlo, se las conoce todas, o cree sabérselas. En Autobiografía, se suceden los famosos de aquellos años con la misma rapidez de los cigarrillos que quema un fumador empedernido, parecía coleccionarlos por docenas y, así, de esa manera, pensar que todo lo que había hecho tenía sentido. Pero es en Un comediante descubre el mundo donde escribe esa atracción con estilo único, cuando entres dos grandes éxitos de películas suyas, llega a Londres y lo recibe ua multitud enfebrecida, rianse de las estrellas del rock, donde cenará con Lady Astor, que fue la primera diputada en el Parlamento británico, con G.B. Shaw, en aquel entonces en la cúspide de su fama, y con Winston Churchill, del que se confiesa su amigo, y del que describe maravillas, como por otra parte hace con cuaquier famoso.
Charles Chaplin fue hombre muy culto y al que no le dolían prendas destruir cualquier mito sin problema alguno, tenía opiniones sobre obras cumbre de la literatura del siglo XX muy particulares, y era un gran conocedor de la poesía inglesa clásica y de Richard Burton, en especial su Anatomía de la melancolía ,que releyó una y otra vez, y sobre todo, unas ideas políticas de las que nunca se apeó: resulta placentero leer sus recetas para remontar la crisis económica del 29, que no reparaba en hacérselas saber al Duque de Wensminster, recetas como el control de precios, reducir horas de trabajo e imprimir dinero, lo que ahora se llamaría incentivar la economía privada mediante el crédito. No se le hizo caso en su programa que hoy llamaríamos socialdemócrata. Diez años más tarde Europa se sumió en su peor guerra.
Ya digo, merece la pena leer los escritos de Chaplin. No se me ocurre homenaje más justo en el centenario de Charlot.
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