El Círculo de Bellas Artes de Madrid ha tenido una idea que se sale de la tónica general de homenajear a ilustres creadores ya muertos. A Francisco Ibáñez le quedan años por vivir, pero ya tiene organizado un homenaje en forma de gran exposición de sus tebeos que han amueblado algunas de las azoteas de generaciones de lectores en España. Recuerdo que alternaban bien su botones Sacarino con La tía Tula, de Unamuno, por poner un ejemplo. Precisamente porque nada tenían en común.
Esta exposición reúne más de cien revistas producidas desde los años 50 hasta hoy, con una serie de dibujos originales que constituyen, claro, lo más destacable de la muestra. Los comisarios, Elena Vergara y Antoni Guiral, han cuidado los detalles: desde el llamado merchandising hasta los pormenores de la carrera del autor. Vergara ha dicho a cuartopoder que les parecía increíble que un dibujante como Ibáñez, que lleva 50 años en el tajo y que ha recogido la realidad española, a veces, de forma tan certera y humorística, no haya sido objeto de una sola exposición. Por eso la organizan. Para hacer justicia.
En España, quien resiste gana, dicen. A veces se atribuye a Cela, a veces, a los clásicos. Ibáñez es un resistente de guerras menudas y no tanto. Su mejor cualidad –ha dicho él mismo muchas veces- es la de adaptarse a los tiempos. Sus personajes siguen vivos y van tomando un aire de gente activa y crítica con las cosas que pasan en España, sin que eso confiera a las historietas pátina alguna de pretendida autoridad; simplemente el humor, que parece inocente, atiza el fuego de las conciencias juveniles.
Un lenguaje directo, a veces brutal, deja claro en un golpe de voz de qué va el asunto, como llamar Estrujenbank al lugar donde se depositan los ahorros.
Cuando dejó su trabajo como contable para dedicarse enteramente a pintar monas y crear historietas, Ibáñez encontró el sendero del éxito en Bruguera. Nadie como él para crear aventuras de espías contadas a través del prisma del humor y la chanza, con un lenguaje siempre al día, incorporando aspectos de la actualidad internacional, porque la nacional no daba para tanto en aquellos años sesenta. Así nacieron las andanzas de Mortadelo y Filemón, agencia de información.
Pero Bruguera le salió rana a nuestro héroe -en realidad, la empresa quebró-, de modo que a mediados de los 80, Ibáñez se incorpora en Grijalbo, donde sigue su desenfrenada carrera, y crea –como siempre, con la mirada puesta en los achaques de su tiempo: Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión, sin empleo, cuya trama no necesita explicación, y con cameos como el del entonces presidente del gobierno, Felipe González.
Si Francisco Ibáñez hubiera sido tratado mejor por la suerte, si no le hubiera tocado producir como una máquina para ganarse el pan como se dice que tuvo que hacer Benito Pérez Galdós, para ganarse los garbanzos, ahora estaría más clara su valía, habría recibido más medallas, más honores y más pasta. Pero, así es la vida y así es España, señores. No hay más que hablar: es mejor que quien pueda se acerque a ver la exposición que se ha inaugurado este martes y dura hasta enero de 2015.
Sólo añadiré que de Francisco Ibáñez lo que siempre me ha atraído es su buen humor, su calidad humana –como se dice ahora-, esa forma incansable de sonreír que se nota brotada del fondo de su alma y que se sale por unos ojos eternamente infantiles. Desafío a quien quiera encontrar una fotografía de este genio en la que no salga sonriente. Y no será por falta de malos tragos en su vida.
Mortadelo y Filemón, quienes les enseñaron a mis hijos desde pequeñines — cuando pasábamos los veranos en España—a leer. Aprendieron el español antes que el ingles…y a reír y disfrutar de la lectura.