Txetxo Yoldi es un conocido periodista de larga trayectoria que en cierto modo ha sido pionero de una modalidad que cuando empezó era poco menos que marginal y que ahora se ha convertido casi en una sección primordial y necesaria, casi única, en los medios de comunicación: los temas relacionados con tribunales, ya fueran de asuntos que tienen que ver con la corrupción, pongamos por caso, o terrorismo. Yoldi ha sido testigo, a veces casi único narrador, de sucesos como la intoxicación por aceite de colza, el golpe de estado del 23 F, los atentados del 11 M o los viajes no justificados de Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial, convirtiéndose en el periodista que destapó el asunto.
Pero este post no pretende dar cuenta de la trayectoria profesional de Yoldi, que es sobradamente conocida, sino hacernos conscientes de la temática que le ha envuelto durante más de treinta años de profesión porque en cierta manera clarifica no sólo la historia que el lector se va a encontrar en El enigma Kungsholm (Editorial Mong, 2014), primera incursión en la ficción narrativa de José Yoldi, sino su ahondamiento en el modo más íntimo que tiene un escritor al revelarse: su estilo. Sucede que aquí el estilo ha conseguido tal neutralidad respecto a lo personal que parece diluirse en un pretendido lenguaje de natural comprensión, apenas sin retórica alguna.
Creo que el género del thriller tiende a un estilo donde el autor queda neutralizado, como ya lo vio Cyril Connolly en los años treinta cuando el thriller comenzó como género y por ahí andaban James Cain y Dashiell Hammett. Pero en esta novela esa neutralización es necesaria: hubiese hecho las delicias de Stendhal que siempre quiso que el estilo de la novela se acercase casi a la concisión científica del Código Civil. El prólogo, que ha sido escrito por Baltasar Garzón, es, asimismo, clarificador, de la trayectoria de Yoldi como periodista pero también de Garzón como lector cuando se refiere al buen término relativo de la resolución del caso del que se ocupa la novela. Ahí reside la clave de la misma y es lo que la diferencia de otras, las clásicas del género, donde el héroe, o antihéroe, aún perseguía el cumplimiento de la redención del delito... o de la culpa. En esta novela la maraña posmoderna, por actual, se entreteje en tal relativismo que la afirmación de Garzón, lo de buen término relativo, resulta apaño de jurista. Lo que se oculta, y está presente en la novela, es mucho más terrible: la imposibilidad de atisbar la verdad.
Hay que decir que esta narración es un thriller que se ajusta como un guante a lo que se espera de ella. Es de una ortodoxia pasmosa respecto a las reglas del canon del género. Tengo para mí que Yoldi ha preferido ajustarse a ese canon estricto para poder sentirse más a gusto con lo que realmente pretende, dar a conocer los entresijos de la corrupción de las altas finanzas apoyándose en un caso real que sucedió a principios de la década de los noventa, el caso Reimhold. Ese ajuste, por tanto, permite al lector que el tema, los entresijos de la trama, resalten sobre los demás artificios literarios, ya que al fin y al cabo nos estamos refiriendo a una novela.
Así, nada especial puede resaltarse de La Crónica, el diario donde trabaja Paz Guerra, de la que tampoco debe resaltarse gran cosa, salvo que posee tics que podrían achacarse al autor, aunque afortunadamente no muchos. Lo mismo del policía casi idealista, que por las páginas se mueve. La trama, por otro lado, es sencilla y pretende que se crucen dos asuntos, el del fraude del IVA a Hacienda por parte de ciertos elementos vinculados a negocios inmobiliarios y otro de blanqueo de dinero procedente del narcotráfico, que hace que Ildefonso Cortázar, un abogado que aparece muerto en el patio de luces de la empresa Kungsholm, junto a una estatua de Séneca, sea el detonante de la investigación de un crimen que se convierte ya en otra cosa, en un marasmo. Aviso para navegantes.
Cortázar está metido en los asuntos más turbios de Madrid, en pleno auge de los pelotazos del felipismo, y Paz Guerra lo tiene fácil en su investigación hasta que sabe que este Cortázar se sentaba en el consejo de administración de un banco junto a Fermín Fernández Román, que es consejero delegado de La Crónica. El resultado es que según Paz Guerra se va adentrando en el mundo de las altas finanzas, su reportaje se aleja cada vez más de ser publicado, amén de caer en la maraña jurídica más delirante. No en vano Kafka presentó la indefensión metafísica del hombre como indefensión jurídica. Desde luego, en la novela conviene resaltar ciertos caracteres que tampoco deberían resaltarse demasiado sin caer en el peligro de homenajear cierto costumbrismo, pero es que personajes como el director del diario, Antonio Angulo Romasanta, Kiko Merino, perseguidor de becarias, o Agustín Cantero, que no se ha desviado de lo que, él cree, desean los dueños del diario desde su primer día de ingreso en el mismo, son en su tipismo personajes salidos de cualquier medio de comunicación de los años posteriores a la Transición.
Hay un dicho mexicano que afirma que como todo es mentira, la verdad nunca se sabe. Es también título precioso de una afamada novela. Conviene como guante ajustado a la mano sobre la narración de José Yoldi porque no vemos nunca resolver el esperado final, pero lo cierto es que esta novela contiene, por su fidelidad a los hechos, un coraje que hace que esta vez el periodismo casi le gane la partida a lo que se dirime en el canon del género. No hay redención, ni atisbo de justicia, pero la novela va más allá, pues ni siquiera logramos vislumbrar claridad alguna, aun sea oculta. No hay en este libro engaño posible sino verdad desnuda, aun sea apañada.
Parece la letra de un corrido, pero es así , cierta como la vida misma. Ay, el apaño.
José Yoldi nos ofrece aquí una muy buena primera novela. Desde luego porque no lo ha pretendido. Eso, aunque parezca mentira, ayuda.