El ‘hipster’, ese enemigo a abatir

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Cubierta_hipsters
Cubierta de la obra.

Un libro se ha puesto de moda entre la gente de edad próxima a la madurez, que ahora se llama joven. Lo ha escrito Víctor Lenore y su título, Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural, lo dice todo, o casi todo. Lo ha publicado Capitán Swing y se está convirtiendo en un título de referencia para ser apoyado sin solución de enmienda o ser denostado por lo mismo. Como uno ya tiene cierta edad, llegando a haber conocido la versión cutre hispana de los rockers y los mods, no me siento con ánimo de tener un ojo avezado con esto de las tribus urbanas, me quedé en las que Miguel Trillo fotografió en el Madrid de los ochenta, con sus mohicanos de Villaverde Alto y todo, y que en realidad han cambiado poco. Respecto a estos de que habla Víctor Lenore no termino de identificarlos en sus sutilezas. Asistí en su momento a cierto travestismo en el ropaje que se vendía en el Mercado de Fuencarral y poco más. Cuando paseo por Malasaña, amigos más jóvenes me señalan a estas gentes y me parecen treintañeros que llevan su correspondiente moda porque pueden permitírselo, es decir, supongo que no tienen que ir vestidos en sus trabajos con el eterno terno azul de ejecutivos y cosas así. Poco más.

Pero al enfrentarme con el libro de Víctor Lenore, es un libro corto, de apenas 150 páginas y felizmente escrito en estilo panfletario, he tenido que sumergirme en una crónica de crítica cultural, que me interesa más y por eso mismo lo considero digno de trascender cierta banalidad mediática referente a la mudanza de las tribus urbanas. Para los muy enterados, es decir, la gente que roza los treinta años y anda en el asunto, este libro está escrito a destiempo porque la crítica que realiza, la de la despolitización de los hipsters y demás, está contemplada desde los tiempos en que se ha puesto de moda Podemos y ahora no está bien visto tamaña incursión en el sistema neoliberal. Para estos muy enterados el libro peca de oportunista y llega en momentos tardíos cuando todo lo que cuenta ahora tenía que haberse contado hace tiempo, pero en realidad esa cuestión no importa porque implica un juicio de intencionalidad que no tiene en cuenta lo que se dice en el libro, su tesis, que consiste en desmontar el tinglado cultural de los hipsters desvelando sus profundas conexiones con el conservadurismo de corte anglosajón, las más de las veces realizadas de forma inconsciente y un poco tonta, es decir, un tanto esnob.

Hay que decir que es probable que la cosa sea cierta, pero me temo que lo mismo podría aplicarse, en otro orden, a los jóvenes sesentayochistas y las críticas que se les han hecho han pecado de injustas, sobre todo desde los sectores más conservadores que se dieron en los ochenta y noventa. Pero reconozco que el tono provocador de Lenore consigue aquello que desea. Afirmar, por ejemplo, que los hipsters son la primera tribu urbana en defender los valores impuestos por el capitalismo contemporáneo, como se lee en la contraportada del libro, es eficaz como eslogan pero me temo que no resiste cierto análisis comparativo. Se nos olvida , por ejemplo, que había sectores en la Transición próximos al PCE que pensaban que el rock era contaminación cultural imperialista y había que escuchar sólo cantautores concienciados, etc, y que muy probablemente desde aquella izquierda de corte tradicional no había tribu urbana que se resistiera a quedar liquidada en ese enfoque, ni siquiera los muy punkies reacios a la política de la Thatcher. No olvidemos que las tribus urbanas estaban muy ligadas a los movimientos libertarios y no había nada de lo que desconfiara más un comunista que del tufo anarquista.

Sucede que este libro se aproxima a ese tipo de análisis, pero realizado de manera mucho más inteligente. Es igualmente, atractivo, sugerente, como cuando se refiere a los grupos del Nozilla, a Fernández Mallo y Fernández Porta; cuando se mete con la inefable Alaska, que ya apuntaba maneras cuando Los Pegamoides, criticando el izquierdismo de Podemos; cuando denuesta a Javier Calvo por emplear la palabra choni para referirse a una chica de clase obrera, lo que no deja de ser un tanto puritano; cuando incluso alude a la reina Letizia como ejemplo de su tesis porque fue a un concierto de Los Planetas. Incluso el abuso de la locución “clase obrera” se debe a que da por sentado algo formado en el XIX y no capta ese estar sujeto a una movilidad tal que hoy día no es fácil fijar sus límites. Es cierto que es lúcido cuando incide en anécdotas, como la de los muchos que ejercen de camareros y porque en sus ratos libres actúan en una pieza de teatro para aficionados han cambiado su filiación de perteneciente a la clase obrera por la de artista, pero esa crítica pertenece al ámbito de la sociología de lo cotidiano, no al del análisis riguroso y en días de sociedad líquida no conviene fijarse en conceptos pétreos porque estos pueden hundirse por su propia densidad, que no otra cualidad tienen.

Aun y así, el libro posee su parte fascinante. Es provocador, lo que critica es sujeto de goce por parte del lector pero no porque incida en el derechismo, como cree él, sino porque muestra lo banal; es, también un tanto reduccionista cuando define todo esto como producto WASP trasplantado a tierra hispana, aunque esto ha sucedido siempre cuando uno no pertenece al país que domina el mundo en ese momento, a modo de los alejandrinos soportando o vanagloriándose de ir a la moda romana; es conveniente porque en el fondo ya era hora de que este tipo de relaciones culturales sean motivo de análisis; es innegable porque cierta es la ola de estupidez reinante en ese tipo de ambientes un tanto deslavazados... y así podríamos continuar hasta llenar páginas. Tengo para mí que es libro sujeto, sobre todo, a controversia. Pero ¿no habíamos quedado en que era un panfleto?

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