Un autor de operetas llamado Raymond Chandler

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El escritor estadounidense Raymond Chandler. / Wikipedia

Es un lugar común –cada género tiene sus mitos, sus leyendas, sus supersticiones, también– decir que Raymond Chandler se dedicó a la escritura porque a raíz del crack del 29 se quedó sin trabajo y, gracias a ello, llegó a inventarse casi un género sino fuera porque por allí estaba, incluso antes que él, Dashiell Hammett. La leyenda es hermosa pues concierta el espíritu emprendedor del imaginario norteamericano con un género que actuó, a falta de una buena tradición realista, y ello a pesar de libros como Las uvas de la ira , La ruta del tabaco o Elogiemos ahora a nombres famosos, como revulsivo denunciador de una situación social. Idóneo. Pero se acaba de descubrir ahora en la Biblioteca del Congreso un libreto inédito de Chandler de una opereta, La Princesa y el vendedor ambulante, fechada en 1917, que echa por tierra la leyenda: a Chandler le gustaba escribir desde muy joven y no descubrió la literatura a los 44 años, sino que su situación personal, bastante desesperada, le llevó a embarcarse en un género literario casi marginal, diríamos terrible para un hombre educado en Londres durante doce años y que luego tuvo que adaptarse a la extrañeza de Los Ángeles.

El manuscrito fue hallado este verano, junto a la partitura musical, de Julian Pascal, por Kim Cooper, que acaba de publicar en los Estados Unidos una novela donde uno de los personajes de la misma es Raymond Chandler. Justo estaba indagando sobre el escrito cuando se topó con el libreto, 48 páginas, según ha explicado al diario The Guardian, que como buen periódico británico, se ha fascinado más por esta historia que sus correspondientes americanos.

Como Cooper debe ser un tipo avispado, le vino a la cabeza la idea de representar la obra porque era éxito seguro. Así que convenció al actor Paul Sand y logró embarcar al guitarrista y compositor Skip Heller como director musical pero he aquí que la familia del escritor, sus herederos legales, no ha dado consentimiento alegando que la obra no tiene nada que ver con lo que luego hizo el escritor.

Por lo pronto, el tono jocoso de la obra sorprende, por lo menos en un primer vistazo, ya que se acerca a aquellas comedias del momento, las de Gilbert y Sullivan, que arrasaban en los teatros londinenses y neoyorquinos. Algo, por otro lado, nada extraño si tenemos en cuenta la profunda conexión de Chandler con Inglaterra, donde vivió de los doce años hasta los veintidós y donde llegó a trabajar como funcionario, su madre era irlandesa. Pero hay otro elemento que lo emparenta con cierta tradición británica y que explicaría su éxito literario posterior y que en esta opereta aparece, el gusto por el crimen.

El libreto trata de la historia de amor entre Porphyria, hija de los reyes de Arcadia, y el vendedor ambulante, Jim, por supuesto un chico guapo. Una trama donde se apunta un drama shakesperiano pero se queda en amable componenda. Aún y así, se leen cosas como: “ Los criminales mueren con la más profunda de las muertes/odiados de todos lo bueno y sabio, empapados en crimen hasta el pelo y los ojos”. La imagen es shakesperiana pero mala, pero anticipa un Philip Marlowe menos comprensivo con el prójimo que el genuino.

Parece ser que Raymond Chandler perpetró más cosas de este tipo. Su hijastra, Sybil Davis, que es hija de la mujer con la que Chandler mantuvo relaciones en la etapa final de su vida, así lo cree y lo demuestra con la posesión de una copia de este libreto que se lo regaló Chandler cuando ella tenía 12 años. Sucede que se ha acordado de repente cuando ha aparecido el original, pero en cualquier caso ella posee gran parte de los papeles de Chandler, manuscritos de sus novelas más afamadas y de su biblioteca, que reposan ahora en la UCLA, la prestigiosa universidad de Los Ángeles.

El caso es que las incursiones de Chandler en el mundo del espectáculo fueron profusas, pues no hay que olvidar que escribió guiones cinematográficos como el de Perdición, de Billy Wilder y Extraños en un tren, de Alfred Hitchcock, basado en una novela de Patricia Highsmith, amén de ciertos relatos cortos con ánimo de que fueran filmados. Tengo para mí que La Princesa y el vendedor ambulante no debe representar una rareza en la bibliografía sino sencillamente una obra menor dentro de la misma, amén de curiosa, y estoy de acuerdo con que debería ser representada porque poseo cierta reverencia supersticiosa hacia los clásicos y creo que siendo Chandler un autor excelente es seguro que la opereta no puede ser muy mala.

Pero el caso es que la leyenda del ejecutivo de Dabney Oil Syndicate, que fue despedido por razones debidas al crack, se difumina. Chandler era un bala perdida, como dijo Agatha Christie, esa dama: era alcohólico, le daba por no ir al trabajo muchas veces y, encima, mantenía relaciones sentimentales con algunas empleadas. Entonces, después de que le expulsaran de la empresa, se dedicó a escribir. Tenía 44 años y murió con 70. En medio nos dejó ocho novelas como El sueño eterno, La dama del lago, título que remite a la mitología artúrica, un imaginario británico e irlandés que nunca quiso olvidar, La hermana pequeña, El largo adiós...

Uno siempre tuvo una rara querencia por este escritor. Tanta, que agradece que se haya descubierto un libreto suyo porque de esta manera posee una bella excusa para escribir sobre él.

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