Jaime Gil de Biedma, el artista seriamente enfermo

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El poeta barcelonés Jaime Gil de Biedma. / Efe

El día 8 de enero de 1990 moría, víctima del sida, Jaime Gil de Biedma, uno de los grandes poetas de la literatura española de la segunda mitad del siglo, representante grande de la Generación del 50, teórico impensable de una poesía de la experiencia que entronca con la tradición inglesa del postromanticismo que conoció por aquellos años en la figura de Philip Larkin a su vate más lúcido, niño bien, empresario de gran talento, y autor de uno de los dietarios más increíbles y preteridos de nuestra literatura, Diario del artista seriamente enfermo, la poesía inglesa actuó siempre en él como una sombra benéfica y en este título planea el magisterio lejano del ejemplo de un Dylan Thomas. El día 12 de enero, en Nava de la Asunción, en la provincia de Segovia, en la casa solariega de este apellido castellano de alta alcurnia, sus amigos le enterraron, lejos de aquella Barcelona testigo de sus altos logros. Las cenizas las llevó Juan Marsé, testigo de los últimos momentos del poeta, novelista a quién un mes antes se le fue el otro gran colega, Carlos Barral. Jaime Gil había pasado el último verano, el del 89, en la casa de Marsé en Calafell, cuando, incapaz a veces de hablar, cantaba, acompañando a Joaquina Hoyos, esposa de Marsé, La niña de la estación, de Concha Piquer. Entre Calafell y Nava de la Asunción hubo siempre un puente tendido, secreto, una ida y venida de amigos: en la localidad segoviana, en 1965, Juan Marsé da los últimos toques a Últimas tardes con Teresa. Por allí andaba el anfitrión, Jaime Gil, claro, pero también Ángel González, y María Rosa Camps y Marcelino Someso...

Juan Marsé, un chico un tanto golfo del arrabal barcelonés, Jaime Gil, niño bien, ejecutivo vinculado a la Compañía General de Tabacos de Filipinas, empresa que contenía gentes extrañas apasionada de las artes, por ahí está Fernando Zóbel, Carlos Barral, un poeta que el tiempo engrandece cada vez más, editor, burgués disipado de marino.... el vínculo era de amistad pero también de cierto empeño esnob, que tenía que ver mucho con la época, de presentar a un literato proletario. Gil y Barral se apasionaron con el asunto: Marsé, la gran esperanza blanca de la literatura española de los sesenta. En cierta manera aquello se cumplió, pero hay que decir con dificultades para el propio Marsé: aquella década conoció una operación de marketing editorial sin precedentes y de gran fortuna y calado, el boom latinoamericano. Marsé salió airoso de aquel enorme envite, pero hay que añadir que la literatura proletaria pasó a mejor vida. Ganamos todos.

El Sida, enfermedad nueva en aquel entonces que empezaba a ser domeñada pero no la desconfianza hacia su origen. Jaime Gil, poeta, homosexual, hombre vinculado a la izquierda, quiso pertenecer al PCE pero intelectuales de la talla de Manuel Sacristán, traductor de la Estética, de Lukács, le vetaron... Jaime Gil sobrepasaba en aquellos años las expectativas más insignes de los doctrinarios, por muy luchadores que de la libertad se consideraran, y no sólo en las costumbres sino también en el imaginario estético: frente al realismo obligado, el eco de la tradición postromántica inglesa, frente a la doctrina, el atisbo urgente de una realidad mucho más rica, que rozaba la experiencia nihilista pero sin dejar mecerse en ella porque la forma exige una disciplina espartana. Jaime Gil legó una obra poética exigua pero esencial. La aportación de ella, sin embargo, es alargada y aún deja huella en generaciones más jóvenes. La poesía de Jaime Gil ya no escandaliza, su diario es sorprendente aún hoy día porque muchos no terminan de entender el coraje que se necesitaba para escribir así en esos años, la enfermedad que se lo llevó ha sido doblegada, es decir, su mundo es ahora normal, parte de lo cotidiano. No así lo insondable, de donde surgía su poesía. Esto ya es otra cosa.

A los 25 años de la muerte de Jaime Gil, convendría destacar la importancia que tuvo dentro de su generación, la de Carlos Barral, Ángel González, Alfonso Costafreda, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo, y que en cierta manera está conformada por su experiencia con la poesía inglesa. Jaime Gil fue traductor de alguno de sus poetas ingleses preferidos, fue deudor de Wordsworth, Lord Byron, Coleridge y ese trato le hizo atreverse a cambiar el canon de la poesía española, oomo antes que él y de manera más definitiva hizo Luís Cernuda, poeta con el que mantiene correspondencias muy profundas, soterradas y que convendría esclarecer. La labor de Cernuda fue más trascendente y en el cambio de canon de la poesía española tiene la importancia que en la inglesa tuvo un T. S. Eliot, sin ir más lejos la consolidación definitiva en la literatura del siglo XIX de Gustavo Adolfo Bécquer, pero el ejemplo de Gil de Biedma requiere ya los gestos modernos de un Larkin. Hay poemarios como Las personas del verbo que son irremediablemente modernos hasta hoy día y eso pasa ya por la poesía narrativa anglosajona, la que concierne a la llamada poesía de la experiencia.

Jaime Gil, al igual que Cernuda, mantuvo una tensión a veces trágica con España. De su país siempre decía que era un país de cabreros. Celebrada frase que llega hasta hoy. En una entrevista que el día 8 de enero en el diario El País ha realizado Borja Hermoso a Juan Marsé, el novelista afirma que “España es un país de cabreros, joder”. ¿Homenaje oculto el mismo día de la muerte del amigo?

Pues eso.

1 Comment
  1. ARKAITZ says

    MR JAIME GIL DE BIEDMA EXIGE A LA MAFIAS GURTEL PP DEL OPUS DEI ESPERANZITA AGUIRRE QUE INGRESE EN LA CLINICA PSIQUIATRICA LOPEZ IBOR PARA CUMPLIR LA CONDENA DE 2 AÑOS DE TRATAMIENTO PSIQUIATRICO DEL ALCOHOLISMO PEPERO DEL OPUS DEI PLEASE

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