Novelas y vidas propias

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Milena Busquets / anagrama-es.es
Milena Busquets. / anagrama-es.es

No es casualidad, no lo creo, que en los últimos años hayan ido creciendo las novelas con fondo autobiográfico o las biografías noveladas que enseñan más de lo que tratan de disimular con el pretexto de la ficción. Lo ha observado Félix de Azúa hace poco, a propósito de la obra de Edward St. Aubyn, que en España ha publicado Random House, pero conste que yo llevaba tiempo queriendo escribir sobre ello.

La segunda novela de Milena Busquets, También esto pasará (Anagrama, 2015) ha sido un fenómeno de éxito en la Feria del Libro de Francfort por la cantidad de traducciones y de editoriales importantes que la han comprado. Una buena noticia para un editor incansable pero también un hecho que llama a reflexionar.

En poco tiempo he leído –además de la novela de Busquets-  Un hombre enamorado, de Karl Ove Knausgard y La lección de anatomía, de Marta Sanz. Salvando las distancias que hay entre estos libros, el asunto es la vida propia: la vida cotidiana y presente, en el caso del noruego; la que se entrelaza todo el rato con la infancia y la adolescencia, en el de Sanz, y la experiencia de la muerte de la madre, unida a la vida sin ella, en Busquets.

Hace años, Marcos Giralt Torrente triunfó con Tiempo de vida (2010) su novela en busca del padre, y Julian Barnes salió con Nada que temer (2010), sobre la muerte de sus padres y la experiencia religiosa familiar, y hace menos tiempo, con Niveles de vida (2014) inspirado por la muerte de su esposa. Habrá quien recuerde el conmovedor libro, Mi madre, de Richard Ford (2010). También, de Soledad Puértolas, Con mi  madre (2001). Me doy cuenta de que todos estos libros los ha publicado en España Anagrama. No sé qué habrá detrás si es que ha de haber algo.

En todo caso, si se ha producido el fenómeno Busquets en la feria alemana de libros habrá sido porque interesa a los lectores por todas partes del mundo ese tipo de relato, esa indagación, psicoanalítica casi, en el pasado reciente, en el presente cotidiano. En los conflictos que las tareas de la vida vulgar crean al escritor, que ha de sacrificar tiempo necesario para la creación –caso del noruego Knausgard- y en cómo resolverlos sin tener que apechugar con el sentimiento de culpa.

Son libros catárticos, por más que los obligados matices tiendan a suavizar esa afirmación tan tajante. Quien los escribe parece que se psicoanalice en busca del balsámico efecto que produce la escritura pero también, sobre todo,  por la inmersión en el infierno que supone recordar lo que no se quiere recordar, lo que se ha mantenido a oscuras todo el tiempo posible para no verse perturbado por la realidad. Una inmersión que no pretende quedarse en un lugar tan inhóspito, claro, sino que busca aclarar ciertas cosas que le impiden al ser estar mejor consigo mismo.

También para el lector, creo, tiene ese efecto de autoanálisis, porque cuando el libro está bien escrito –y en los casos mencionados, todos lo están- su lectura plantea preguntas capaces de sugerir una autoindagación. Todo esto sucede en poco tiempo y muy sutilmente; no estoy simplificando, o no quisiera.

En definitiva, se trata de un ejercicio tan humano como contemplar la casa de la infancia –a veces, inexistente físicamente- a través del paso del tiempo, inexorable e irresistible. Se puede hacer con buena carga de humor como lo hacen Sanz y Barnes o echando mano del embellecimiento poético de los recuerdos, como hace Milena Busquets aludiendo a la casa de verano en Cadaqués, y que asocia al cuerpo y el alma de la autora de El mismo mar de todos los veranos, su propia madre:   “Tu vejez, cuando las puertas de la casa, que hasta entonces habían estado abiertas de par en par para todo el mundo […], empezaron a cerrarse, empujadas por un vendaval invisible. Y cuando la felicidad, poco a poco, dejó de ser lo que era […] Y ver envejecer la casa contigo, quedarse sola y, finalmente, convertirse en ti”.

A todo ser humano le llega alguna vez la necesidad de psicoanalizarse con o sin ayuda. Hay quien lo hace por medio de la meditación budista o zen y hay quien se gasta los cuartos en el diván. Luego están los que le dan a la lectura y a la escritura.

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