Giacometti, la apoteosis del hombre delgado

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Desnudo de pie copiado del natural, 1954. / fundacioncanal.com
Desnudo de pie copiado del natural, 1954. / fundacioncanal.com

Giacometti, el hombre que mira, es una de las exposiciones más memorables que pueden verse hoy en Madrid. Consta de más de 100 obras entre esculturas, dibujos y obra gráfica. Comisariada por Catherine Grenier y Mathilde Lecuyer, y patrocinada por la Fundación Canal y la Fundación Giacometti, se muestra en la sala Canal hasta el 3 de mayo. La constante es la figura humana. Giacometti, aquí, fue el gran revolucionario en el siglo pasado al representar el lugar que el hombre tenía ya en el mundo: sus figuras delgadas son la transfiguración de nuestro peso en el mismo. Sus figuras son la apoteosis del hombre delgado; aquel que describió Samuel Beckett en sus novelas y obras de teatro; aquel que quiso apropiarse la filosofía existencial, y que logró la fascinación apasionada de un Jean Paul Sartre, que definió esas figuras como “ a medio camino entre la nada y el ser”. Para Sartre esas figuras son representativas del hombre de la posguerra, de la nueva condición surgida de la experiencia de la nada, del absurdo existencial del brutal conflicto.

Todo esto ha pasado al imaginario colectivo de nuestra cultura: Giacometti, Sartre, Camus, Beckett, sobre todo el de Esperando a Godot , pero inquieta comprobar de qué modo en los Diarios, de Franz Kafka, se hallan dibujos que parecen creados por el artista italosuizo, realizados con la misma dignidad, casi de aguja gótica, a que el hombre aspira. Las figuras de Kafka, es cierto, se encuentran más abrumadas, mantienen una presencia menos corporal: por lo demás las correspondencias son inquietantes, tanto que bien puede decirse que contemplando esta exposición la imagen de Giacometti se agranda aún más si cabe. Lejos de pertenecer a un modo de concebir el mundo propio de los años sesenta, su imagen del hombre comienza a ser percibida como la que mejor nos refleja en el mundo actual. La imagen es inquietante, tremenda, pero estos personajes a punto de difuminarse presentan el tránsito a otra condición. El que ésta sea ya virtual o no es lo que menos debe preocuparnos. Por ahora estamos ya en lo escueto, en la extrema delgadez.

La exposición es importante porque todo lo que se muestra es inédito para el público y, además, concibe ya una figura realizada a través de las influencias habidas por el artista, naturalismo, surrealismo, cubismo, y que confluyen en un nuevo figurativismo que se realiza sólo a través de un nuevo modo de mirar.

Ese nuevo modo de mirar tiene mucho que ver con la manera en que el ojo se pasea por el dibujo. Sabida es la importancia que Giacometti otorgaba al mismo y en esta muestra se realza esa importancia. De la levedad del mismo, del trazo limpio, Giacometti pasaba a la obra gráfica y, luego, a la escultura, al yeso, sí, pero sobre todo al bronce, que fue su material predilecto, como si quisiera otorgar un aire de durabilidad en los materiales a la fragilidad de la condición del ser humano que representaba. El resultado es fastuoso, pues pocos artistas en el siglo XX han logrado la unanimidad que Giacometti tuvo en vida. En ese sentido fue un artista afortunado. Su obra goza de una popularidad que ha superado ya el medio siglo.

La muestra, por tanto, está dividida en dos partes: la dedicada al dibujo y, luego, la escultura. Las dos primeras salas están dedicadas al retrato y destacan los estudios de cabeza, que pasan luego a los de medio cuerpo para dar espacio más tarde a pequeñas figurillas de parejas que dan a conocer la investigación que Giacometti llevaba cabo en la relación, la distancia entre el modelo y el artista así como los conceptos de hombre y mujer.

De ahí que seis secciones sean las que constituyen el esquema conceptual de la exposición: Cabeza, Mirada, Figuras de medio cuerpo, Mujer, Pareja, Figuras en la lejanía... seis secciones que resumen cabalmente el contenido de la obra expuesta pero que puede extenderse a toda la producción de Giacometti. En cierta manera lo resume.

Las esculturas son casi evanescentes, tienden a desaparecer pero elevándose hacia el cielo, al modo de la querencia gótica. El estudio Gabriel Corchero ha llevado a buen rumbo el montaje de la exposición, hasta el punto de transformar el espacio en algo tan neutro que lo único que el espectador siente son los dibujos y esculturas del artista. Para ello han ideado una estrategia de definición de la obra del artista realzando su fragilidad, su monumentalidad y esa verticalidad que apunta siempre, siempre hacia arriba.... la única condición metafísica del hombre que Giacometti, el maestro del desnudo, parece dar por sabida.

Para realzar esa verticalidad las esculturas se han embutido en ventanas altas y estilizadas, al modo de las figuras que albergan enormes vitrinas que muestran, muchas veces, esculturas diminutas. Sabia por otra parte es la decisión de haber dejado reposar las esculturas en peanas transparentes: se consigue, de este modo, una sensación de flotabilidad de las mismas en el espacio que otorga luz a la visión de la figura humana.

Quiere la leyenda que en 1938, cuando Giacometti contaba 37 años, vio alejarse a Isabel Lambert, modelo y amiga, hacia el Boulevard Saint Michel y que el artista se dio cuenta de que por mucho que se alejara no perdía su identidad. Fue una visión luminosa, origen del modo de concebir su escultura Es probable, pero nunca la anécdota explica del todo la obsesión de una vida. Giacometti, la apoteosis del hombre delgado.

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