Antonio López, Tápies, Mapplethorpe, Chillida o Barceló, juntos en Cibeles

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Des oursins à marée basse (Erizos de mar en la marea baja), 2001; obra de Barcelón que puede verse en la exposición. / lapieltranslucida.com

CentroCentro, ese enorme espacio que el Ayuntamiento de Madrid posee en el Palacio Cibeles, acoge estos días, dentro de esa voluntad de ir ofreciendo lo mejor de las colecciones privadas de España -pasaron la Casa de Alba y la Colección Abelló- una muy buena selección de la colección que Iberdrola ha ido acumulando a lo largo de los últimos diez años bajo el título de La piel translúcida. Quizá la palabra acumulación sea la menos adecuada, ya que es una colección pensada y programada, muy lejos de las costumbres que tenían las empresas españolas hasta hace pocos años: la de ir comprando cuadros y esculturas, daba lo mismo un Tápies que un Juan de Juanes, y rellenar con ellas vestíbulos, salas de juntas y despachos de directivos.

La colección Iberdrola se planteó poseer una colección coherente. No en vano tiene más de 200 obras que abarcan desde finales del XIX hasta nuestros días y, además, cuando ha sido posible, de artistas españoles hechas por encargo, como ha sido el caso de Darío Urzay y José Manuel Ballester. Y todo ello a lo largo diez años en los que Rafael Orbegozo, responsable del fondo artístico de la empresa, ha dado un sesgo en que colección y características propias de la empresa se han acabado dando la mano, es decir, comenzaban por un origen determinado, el arte vasco, y han terminado 'picando' en los artistas internacionales. Esto es, otorgar aires de legitimidad a la historia misma de la empresa, que ha dado el salto de ser empresa vasca a empresa de ribetes internacionales, el salto que va de Darío de Regoyos a Robert Mapplethorpe. Y no hay contradicción, antes bien se trata de una continuidad que se legitima en la excelencia de las obras escogidas.

La piel translúcida consta de 67 obras divididas en tres bloques: Orígenes de la Modernidad en el País Vasco, o sea, los comienzos. Un segundo espacio titulado Arte español a partir de 1957, fecha nada azarosa pues es cuando se produce el despegue industrial de España y el arte comienza a ser tenido en cuenta por los empresarios, que comienzan a invertir en él. Es cuando aparecen el Grupo El Paso y Equipo 57. Y por último, Fotografías y nuevas fronteras, y aquí ya entrarían gentes como Mapplethorpe, Gerhard Richter, uno de los artistas más cotizados ahora mismo en todo el mundo, e Hiroshi Sugimoto.

La exposición es itinerante, y desde Bilbao -estuvo en el Gugenheim y Valladolid- ha atravesado media España con un gran éxito, hasta terminar recalando en Madrid, ciudad que parece darles buena suerte, pues el viernes pasado, en plena celebración de ARCO, se les otorgó el Premio A de ARCO al Coleccionismo Corporativo, y ahora Cibeles, con unas expectativas inmejorables. Estarán en CentroCentro hasta el 7 de junio, a la vista del éxito de sus predecesoras.

Los orígenes están representados, con casi una metáfora, por la escuela vasca de pintura, esa escuela postimpresionista, con dos escenas de pareja de Aurelio Arteta y Ucelay, que junto a artistas como Darío de Regoyos e Ignacio Zuloaga son representativos de esa manera de mirar el arte que si bien a principios de siglo podía ser hasta moderno, en los años 50 la cosa se había convertido en una rémora, con un tradicionalismo que ya es desmentido por el propio Arteta en estos dos cuadros, pues mientras uno mira a la tradición, el otro se abre a nuevas experiencias.

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Bodegón de las afueras (1957), de Antonio López. / lapieltranslucida.com

Algo que en esta exposición está representada de manera muy inteligente por la segunda parte, que es donde la colección engorda en todos los sentidos, el estético y el crematístico: se abre con Bodegón de las afueras, una obra de Antonio López del mismo año 57, obra de transición pues lo abstracto aún era un salto que las colecciones corporativas no estaban dispuestas a dar, incluso estaba mal visto poseer un Picasso por aquello de que era artista comunista, y que si bien se introducía de lleno en la modernidad del nuevo figurativismo, aplacaba ciertas conciencias. Esta obra de Antonio López puede ser tomada como un punto de inflexión pues a partir de aquí entramos ya en la normalización de las vanguardias, desde una magnífica foto de Ed Burtynsky, que muestra la apertura de la presa de las Tres Gargantas en China, a Erizos de mar en la marea baja, obra de 2001 de Miquel Barceló que puede ser tomada como preámbulo de la bóveda de la Sala de los Derechos Humanos, en la sede de la ONU en Ginebra. Entre López y Barceló, nada menos que Tápies, Palazuelo, Jaume Plensa, Saura, Oteiza, Chillida, Juan Genovés, Juan Muñoz, es decir, un rastro de nombres de artistas españoles que son el referente de nuestro arte en el mundo de la segunda mitad del siglo XX.

Pero La piel translúcida atrae al arte conceptual, que se escora en esta colección hacia la fotografía, justamente representada, casi en demasía pues representa más de la mitad de lo expuesto. Destacan, ya digo, las obras de Mapplethorpe, pero también las fotos de Axel Hütte, la niebla, bella en lo que esconde, obras de Bernd y Hilla Becher, un matrimonio de artistas conceptuales alemanes que son maestros de Hütte, o Thomas Ruff, con Noche 5 III, que es obra dotada de una inquietud notable.

Lo que demuestra esta exposición es que, con una conciencia dotada de cierta metodología y coherencia, se puede conseguir una colección más que notable. Para ello hay que saber combinar a Richer, pongamos por caso, con Cees Twombly. En cualquier caso es una de las exposiciones de arte mas coherentes en su intención que se pueden ver en Madrid, ciudad que cuenta ahora con una decena de muestras notables. No es poco.

Iberdrola (Vimeo)

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