He aquí una novela que podría pasar desapercibida si no existiesen esas pequeñas editoriales, valientes como jabatos, dispuestas a publicarlas. Una historia, cuya lectura, tan desagradable como difícil de abandonar, sumerge al lector en un escenario siniestro, frío y duro, entre Matrix y Blade Runner, sin esperanza, producto de los comportamientos políticos y financieros que componen el sistema actual y que están conformando el estado de cosas en todo el mundo y con los que el protagonista de esta historia se niega a colaborar.
Éxodo es un relato que se sitúa en el actual Moscú, capital del ultracapitalismo corrupto y la desigualdad, “una economía de mercado en manos de bandidos”. El libro nació en la red pero acabó publicándose en papel, en vista de su éxito. Su autor, que firma como DJ Stalingrad es, en realidad, el periodista Piotr Siláiev (Moscú, 1985), activista antifascista exiliado en Finlandia, tras la represión que sufrió por la protesta ecologista para salvar el bosque de Jimki.
Cuenta su editor español, Automática Editorial, que en 2012 fue detenido en España y encarcelado, aunque fue puesto pronto en libertad dada su condición de refugiado.
El título responde a una decisión suprema, la más radical de las opciones, tanto que no es una opción siquiera o no lo es para quienes toman esa decisión, obligados por las circunstancias –un estado de cosas del Moscú postcomunista, corrupto y violento, que va dejando al margen a gran número de personas, gente joven sobre todo, jóvenes que encuentran refugio en el punk duro, incapaces de funcionar dentro del orden de cosas establecido, cada vez más mafioso e injusto, y que encuentran en las peleas contra neonazis su razón de ser en esta vida.
Recorrer las páginas del libro es vagar por un territorio hostil y desesperanzado, en el que sólo caben ya las broncas buscadas contra bandas de skinheads o contra la policía que, según el autor, atemoriza más que las mafias armadas hasta los dientes que siembran su ley en la Santa Rusia.
Alguien ha emparentado esta novela –de cuño novísimo- con La madre, de Maxim Gorki, imagino que por el aire desesperanzado que se respira en ella, pero, a diferencia de Gorki, el autor de esta novela quiere dejar claro que no hay signos de que las cosas vayan a mejorar un día en Rusia, que el Nuevo Orden Mundial impone su ley, una ley que ataca a la gente, a su seguridad, a sus derechos elementales, a sus necesidades vitales, para abastecer las abultadas arcas de los más avaros. Contra eso, la propuesta es que hay que reaccionar desesperadamente, a sangre y fuego, hasta el fin. Para ese viaje no hay más que un billete de ida.
Puestos a paralelismos, salvando muchas millas de distancia, la novela me recuerda al Chirbes de La otra orilla, novela espléndida en la que el autor describe minuciosamente la basura inserta en la sociedad española, del rey al último vasallo, de Rodrigo Rato al modesto descuidero de turno. Pero, Chirbes no está para las batallas que libra el protagonista sin nombre de Exodo, de las que sale vivo de milagro.
Me han mutilado todo el cuerpo, me han lacerado la piel, me han desencajado los tendones, me han sacado las tripas, me han desgarrado con garfios, me han roto todos los huesos por dentro. Mi cuerpo yace en el potro, colgado de un gancho por las costillas, muerto… Aflojan el lazo de la soga y mis despojos caen en un charco de residuos orgánicos. De mi interior, de muy dentro de mis entrañas, sale un cachorrillo blanco y peludo –tal vez un spitz o una pequeña Laika-, todo regordete y vivaz. Sale de mí, sin una sola mancha de sangre, menea el rabo y se restriega contra las altas botas de los verdugos, les lame con su tibia lengua rosada las manos encallecidas por el crimen.
El personaje –muy mimetizado con el autor– admite que le gusta sentir dolor –es lo único que me queda, aunque me dé vergüenza reconocerlo– y el dolor, explica, es cómo percibimos el mundo que nos rodea.
Aunque quizás le sobren las notas explicativas a pie de página, reducto del periodista, Piotr Siláiev ha escrito una primera novela más que plausible, crónica, al mismo tiempo, de una realidad a la que la mayoría se niega a mirar, debido a su dureza y a su extrema inconveniencia.