Esa cosa rara llamada belleza

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Ornette_Coleman
Ornette Coleman actuando en el Enjoy Jazz Festival. / Wikipedia

En 1997, en una entrevista que le hizo Jacques Derrida, Ornette Coleman contaba que tiempo atrás tuvo que asistir al entierro de una sobrina suya, se acercó al ataúd y vio que alguien le había puesto lentes al cadáver. De inmediato pensó titular a una de sus piezas: Ella estaba acostada, muerta y llevaba lentes en su ataúd. "Después cambié de idea" dijo, "y la llamé Blind Date".

Ornette Coleman siempre tuvo un instinto natural para descubrir lo anormal dentro de lo cotidiano, la belleza dentro de lo extraño y la extrañeza dentro de lo bello. Beauty is a Rare Thing, así se titula precisamente el segundo tema de uno de sus primeros discos, This is Our Music (1960), con un cuarteto donde estaba escoltado por Don Cherry a la trompeta, Charlie Haden al contrabajo y Ed Blackwell a la batería. Su irrupción en el panorama musical, a finales de los años cincuenta, entre los coletazos finales del bebop, el auge del cool y la llegada inminente del free jazz, estuvo acompañada por la incomprensión y la polémica, dos tópicos que lo acompañarían a todas partes. Pero el free jazz siempre ha estado rodeado de malentendidos; la leyenda cuenta que en uno de sus primeros conciertos había un montón de gente esperando a entrar pero era sólo porque habían confundido los términos: jazz gratis en lugar de jazz libre.

Muy pocos de sus oyentes, de sus críticos e incluso de sus colegas, comprendieron que la base de la improvisación libre de Coleman hundía sus raíces en el blues, en los sonidos que había oído durante su niñez en Forth Worth (Texas), en el lamento de los esclavos negros sonando a través de los conflictos raciales del profundo Sur. Era todavía muy joven cuando asistió a una pelea brutal en un burdel y vio cómo apuñalaban a una mujer. Le dijo a su madre que no iba a tocar más esa música porque no quería añadir más sufrimiento. Entonces su madre le respondió: "¿Qué pasa? ¿Quieres que alguien pague por tu alma?"

"Nunca lo había pensado" confesó Coleman. "Cuando ella me lo dijo, fue como si me bautizaran otra vez". Limpio de pecados, el joven saxofonista empezó a pagar sus deudas. En Los Angeles trabajó de ascensorista mientras, en los ratos libres, estudiaba tratados de armonía y libros de filosofía. Esa formación teórica, bastante rara en un músico de jazz, formaría la base de la harmolodía, un sistema propio de composición e improvisación sumamente original y que podría definirse, tal vez, como el equivalente jazzístico al dodecafonismo. Empezó tocando el saxo tenor pero, después de un concierto en Baton Rouge, le destrozaron el instrumento y se compró un saxo alto, como el de su admirado Charlie Parker, al que muy pronto dedicó una canción, Food Bird. Aunque se mantuvo fiel al registro, también utilizó saxos de plástico y llegó a tocar también el violín y la trompeta, lo que le valió una sonora reprimenda de Miles Davis, a quien el free jazz no le gustaba ni un pelo.

Sin embargo, ya entrada la década de los sesenta, el movimiento no sólo aglutinaba a una serie impresionante de creadores (Eric Dolphy, Cecil Taylor, Pharoah Sanders, Roscoe Mitchell, Lester Bowie) sino que también era el reverso musical de la lucha política por los derechos de la raza negra. En muchos discos de esa época, debajo de la agitación, el caos y la anarquía, se percibe la violencia de los conflictos raciales, los manifiestos libertarios, los discursos vehementes de Martin Luther King y las proclamas incendiarias de Malcolm X.

En ese ambiente de libertad y confusión, Ornette Coleman era, como siempre, el bicho más raro de todos. Y no precisamente por la aspereza de su sonido, sino por su tono apolíneo, dulce, casi juguetón, en donde la emoción parece siempre bajo control cerebral. Al contrario que muchos de sus contemporáneos y de casi todos sus colegas, Coleman nunca coqueteó con las drogas, ese monstruo que cercenó o interrumpió momentáneamente la carrera de tantos grandes músicos de jazz. Su aparición rutilante, su claridad de líneas y su costumbre de suprimir el apoyo armónico del piano deslumbraron nada menos que a John Coltrane, quien llegó a reconocer que la única vez que tocaron juntos, en el Five Spot de Nueva York, "fue el momento más intenso de mi vida". En acertada metáfora, un crítico cuyo nombre no recuerdo dijo que cada vez que llegaba a una cumbre, empujando la pesada roca de la tradición, Coltrane se encontraba a Coleman sentado tranquilamente arriba, como si hubiera subido silbando una canción.

Se quedó allá en lo alto durante décadas, saltando de peña en peña, sereno y solitario, ajeno a los cantos de sirena de la moda, aunque iba incorporando a su música cualquier herramienta que pudiera serle útil: ritmos de rock, riffs o toques de funky. A mediados de los setenta formó Prime Time (un doble trío formado por dos guitarras eléctricas, dos bajos y dos baterías más el añadido de su saxo alto) con el que grabó joyas incomparables: Dancing in your head (1976), Of Human Feelings (1982) y Virgin Beauty (1988), en la que Jerry García se sumó como tercer guitarrista. Dos años antes, otro guitarrista extraordinario, Pat Metheny, quien siente verdadera devoción por su música, lo convenció para colaborar juntos en Song X, un hito más en su discografía babélica. Su muerte el pasado jueves nos ha dejado sin el penúltimo de los dinosaurios vivos del jazz (el último es Sonny Rollins), el padre del free, un hombre que cinceló a soplidos una extraña belleza que no necesita lentes.

pacificstate808 (YouTube)

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