Argullol: «La Sagrada Familia puede ser el lugar que espera la irrupción del Dios desconocido»

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El escritor, Rafael Argullol
El escritor Rafael Argullol / Gabriela Zea

Mi Gaudí espectral es una narración breve e intensa que parece servir de pretexto a Rafael Argullol para enhebrar una crítica a su ciudad querida y odiada. Un diálogo sustancioso entre el autor y el espectro del arquitecto, un espectro de mirada azul, en el que se explican circunstancias sabidas y menos conocidas de la vida y la obra de Antonio Gaudí. Un vehículo de reflexión sobre los pormenores de la vida y de la humana condición, en realidad, como vienen siendo los últimos libros de Argullol.

– ¿Es Gaudí una figura que le interese directamente? Parece un pretexto para hablar de otra cosa.

– Gaudí me interesa de una manera general porque refleja muy bien la figura de un determinado creador. Es, para entendernos, un creador “titánico”, con la grandeza y miseria que esto conlleva. En ese sentido, Gaudí guarda afinidades con artistas como Beethoven, Miguel Ángel o Nietzsche. En todos ellos hay una dificultad para la vida proporcional a la enorme capacidad para crear. Son hombres desmesurados, desbordantes, infelices en los sentidos habituales que se otorga al término felicidad. Pero también me interesa Gaudí por su relación con la modernidad, con la religión y con Barcelona, ciudad de la que es una suerte de espejo abismal.

– Me encanta la pregunta que el niño le hace al espectro sobre si duele morirse; yo me la sigo haciendo. Es universal, ¿no?

– Creo que el inicio de la edad adulta coincide con una revelación, más o menos oscura, de la conciencia de muerte. Cuando somos niños citamos muchas veces la palabra muerte; por ejemplo, cuando nos enfadamos o cuando nos peleamos con otros niños. Sin embargo hay un día, o un instante, en que se produce la revelación y empezamos a asociar el término “muerte” con la realidad de la muerte. Ese día nos convertimos en adultos, e inevitablemente nos preguntamos si la muerte duele.

– El arquitecto de Dios fue tratado como a un pordiosero hasta dejarlo morir, ¿toda una alegoría del sinsentido de lo humano?

"Antoni Gaudí
murió como un
pordiosero, como un símbolo de su propio declive
a los ojos de la ciudad y de los poderes sociales"

– Gaudí tuvo una muerte coherente con su vida creativa. Diríamos que ejemplar. Murió como un pordiosero, como un símbolo de su propio declive a los ojos de la ciudad y de los poderes sociales. Era un artista “pasado de moda” y su declive físico era la traducción de su creciente marginalidad. No obstante, su entierro fue masivo y glorioso, como si, de repente, se produjera un reconocimiento instintivo de su grandeza futura. Gaudí fue un creador intempestivo, y como todos los creadores intempestivos, singulares, únicos quiso imponer su voluntad estética a las modas como opiniones y juicios de la época.

– Una obra ante la que nadie se siente cómodo ni seguro,  un “infierno turbador y desasosegante”, un moloch donde “las personas son marionetas de Dios”… ¿Quién le iba a decir que visitaría su catedral “el pequeño Benedicto y sus pequeños cardenales”?

– La duda que planteo al final de mi libro es si lo que ha sido denominado la “última catedral de Europa” es un espacio que pertenece a la religión hegemónica de Europa durante 2.000 años o bien es un lugar que espera la irrupción del Dios desconocido. Mientras se resuelve este dilema la Sagrada Familia es como un monstruo en el corazón de la ciudad, una especie de ruina del tiempo futuro sometido a la plaga del turismo masivo y a sus miradas saqueadoras.

Portada del libro
Portada del libro / acantilado.es

– La vida y obra de Gaudí suponen un compendio de paradojas y contradicciones. ¿Es un ejemplo de la vida misma mirada desde lo profundo del ser, desde “el fondo de mar”?

– Pienso que sí. Toda la obra de Gaudí está sometida a una extrema tensión entre lo sensorial y lo espiritual, entre la razón y la mística. Él buscaba la ligereza a través de la gravedad, y la luz a través de la piedra. Desde esta perspectiva traduce bien la búsqueda del ser humano a través de interrogantes. Y, en efecto, es paralelo a la visión del cielo “desde el fondo del mar”.

– En El cazador de instantes, ya apuntaba usted a la “abrumadora compañía de las preguntas” como máxima intensidad de la travesía del desierto. ¿Qué seríamos sin preguntas?

– Nada. Y es uno de los riesgos en los que puede incurrir una civilización como la nuestra que está abandonando el territorio de las palabras y, por tanto, del logos. Sin palabras no hay preguntas. Si llegáramos a ese extremo la mutación humana sería completa pues lo que hoy conocemos como ser humano es un compendio de preguntas en busca de respuestas. La ciencia y el arte, por caminos distintos, son la expresión de esa búsqueda.

– La ciudad se vuelve armónica en un instante en que la luz convierte a la Sagrada Familia (su monstruo) en un estanque blanco sobre el que aletea una libélula roja ¿qué es esta idea que he leído en otro libro suyo?

-La libélula es una imagen recurrente en mis escritos. El vuelo de una libélula roja al mediodía, y su verticalidad en el centro de un estanque silencioso, representan para mí el instante de quietud en medio del vértigo. Es como si el mundo súbitamente se completara, o como si el círculo se cerrara. Es una imagen que surgió en mí espontáneamente, no sé cuándo, pero sin duda remite a algún embeleso de la niñez al que en su momento no di, evidentemente, importancia.

– En varias ocasiones repite la idea de una “Barcelona cobarde, deseosa de valentía”, ¿es mi impresión o esa idea le persigue?

"Barcelona es una ciudad orgullosa
de sí misma pero sin audacia. Por eso se tranquiliza con los mediocres y se inquieta con los grandes"

– Es una impresión correcta. Siempre he visto a mi ciudad como un organismo compuesto por almas contradictorias. Y esto desde las conversaciones en la escuela. Por un lado, es una ciudad guiada por la imperiosa necesidad de gustar y gustarse; por otro lado, es una ciudad que tiene miedo a llevar a cabo las grandes empresas con las que sueña. Es una ciudad orgullosa de sí misma pero sin audacia. Por eso es una ciudad que se tranquiliza con los mediocres y se inquieta con los grandes.

– ¿Y ahora, cómo ve los cambios que suceden en España y en Barcelona?

– Es difícil ver en medio de la bruma, y todo parece muy brumoso. Sin embargo, a pesar del peligro que para muchos representa lo desconocido, no está mal que se estén removiendo las aguas pantanosas de tantos años. Esperemos que sea para aportar algo de aire fresco y no nuevos pantanos.

– Breviario de la aurora, El puente de fuego, aforismos que sugieren otro tipo de tratados filosóficos, más transparentes en la expresión, pero muy inspiradores. ¿Estamos siempre en el “Qué sais-je?”, de su querido Montaigne?

– He procurado no separar nunca la Literatura de la Filosofía, la sensación del concepto, la imagen de la idea. No me interesa lo que Nietzsche llamaba la “filosofía sin cuerpo” ni la narrativa de los escribidores. Respeto los caminos de los otros pero el mío siempre ha buscado conjugar el pensamiento y la sensorialidad. Por eso he escrito en algún lugar que el cuerpo y el espíritu son lo mismo aunque vistos desde perspectivas distintas.

– ¿Combinan bien Facebook y Twitter con el retiro al castillo de Montaigne?

– La clave de esta pregunta es la palabra “retiro”. La señales de humo, las palomas mensajeras, las epístolas decimonónicas, los telegramas, Facebook, Twitter, todo es lo mismo si uno sabe retirarse a tiempo y reaparecer cuando es necesario. La defensa de la intimidad, en los tiempos actuales, es el principal acto de rebeldía.

2 Comments
  1. me says

    Excelente entrevista, preguntas y respuestas. Argullol –como siempre– con su claridad y visión de futuro. Y sí, la Sagrada Familia se ha convertido en un monstruoso edificio ( se que no era esto lo que expresa él) más apropiada para una pintura de El Bosco que para una ciudad que pretende estar en la cima de la modernidad y que más bien mira continuamente al pasado.

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