El cumpleaños de la editorial Minotauro, que empezó en Buenos Aires su singladura, en 1955, editando historias fantásticas de autores más o menos consagrados, lo celebran los actuales dueños con una edición limitada y numerada de las Crónicas marcianas, del desaparecido Ray Bradbury, que fue su primera publicación, su estreno editorial. Además incluye un relato inédito en español y otras sorpresas. Un notición para frikis que se precien de guardar debidamente la memoria del escritor.
La literatura fantástica lleva muchos años poblando de seres singulares las azoteas de los lectores más ávidos: empieza una de niña zampando páginas del más tenebroso Gustavo Adolfo Bécquer y acaba enredada en un berenjenal de espíritus traviesos como el fantasma de Wilde, y apariciones de seda flotando en el éter de la noche, o monstruos imprevisibles, demasiado humanos, como el Frankenstein de Mary Shelley. Y tan ricamente.
La llamada literatura de evasión no parece agotarse a pesar de las apariencias. La evasión por medio de la lectura ha sido necesidad ancestral, iniciada en la infancia: todo aquello que se apartaba de la rutina diaria del colegio, los deberes, la merienda y la piltra temprana para propiciar el madrugón de la mañana siguiente.
Muchos se buscaban la vida en brazos del Capitán Trueno pero nada era comparable a la inmersión en la nave de Nemo o la escapada al mundo futurista medieval de La Guerra de las Galaxias. Lo que pasa es que el cine resuelve a la vista de todos las imágenes que cada lector prefiere atesorar en secreto a su modo y que sólo comparte con los más íntimos; frikis de solemnidad, por supuesto.
A pesar de los intentos de definición de Svetan Todorov o de Italo Calvino, entre otros, cuesta encasillar un género que ha alcanzado cimas literarias pero que también se presta a páginas de pura bazofia. Se impone, como siempre, el sentido común de quien más ha leído, capaz de discernir la paja de la chicha. El sentido común queda muy gracioso en la pista de baile de la fantasía más desatada.
A nadie se le oculta la inclusión en la literatura fantástica de La Odisea, por ejemplo. Entra en la definición de fantasía como aventura con seres irreales. Si de lo 'puro extraño' se pasa a lo 'extraño fantástico' y de ahí a lo 'fantástico maravilloso' hasta lo 'maravilloso puro' en la escalera de color circular ideada por el crítico búlgaro (Todorov, digo) la concepción del mundo y de la realidad que liberan los mitos clásicos se lleva la palma en este terreno.
De los cuentos de terror de Guy de Maupassant, por ejemplo, a las andanzas oníricas del manuscrito de Jan Potocky, hay territorios casi inabarcables en la buena literatura fantástica: más crítica con la sociedad humana, como en Ursula Le Guin, confinada en el interior del pensamiento, como escribe Henry James, o en busca de mundos utópicos como los de Stanislaw Lem o el Ernst Jünger de Las abejas de cristal. Aunque este camino nos aleja de la fantasía pura y dura.
La deriva actual, desde Tolkien especialmente, es un poco abrumadora y subida de testosterona, en ocasiones, caso de Juego de Tronos, aunque describa una realidad no precisamente fantástica, por desgracia, a poco que se la despoje del ropaje bárbaro, como a su autor le encanta hacer con los personajes femeninos. Mundos menos sangrientos como el de La historia interminable, de Ende (bonita paradoja entre el título y el apellido) o la, para mí, insuperable Alicia, de Carroll, sirven para iniciar a los más jóvenes amantes del género.
Parece que son los norteamericanos los que más abundan en describir estos mundos perdidos –o encontrados en la zona oscura de cada cual– en ese talento que les sobra para mostrar un planeta Tierra desolado, sumido en la destrucción y la amenaza constante, producto de las mentes tenebrosas que mandan en el mundo. Así nos va.
Lástima que la editorial Molino –de infantil memoria– le haya arrebatado a Minotauro la exitosa historia de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, que se inspira en la derrota que Teseo propina al Minotauro, precisamente. Y así, con la celebración de la memoria del inolvidable autor de Farenheit 451, las crónicas fantásticas se reproducen de manera interminable, vivas, probablemente, mientras existan ojos que quieran leerlas. Feliz cumpleaños al toro feroz.