Las reveladoras cartas de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández

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Cubierta de la obra.

De Nobel a Novel. Epistolario inédito, es el ingenioso título con el que se ha publicado por parte de Espasa la correspondencia que Vicente Aleixandre mantuvo con Miguel Hernández y su mujer, Josefina, durante los años treinta y, luego, muerto ya el poeta de Perito en lunas, durante la posguerra en que Aleixandre se convirtió en el principal valedor del legado de Hernández. Toda esta correspondencia es inédita y constaba en el Instituto de Estudios Giennenses, que desde agosto de 2012 guarda los archivos referentes a la obra del poeta de Orihuela: se trata de 309 cartas escritas por Vicente Aleixandre, 26 de las cuales están dirigidas a Miguel Hernández y 21 a Josefina Manresa cuando era esposa y 261 cuando enviudó, salvo una escrita a Manuel Miguel, hijo del poeta y al que Aleixandre llama Manolín. El cuidado de la edición ha estado a cargo de Jesucristo Riquelme, responsable de la transcripción y estudios de las cartas, una labor encomiable ya que se trata de una extensa correspondencia, inédita, por lo que la importancia que arroja sobre las relaciones de Miguel Hernández con los miembros de la Generación del 27 es extremada ya que despeja dudas y anula tópicos establecidos desde hace años sobre esas relaciones.

Es verdad que José María de Cossío fue el gran valedor en la etapa madrileña de Miguel Hernández ya que le dio trabajo en la enciclopedia sobre toros que dirigió para la editorial Espasa Calpe; y no lo es menos que esa fama de paleto y cabrero impenitente que vio preterido su talento por obra y gracia de señoritos es exagerada: así, hay que decir que Miguel Hernández mantuvo una relación sentimental con Maruja Mallo mientras Josefina guardaba memoria y fidelidad desde el pueblo y si bien es cierto que Federico García Lorca nunca terminó por aceptarle, que Luis Cernuda lo despreció, si bien es cierto que Rafael Alberti y María Teresa León no lo aguantaban –ésta abofeteó a Miguel Hernández cuando el poeta, recién regresado del frente, les reprochó que se estuvieran divirtiendo en el Círculo de Bellas Artes mientras morían sus camaradas–, no lo es menos que tuvo sus valedores, como Pablo Neruda y Aleixandre, y la correspondencia ahora publicada viene a demostrar que el autor de Espadas como labios fue uno de sus principales sostenes y que gracias a él el legado de Hernández logró no desperdirgarse después de la guerra. Muestra también una no escondida pasión y fascinación por el joven poeta alicantino y se refiere a él con palabras como Miguelito, amador y otras cariñosas por el estilo, y esto ya desde la primera carta, escrita el 27 de julio de 1935, poco después de que Pablo Neruda le presentase a Miguel Hernández a Aleixandre, por entonces Premio Nacional de Literatura por La destrucción o el amor. A partir de aquí Miguel Hernández hace a Aleixandre partícipe y cómplice de sus dificultades económicas, sentimentales y anímicas y así en el libro se reproduce una carta que Aleixandre dirige a Hernández animándole a que se case con Josefina. El texto, hoy día, nos sorprende por la unión de un estilo íntimo cariñoso, de animación hacia cotas líricas casi épicas: “Bueno, pues quereos mucho. Que crujan los árboles y el suelo, y que vuele la ardiente, la silenciosa paloma de las almas. No sé, volad vosotros”, amén de “Qué gran corazón de amante tienes, poeta. Qué huracán, qué torrente , qué bosque, qué mar bravío, qué Miguel entero eres para querer”. Ahí es nada.

Viene luego la guerra civil, y la implicación en el frente de Miguel Hernández, lo que le marca. Vicente Aleixandre se redime ya en su exilio interior, que no dejará en casi cuarenta años de dictadura. Estas actitudes, distintas en apariencia pero afines en la realidad, son comprendidas por ambos, pero aquellos años hacen que no se frecuenten y que las cartas escaseen. Es después de la contienda, y hasta la muerte de Miguel Hernández, en el 42, cuando Aleixandre se interesa en cartas a Josefina sobre la suerte de su amigo, y, sobre todo, luego de la muerte de éste, cuando aconseja a la viuda el modo de preservar el legado de Hernández y dar a conocer su poesía.

En 1950, por ejemplo, Vicente Aleixandre se encarga de una antología de la poesía de Miguel Hernández que le encarga Aguilar, unas Obras Escogidas, ayudado por Leopoldo de Luis. Aquella edición fue importante por ser la primera del poeta después de la contienda y la que instauró un cierto canon de la obra hernandiana.

El libro, por tanto, revela la importancia fundamental de Aleixandre a la hora de la reivindicación de la obra de Miguel Hernández, hasta que la acción política, que necesitaba la recuperación de sus mártires, se ocupó del poeta visto desde su destino de escritor comprometido. Pero estamos ya avanzados los sesenta y la preservación y difusión del legado hernandiano tiene en Aleixandre y Leopoldo de Luis sus valedores más tempranos y consecuentes. El libro, ya digo, revela esa importancia pero también resulta precioso porque nos habla bien a las claras del enamoramiento, del que estaban al tanto Cernuda y Lorca, de Aleixandre por el poeta alicantino y la enorme fascinación que le produjo. Encandilamiento: esa es la palabra que define el estado de Aleixandre a tenor de lo que podemos leer en estas cartas, cuya importancia estriba en lo que tiene de normalización obligada ya de ciertos tabúes con los que se ha topado desde hace años la investigación literaria. Si hubo problemas con la correspondencia amorosa de Galdós y la Pardo Bazán, hay que hacerse una idea de que publicaciones como ésta resultaban imposibles hasta hace poco tiempo.

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