Ecos de la bomba sobre Hiroshima

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Homenaje a las víctimas de Hiroshima
Un superviviente rinde homenaje a las víctimas del bombardeo de Hiroshima. / Kimimasa Mayama (Efe)

Los diferentes canales de televisión están ofreciendo estos últimos días imágenes de japoneses en actitud recogida, las manos juntas bajo la barbilla, la cabeza inclinada hacia ellas, como si rezaran, en silencio. Algunos, los más viejos, van vestidos a la usanza tradicional, lo que confiere a la imagen una calidad como de pintura. Muchos son supervivientes, o hijos de supervivientes, del mazazo nuclear que recibió la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Un golpe bestial que el enemigo repitió días después, en Nagasaki, como si la devastación inicial no les hubiera parecido suficiente.

Pero sí lo fue; sirvió para que el emperador de Japón firmara la rendición incondicional; sirvió para que Japón abandonara su belicismo, que ahora pretende retomar contra la opinión de los más afectados por aquella bomba. Pero el precio pagado por la población fue elevadísimo.

El Premio Nobel Kenzaburo Oé visitó la zona en 1963, cuando apenas habían pasado 18 años de aquel infierno y fruto de aquellas visitas es su libro Cuadernos de Hiroshima (Anagrama, 2011). Cuando él llegó, comprobó que del infierno inicial sólo se habían apagado las llamaradas; el resto, seguía casi intacto: dolor extremo, desesperanza, acabamiento en vida.

Portada del libro
Portada de "Cuadernos de Hiroshima", de Kenzaburo Oé/ anagrama-ed.es

Descubrió el joven escritor que la devastación moral –la indiferencia hacia el sufrimiento de los otros- vino a unirse a los otros efectos devastadores de la bomba. Ese saberse a salvo, a gusto con sus objetos de consumo, feliz por no estar sufriendo lo que los otros sufren.

Pero también admiró la dignidad de los heridos, la manera como seguían luchando ante la pasividad de las autoridades, el olvido implícito de sus vecinos en el deseo de pasar esa página nefasta de su historia, sabiendo que no habría más recompensa que una muerte prematura, en medio de su dolor físico y moral.

Oé acababa de ser padre de Hikari, su hijo deformado y destruido por la hidrocefalia. Un hecho que le hizo plantearse dilemas extremos, preguntas sin contemplaciones, y que le condujo a escribir Una cuestión personal (Anagrama, 1999), al año siguiente de su visita a Hiroshima. En ambos libros estaba buscando entre los círculos infernales del Dante una explicación digna a su situación personal. Y abiertamente confesó que su hijo era el motivo de su escritura, el motor de todo. Por eso, la monstruosidad, lo siniestro, la marginalidad, la muerte, son elementos constantes de su literatura.

Pero estábamos en la monstruosidad de Hiroshima, ahora que se recuerda que hace 70 años que pasó aquello. Fueron los americanos, sí; como antes habían sido los nazis alemanes, los bombardeos ingleses sobre Dresde, tan bien contado por Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003); y antes, los propios japoneses y su imperial ejército de kamikazes. Y así, la historia de los hombres.

La conmemoración del horror sobre Hiroshima y Nagasaki es la del horror del hombre contra el hombre. En mayor o menor medida se sigue produciendo en muchas partes del mundo, ante la indiferencia de la opinión pública -a pesar de la omnipresente noticia-, quizás incapaz ya de asumir tanta desgracia ajena. Y es ajena hasta que empieza a ser propia. Los desgraciados que escapan de sus vidas miserables aparecen ahogados en nuestras costas. Es el horror, gota a gota; Pero esto, probablemente, sea otra cuestión.

1 Comment
  1. E says

    Estoy muy de acuerdo con tu último párrafo, Elvira. Gracias

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