Juan Ángel Juristo
Leyendo las consabidas listas sobre los libros de diferentes géneros que hay que leer en verano se nos olvida que esta estación ha sido, desde la Antigüedad, motivo temático. Es la estación del pan y la recolección después de la canícula, es cuando la luz, Apolo, no abandona al hombre, parece bendecirlo, rociándolo de rayos y apartando las terribles sombras de la noche, que en invierno se antojan eternas, a la vez que amenazantes. El verano es estación propicia a encantamientos, a la irrupción de la realización de los deseos, es, por eso, estación llena de promesas que la literatura ha hecho suyas en temas como el amor, la sensación de plenitud, el goce campestre...
¿Hay que decir que, como casi siempre, tenemos que comenzar con el ejemplo shakesperiano? Pocas obras han tocado lo que de extraño, enervante, casi brujo, hay en la estación como en El sueño de una noche de verano. La feliz conjunción entre seres sobrenaturales, de ficción, como Puck, Oberón y Titania, y humanos como Teseo, Hipólita, Demetrio, Helena, Hermia y Lisandro, y la confusión entre ellos y sus realidades, algo que toca Cervantes de otro modo, han hecho de esta obra una de las más complejas respecto a la significación de lo que se esconde detrás de lo simbólico, de la representación, de aquello que significa el arte, en definitiva, y todo ello arropado tras la noche mágica de San Juan, el primer día del verano, que en aquella época se distinguía muy bien de la estación de agosto, la que venía detrás de la canícula y que era ya estación propicia a prepararse para la recolección del otoño. Estación poco dada ya a la ensoñación, a la confusión, y sí a hacer balance de la cosecha venidera. Agosto, frío en rostro.
Pero, como somos seres urbanos, a nosotros el verano nos llega de otra manera. Para seguir con las listas, que es algo muy en consonancia con la estación, se nos ha ocurrido recomendar cinco libros, no teman, la mayoría son novelas, que tratan del verano. No son novedades, ni falta que hace, pero sí se les puede asegurar que, por ahora, mientras haya librerías, pueden encontrar estos títulos en variadas ediciones. A fin y al cabo son casi clásicos. A su manera.
Y damos comienzo con un libro de inusitada belleza, de lo más grande que escribió Albert Camus: El verano, una recopilación de artículos autobiográficos que suele ir acompañado de Bodas. Es un libro solar, donde se repasan paisajes físicos y morales; Argelia, la pobreza dignificadora, el mar, la emigración, la situación de Francia tras la guerra, que sea eso de la justicia en Prometeo en los infiernos, aunque sea quizá en Regreso a Tipasa , El destierro de Helena y El enigma, donde se encuentren las claves de la estética y ética camusianas. Son definitivos artículos en torno al amor y el absurdo, la filosofía de la historia, donde se enfrenta a aquellos que quieren construir un sistema filosófico y la nostalgia del suelo natal, de los orígenes, representados por Tipasa. Para los que quieran, sin embargo, una narración camusiana donde el verano se pega como un destino parejo a la muerte, al asesinato, lean El extranjero. Por lo demás, no he descubierto nada nuevo. Es, sencillamente, una obra maestra.
Como lo es la tercera novela de Cesare Pavese, el gran maestro de la literatura italiana de posguerra, El bello verano, escrita después de La playa y El diablo en las colinas. Es una novela de iniciación a la edad adulta que transcurre en la Italia fascista, en los años previos a la guerra. Ginetta, una adolescente de dieciséis años, descubre el mundo de los adultos paseando con un grupo de amigos: la sensación que le produce el saber que a su amiga Amelia la pintan desnuda, el intuir que nuestro destino está construido en realidad por nosotros mismos, que somos los que nos fabricamos nuestras jaulas, en fin, uno de los personajes mejor perfilados de la narrativa pavesiana, llena de inquietud y tinieblas y una búsqueda desesperada de amor y luz. Es una novela corta espléndida.
Y ahora una novela de un español, injustamente olvidado. Tormenta de verano, de Juan García Hortelano. Una de las grandes novelas de los años sesenta publicadas en España. La muerte de una joven en una playa, desnuda, hace que Javier transforme los valores establecidos que traía de la ciudad. Es una crisis de valores que coincidiendo con el final del verano desemboca en una revisión de los mismos, pero de resolución hipócrita. Retrato implacable de cierta burguesía de la época, es uno de los libros mejor escritos de García Hortelano, un escritor que reivindico cuando tengo oportunidad.
Verano, de J.M. Coetzee, puede ser catalogada como la culminación de la autobiografía novelada del escritor sudafricano. Publicada después de Niñez y Juventud, trata del Coetzee treintañero visto por todos los que le conocieron en aquellos años a través de los datos recogidos por un biógrafo que trabaja en la vida del escritor. El verano como metáfora del comienzo de la madurez de una vida. Un gran libro.
Finalmente, Pequeño teatro, de Ana María Matute, una novela que transcurre en una canícula espesa, en una metáfora del mundo y de los sueños que tiene a la costera Olquixia como paisaje y al Gran Hotel Devar como cita de los rumores y las certezas de que están construidos los deseos y los fracasos. A pesar de su calidad, es libro poco conocido de esta escritora a favor de otros que para mí poseen menor interés.
Podríamos despedirnos con uno de los grandes, Muerte en Venecia, pero haríamos la lista interminable. Que si Faulkner, que si Dostoievski, que si McEwan, que si Philip Roth, que si Tennessee Williams... no hay lugar ni siquiera para las excelencias. El verano da para mucho.