El Teatro Español abrió ayer miércoles la temporada y estará entre nosotros hasta al 4 de octubre, con una obra emblemática del siglo XX en la sala Fernando Arrabal de Matadero Madrid: nada menos que Madre Coraje, de Bertolt Brecht, en adaptación y dirección de Ricardo Iniesta y con la producción de Atalaya Teatro. Un lujo.
No es fácil decir algo, no ya nuevo, sino medianamente inteligente sobre esta obra que no se haya dicho ya. Bertolt Brecht, sobra decirlo pero conviene tenerlo presente porque es autor que no suele estar de moda desde el auge del libealismo en los años 80 -la posmodernidad quiso olvidarlo, en consonancia con la caída de los regímenes comunistas europeos- es uno de los grandes dramaturgos del siglo XX y escritor de una enorme versatilidad: poeta, autor de canciones como las comprendidas en La ópera de dos centavos, que realizó en colaboración con Kurt Weill, novelista, ensayista, guionista de cine, pero, sobre todo, ya digo, descolló en la escena, que parecía connatural en él, y ello hasta el extremo que, estamos ya en la posguerra, y Brecht regresado a la Alemania del Este, vivió en Berlín oriental hasta su muerte, fundó, junto a Helene Weigel, su segunda mujer, el Berliner Ensemble, uno de los grandes experimentos escénicos de la segunda mitad del siglo, y regalo de una enorme importancia cultural para la República Democrática, cuyos dirigentes no sólo no lo entendieron sino que el creciente éxito de sus representaciones en el extranjero hizo que la burocracia estalinista se inmiscuyera en su vida, amargándole sus últimos años. Madre Coraje nos habla de guerra, de corrupción, de exilio, de espíritu de sacrificio, grandes negocios empresariales, arribismo social, esclavitud de los más débiles y necesitados... en fin, una obra que parece escrita en el momento actual.
Es ésta una de las grandes ventajas de Madre Coraje, lo que la hace una de las grandes producciones brechtianas, aunque yo siga prefiriendo La ópera de dos centavos por encima de todas, que no envejece porque trata de asuntos esenciales en la condición humana y, además, posee tal grado de versatilidad, que hace que cada compañía de teatro la adapte con notable fortuna. Eso ha hecho Atalaya, remarcando lo que de épico, coral tiene la obra, convirtiéndola, no sólo en la lucha por la supervivencia, emblema con esa madre Coraje, sino incidiendo en lo que tiene de colectivo y de grito unánime contra la guerra, sí, pero sobre todo contra aquellos que se aprovechan de la misma, haciendo pingües negocios. La sombra, más que evidente, de la catástrofe siria, con el éxodo de los refugiados por media Europa, planeó en el estreno, otorgando a la misma una actualidad demasiado inquietante, En este sentido, y por desgracia, la obra de Bertolt Brecht no puede medirse con la distancia del tiempo. Tan actual es.
Brecht se basó en la Historia de la estafadora y aventurera Coraje, de Grimmelhausen, una obra ambientada en la Guerra de los Treinta años, entre 1624 y 1636, cuando se enfrentaron católicos y protestantes en tierras de Suecia, Polonia y Alemania. Por esos paisajes aparece una tal Anna Fierling, que vende baratijas y a la que se le conoce con el alias de Madre Coraje, por el valor que demuestra en las refriegas. Madre Coraje se ha propuesto sobrevivir y para ello es capaz de cualquier cosa, hasta cambiar continuamente de bando, y todo por salvaguardar el negocio y el porvenir de sus tres hijos. Finalmente sucumbe porque confunde el destino de la supervivencia de sus hijos con el del propio negocio: ellos son víctimas de la propia guerra y el negocio de Madre Coraje se hunde, dejándole en la miseria y un carro como única dote, que es metáfora de la condición errante del ser humano y único asidero de lo que la rodea, un mundo devastado, en ruinas.
Esta condición es la que se ha recalcado en la versión de Ricardo Iniesta y Atalaya, donde se pronuncian frases como la de “Malditas sean todas las guerras” o “Ninguna causa está perdida si existe algún insensato dispuesto a pelear por ella”, frases que, digo, adquirieron una actualidad por mor de los acontecimientos de las últimas semanas, nada nuevos pero sí realzados por el drama del éxodo masivo de desplazados, que es paisaje habitual en Madre Coraje.
Los actores estuvieron en su lugar, lo que no es poco. Carmen Gallardo, Lidia Maudult, Raúl Vera, Jerónimo Arenal, Silvia Garzón, Manuel Asensio, María Sanz y Raúl Sirio, ocho actores que se muestran a la altura de lo exigido en la obra, que es mucho, una auténtica prueba, y no sólo por los números musicales intercalados, sino porque la obra requiere una profundización en el pathos de los personajes que no todo el mundo de la escena es capaz de salir airoso.
A resaltar un artificio gustoso de Brecht: una parte del público está inmersa en el escenario, lo que acerca al mismo a una recreación más física del drama que se desarrolla frente a sus ojos, el drama de la guerra, la corrupción, el envilecimiento, la supervivencia...
Las Naves del Español han estrenado con gran lujo la temporada. Un acierto que se vio recompensado por la reacción del público, reacción emotiva y emocionada, como no podía ser menos, aunque se ha primado más lo didáctico sobre la intensidad de lo emotivo, haciendo la obra un poco esquemática. Madre Coraje es también otras muchas cosas, sobre todo un alegato contra el dinero, contra nuestra forma de vida. Quedémonos con la guerra y la supervivencia y el grito épico que resalta Atalaya. Teatro de ahora, teatro de siempre. Brecht. Por lo demás, al estreno acudieron gente del teatro: José Luís Alonso de Santos, Alfonso Armada, Javier Villán, Nacho García Garzón...