Cagarse en Dios ya no escandaliza a nadie

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Imagen de una escena de la obra 'El arquitecto y el emperador de Asiria'. / complejoteatral.gob.ar

El arquitecto y el emperador de Asiria pasa por ser una de las tres obras más emblemáticas de Fernando Arrabal, y el escándalo siempre la acompañó. Así, la última vez que se representó en España fue en Barcelona, por la compañía de teatro de Adolfo Marsillach. Corría el año 1979 y el mismo Arrabal, finalmente, llegó a prohibir la representación, algo inaudito en la historia del teatro.

Esa prohibición, de la que existen varias versiones sobre el motivo verdadero, no ha obstado para que Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español, haya tenido el coraje de programar en un mismo año dos obras del dramaturgo. Pingüinas, que se representará esta primavera, es un encargo sobre el aniversario de la segunda parte de El Quijote, y que tuvo una acogida más que discreta en estas mismas Naves del Matadero donde se estrena El arquitecto y el emperador de Asiria, y esta mencionada , legendaria y escandalosa obra, estará entre nosotros hasta el 1 de noviembre. Se trata de una coproducción del Teatro Español con el Complejo Teatral de Buenos Aires, que dirige la argentina Corina Fiorillo, que la estrenó en junio en el teatro San Martín de Buenos Aires, y que cuenta con la presencia de dos muy buenos actores españoles, Fernando Albizu y Alberto Jiménez. La obra, que es una tremenda reflexión sobre la soledad y el aislamiento del ser humano, se estrenó hace cincuenta años pero tanto para Fiorillo como para Pérez de la Fuente es una obra imprescindible del elenco del siglo XX. Tanto que el director del Español considera una enfermedad no conocer esta obra y no darla a conocer por parte de las instituciones ya que para Pérez de la Fuente, Arrabal representa algo así como ser nuestra mosca cojonera, nuestro Puck, el duendecillo de El sueño de una noche de verano, y que, por eso mismo, es imprescindible.

La obra es una descripción, sin concesión alguna, al aislamiento en que incurrimos los seres humanos. El arquitecto es un salvaje que al modo roussoniano, habita en una isla desierta, es un Robinson que acepta la situación sin problema alguno. Hasta que aparece el Emperador, que ha sobrevivido a un accidente aéreo, y con el que entra en contacto.

Al poco tiempo comienzan a intercambiarse los roles, y es justo este desdoblamiento lo que ha recalcado su directora en esta versión que le ha resultado todo un reto, ya que el intercambio de personalidades es la parte esencial de la obra pero implica un dominio de la escena notable. Por otra parte estos actores no han sido escogidos por la directora, pertenece a una especie de acuerdo de intercambio entre actores argentinos y españoles. De igual manera se hará en El cerco de Numancia, la obra de Cervantes que se estrenará en abril de 2016 con actores de ambos países.

El arquitecto y el emperador de Asiria pertenece a la etapa más creadora de Fernando Arrabal, la de El triciclo, Fando y Lis y El cementerio de automóviles, y es obra mítica del Grupo Pánico, que Arrabal fundó en 1963 con Roland Topor y Alejandro Jodorowsky. No soy un apasionado de este tipo de teatro y creo que debe mucho al espíritu de su época y que no termina de trascenderla, como sí le ocurre a Ionesco y, desde luego, a Samuel Beckett.

Y digo esto porque la labor de Corina Fiorillo no era fácil ya que esos intercambios de personalidades casi psicóticas, con deseos masturbatorios, blasfematorios y canibalescos, algo muy usual en Arrabal, no escandalizan hoy a nadie, ya que vivimos en el gore más cotidiano, y la obra corría el riesgo de quedar apalancada en una etapa de la historia del teatro, la de los sesenta, y poco más. Fiorillo ha acentuado los rasgos más cómicos, tendiendo a la farsa y acentuando su carácter extravagante. El peligro es que ese volcarse en lo más cómico lleva necesariamente a recalcar el esperpento y a esta obra le sobran estos rasgos.

El montaje es muy escueto, tendiendo al feísmo, donde aparecen detritus, cintas, cubos, arcones y armarios con ruedas que son arrastrados continuamente, un paisaje monótono del que sólo cabe destacar las variadas máscaras que porta el Emperador, en la escena del Juicio, con lo que todo el trabajo recae en los dos actores, que hacen de todo, incluso enseñar el culo después de haber quedado extenuados en mil muecas y numerosos aullidos.

La obra, se supone, es una descripción entre lo poético surreal y el absurdo, que quiere definir las relaciones humanas marcadas por la soledad, el aislamiento, los deseos inconfesables, la culpa... pero, claro, también Chéjov nos habla de la soledad incontrovertible del ser humano, y en términos mucho más efectivos que Arrabal. ¿Qué es, pues, lo que falla en esta obra, lo que le da ese carácter de obligada farsa que no debería tener? Ya digo, el aire de un tiempo ya ido que los actuales no admiten porque les parece sobreactuado y, entonces, sucede que la actualización de la misma hay que realizarla a través del humor, resaltando los aspectos de farsa. ¿El peligro? Que la farsa se enseñoree de un texto no pensado para el género.

Creo que este es el verdadero problema con que se enfrenta esta versión del clásico arrabalesco. La noche del estreno era obligado aplaudir pero se notaba fatiga entre la gente. Arrabal no parece haya tenido buena fortuna este año, ni con Pingüinas ni con esta reposición después de medio siglo que tiene casi las primicias de un estreno.

Teatro Español (YouTube)
1 Comment
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