Edvard Munch y las obsesiones del hombre moderno

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Dos personas observan la obra 'El grito' de Munch en la exposición 'Arquetipos' del Museo Thyssen. / Fernando Villar (Efe)

Edvard Munch fue un artista que se prodigó mucho. A pesar de su alcoholismo y de sus problemas psicológicos llegó a crear más de 23.000 obras. En el Museo Munch de Oslo, que es su principal beneficiario, hay 11.00 pinturas, 15.400 grabados y 4.500 dibujos, una obra casi desmesurada, y aún y así, el pintor noruego ha pasado al imaginario colectivo por un solo cuadro, El grito, del que el mismo Munch hizo cuatro versiones y del que una litografía se muestra en la exposición que acaba de inaugurar el Museo Thyssen de Madrid con todos los honores bajo el título de Edvard Munch. Arquetiposy que estará en el museo madrileño hasta el 17 de enero.

Se exponen un total de 80 cuadros, de los que 42 están prestados por el Museo Munch de Oslo, 23 de colecciones privadas, 3 pertenecientes a Carmen Thyssen, y el cuadro titulado, Atardecer, que se expone permenentemente en el Museo. La idea que los responsables de la exposición han tenido, desde Guillermo Solana, director del Thyssen, a Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura del Thyssen, es que ésta dé a conocer a uno de los grandes pintores de la Modernidad y se le contemple con una complejidad mayor que como el pintor de las angustias y el horror del hombre moderno. Es decir, se le vea como algo más que el creador de El grito, y, por lo tanto, se le valore como un pintor cuya obra, enorme y realizada a lo largo de más de 50 años, tiene que ver con la revolución expresionista, pero no sólo como precursor de la misma, sino como parte integrante de ese movimiento.

El problema es que Munch es artista que no ha conocido fama enorme –la subasta de Sotheby's de El grito batió todos los récords de ventas hasta el momento por una pintura pero fue hace una década– hasta años muy recientes, concretamente por la exposición que le dedicó en Londres la Tate Modern Gallery en el año 51 y por las declaraciones de Oscar Kokoshka, entonces uno de los símbolos del expresionismo austriaco, manifestando su fascinación por la obra del pintor noruego. Esa fama reciente tiene que ver, como en el caso de Van Gogh, por alguna obra emblemática, olvidando su producción restante. En Munch, el desconocimiento es cruel pues El grito forma parte de un emoticono, pero su obra sigue siendo la gran desconocida del arte moderno, y eso, o quizá por ello, es debido al número enorme de obras que llevan su firma. Por si fuera poco, los historiadores de arte hasta hace poco han encuadrado a Munch en la pintura de la última década del siglo XIX, cuando lo cierto es que después de aquella época estuvo creando alrededor de 50 años. Un malentendido que esta exposición quiere enterrar definitivamente.

Munch es artista que no tiene nada de zorro sino de erizo, es decir, indaga, profundiza en unos cuantos temas, pocos, pero con los que sobrevuela mundos. La naturaleza, la soledad, la angustia y la mujer, siempre la mujer, tomada primero como novia, luego en actitudes eróticas claras, en una etapa vampírica, destructora, y, finalmente, la mujer madura, que es abnegación y amor. En la muestra del Thyssen nos hallamos ante ejemplos preclaros de todas estas actitudes, y ni que decir tiene que las vampíricas son las que más fama le han dado: son de una inquietud lacerante.

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‘Madonna’, obra del pintor Edvard Munch que se puede ver en la exposición. / museothyssen.org

La naturaleza, por el contrario, es tema balsámico en su obra. No hay atisbo de amenaza en una obra por lo demás inquietante en extremo, en ella es, probablemente, trasunto materno, con todo lo que ello conlleva, y puede verse cierta correlación con la visión que sobre la misma y la humanidad tuvo su amigo, el dramaturgo Ibsen. Hay una correlación entre la obra de ellos que debe ser recalcada, y esta muestra del Thyssen es idónea, por su temática escogida, para darse cuenta de esa profunda relación. Ibsen era erizo, al igual que Munch, e indaga en pocos temas, pero sus obras son abiertas, en feliz expresión de Umberto Eco, es decir, siempre encontramos respuestas nuevas en las obras ibsesianas al igual que en los cuadros de Munch, y eso sucede porque, aunque los temas presentados sean los mismos, lo cierto es que el prisma con que se miran es distinto. El grito es sintomático de lo que significa la obra abierta: nadie piensa que sin el concurso y la experiencia del expresionismo en el siglo XX y las vivencias del horror debido a los totalitarismos y a las dos guerras mundiales, esta obra se hubiese valorado del modo en que ahora se la valora. Probablemente no hubiera pasado de ser muestra de una angustia personal sin mayores consecuencias.

Lo importante en esta muestra es que el visitante logra ver en Munch a un pintor alejado de los tópicos al uso, que quieren tratarlo como un artista de la enfermedad. La técnica de Munch en xilografía, por ejemplo, le hacen uno de los grandes del grabado del siglo XX. Y si bien es cierto que en el tema de la mujer pertenece a ese movimiento simbolista que trataba a la fémina como valor ambivalente entre una Eva y una Lilith, no lo es menos que en la mayoría de los temas se inscribe perfectamente en el expresionismo germánico. De hecho El grito parece ser, lo pintó en Berlín, ciudad en la que residió temporadas y sólo abandonó cuando los nazis se convirtieron en una amenaza.

Esa combinación entre un espíritu eminentemente nórdico y la plena inmersión en las corrientes internacionales es cualidad que debe ser resaltada en esta exposición, llamada a ser referencial de las muchas que se han realizado de Munch, el pintor del El grito, sí, pero de otras que no hacen sombra a ese inmenso cuadro.

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