Nobel a una cronista del derrumbe soviético

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Svetlana Alexiyévich, ayer, en Minsk (Bielorrusia) cuando acudía a una rueda de prensa. / Tatyana Zenkovich (Efe)

Los académicos suecos han concedido el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexiyévich (o Alexiévich, según transcripciones), una periodista soviética,–como ella misma se denomina- nacida en Ucrania, de nacionalidad bielorrusa pero que no escribe en bielorruso, sino en ruso. Una mujer que reúne en su persona y obra los muchos dilemas que llevan cargando sobre sus espaldas los nacidos en aquella vasta región entre Europa y Asia, que se llamó Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

En España sólo conocemos una traducción de sus Voces de Chernóbil que publicó Siglo XXI en 2006. Se trata de un reportaje, escrito en 1997, once años después del accidente  nuclear, que aborda las secuelas de aquella catástrofe de hace casi 30 años. En el libro Alexiyévich entrevista a las víctimas, mostrando crudamente su sufrimiento. Es de esperar que otros de sus libros también escritos con el recurso del reportaje y las entrevistas, como La guerra no tiene rostro de mujer (1983) y El tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo (2014), por ejemplo, se traduzcan pronto al español.

Muy notable que la Academia Sueca premie a una escritora que es sobre todo periodista, cronista de su tiempo, con una profunda visión del sufrimiento de sus compatriotas y, por extensión, del ser humano sometido a situaciones difíciles en las que hay que tomar decisiones que determinarán sus vidas.

Alexiyévich ha narrado, en crónicas alimentadas por miles de horas de entrevistas, las historias personales y nacionales de sus compatriotas, soviéticos y postsoviéticos, de todas y cada una de las antiguas repúblicas, en los momentos clave de su historia, especialmente la guerra de Afganistán (“Los chicos del cinc, 1989), para lo que habló con madres de los soldados que participaron en ella; la caída de la URSS y los suicidios de los que no la superaron (Cautivados por la muerte, 1993) y hasta las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.

Con este premio los suecos van equilibrando la balanza de escritores varones y mujeres en la historia de los Nobel. La proporción es ahora de 14 a 110; ya queda menos. Las escritoras en lengua española sólo se han visto premiadas en la persona de la poeta Gabriela Mistral, en 1945, pero claro, esto del Nobel no va de equilibrar fuerzas para que quede bonito el cuadro de honor, sino de literatura. Y, aunque a veces parezca puro azar, los miembros de la academia sueca deliberan lo suyo antes de tomar una decisión. Parece claro que, en esta ocasión, además del valor literario de la obra de Alexiyévich ha pesado su empeño en narrar las encrucijadas de mujeres y hombres de un tiempo que cambió para siempre las vidas de sus protagonistas. Y no para bien, necesariamente.

Como ella misma ha dejado escrito: “Vivo con el sentimiento de derrota, de pertenecer a una generación que no ha sabido llevar a cabo sus ideas”. Unas ideas que querían forjar una sociedad justa y feliz, algo que “no nos enseñaron a ser en la URSS”.

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