La gran tragedia del Everest

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Una imagen de 'Everest', de Baltasar Kormákur.

"Es como si estuviera en la Luna" solloza Jan desde la lejana Nueva Zelanda cuando acaba de hablar por última vez con su marido, Rob Hall, helado y moribundo a unos cientos de metros de la cumbre del Everest. La escena pertenece a una película pero sucedió tal cual, y la comparación también es dolorosamente real: apenas veinte años separan la llegada del hombre a la Luna de la conquista del Everest, esa cúspide helada del planeta, tan remota y tan hostil a la vida como un paraje lunar. También son reales los nombres propios, también lo fue la conversación espectral a través de una transmisión vía satélite, la terrible y solitaria despedida, los ocho cadáveres que quedarían abandonados durante el descenso, las cuatro personas que morirían durante el mes siguiente por culpa de las lesiones producidas en la escalada. Todo en Everest, la formidable película de Baltasar Kormákur, sigue más o menos al pie de la letra la historia de la tragedia de 1996, la mayor hasta la fecha en la historia del Everest, cuando dos expediciones comerciales intentaban llevar a sus clientes a la cima del mundo.

En un género, el cine de montaña, donde tanto abundan las insensateces y las machadas, Everest se yergue, gracias a su rigor, su respeto y su verosimilitud, como un ochomil inalcanzable, sólo a la altitud de documentales escalofriantes como The Endurance o Touching the Void. No hacía falta añadir más rivalidad, suspense o tensión dramática a la simple y escalofriante relación de los hechos. Si acaso, el trabajo de los guionistas era de sustracción, de esquilmar hasta el hueso las complejidades de la acción. Para al espectador poco atento se puede hacer difícil entender las causas y el desarrollo de esa tragedia a más de ocho mil metros de altitud, con sus pormenores y protagonistas. Suceden demasiadas cosas, hay demasiados nombres, demasiados cuerpos azotados por la ventisca y demasiados rostros cubiertos de hielo y tapados con máscaras de oxígeno.

Básicamente, lo que sucedió aquel día aciago −rematado por una tormenta imprevista que azotó la cara sur de la montaña− fue una concatenación de errores, retrasos y malentendidos que acabó convirtiendo una escalada excesivamente populosa en una romería mortal. La cinta muestra sin la menor grandilocuencia el momento en que Rob Hall, paseando por el campo base, ve a un guía de otra expedición explicándoles a unos novatos cómo se colocan unos crampones. La mayoría del público quizá no repare en ello, pero intentar el Everest en esas condiciones es como ir a jugar un partido de la Copa de Europa sin saber atarse los cordones de las botas. Cuando Hall le dice a Scott Fischer, el jefe de Mountain Madness, su principal rival en las expediciones comerciales a la montaña, que deberían unir fuerzas para equipar la vía de escalada, Fischer replica: "No sé, tenemos estilos diferentes. Tú eres de los que llevan a los clientes de la mano. Yo pienso que nadie que no sea capaz de subir por sí mismo debería intentar el Everest".

La película incide en la polémica de si deben permitirse las expediciones comerciales a una montaña tan peligrosa como un ochomil. Es decir, si, como dijo Fischer, sólo quien esté realmente preparado debe subir al Everest o si basta con las ganas y un montón de dinero para que alguien te lleve de la mano al techo del mundo. En 1996, la escalada se complicó con la improvisada carrera entre dos compañías de aventura, la neozelandesa Adventure Consultants, dirigida por Rob Hall, y la estadounidense Mountain Madness, liderada por Scott Fischer. Ambos contaban con escaladores de primera línea para abrir, equipar la vía y ayudar, en caso de necesidad, a sus clientes: Hall con Mike Groom, Andy "Harold" Harris y el serpa Ang Dorjee; Fischer con Neal Beidleman, el serpa Lopsang Jangbu y el gran ochomilista kazajo Anatoli Boukreev. Para complicarlo todo y hacer el drama perfecto, la competencia entre ambos equipos se complicó al incluir cada uno de ellos un periodista especializado que, al regreso, publicaría un reportaje de gran difusión sobre la escalada. Hall y Fischer se sintieron muy presionados, aparte de por las expectativas de los clientes que habían pagado un dineral para participar en la aventura, por la presencia de esos dos observadores cuyo testimonio podía suponer un montón de publicidad extra. Positiva o negativa. Hoy en día el problema no ha hecho sino agravarse con la cantidad de expediciones que aguardan una ventana de buen tiempo para lanzarse al Everest. Al menos, lo mínimo que puede decirse de Hall, de Fischer (y de Harris) es que tuvieron el coraje de los viejos guías de los Alpes para quedarse a morir allá arriba con sus clientes.

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Portada de 'In Thin Air' de Jon Kraukauer. / Wikipedia

En el grupo de Hall iba Jon Krakauer, reportero de la revista Outside y un alpinista más que respetable que tenía en su haber, entre otras cumbres señeras, nada menos que el Cerro Torre, una aguja de la Patagonia argentina considerada tal vez el pico más inaccesible del planeta. Poco después de su regreso, Krakauer publicó Into Thin Air, un libro que fue best-seller absoluto en los Estados Unidos y que provocó una agria polémica en el mundo del montañismo al señalar que uno de los errores graves aquel día fue permitir que Boukreev, el guía estrella del grupo de Fischer, acometiera la ascensión sin oxígeno adicional. A pesar de ciertos errores, el reportaje es sencillamente extraordinario: una obra maestra. En 1999, en un festival de literatura de montaña en el Pirineo Francés donde había ido invitado para presentar mi primera novela, Nanga Parbat, un editor me señaló una lujosa edición francesa de Into Thin Air y me dijo: "El mejor libro de montaña que se ha escrito jamás". "Ya puede serlo" replicó a mi lado un fotógrafo francés. "Doce personas murieron para que Krakauer pudiera escribir ese libro".

Mientras tanto, el grupo de Fischer llevaba a Sandy Hill Pittman, una niña bien de la alta sociedad neoyorquina cuyo historial montañero era más propio de una turista millonaria que de una verdadero alpinista. Para hacerse una idea del rigor de ambos periodistas, baste señalar que Krakauer no tuvo el menor empacho en describir la escena en que Boukreev −el supuesto 'villano' de su libro− entró en la tienda para pedirle ayuda y él apenas si tuvo fuerzas para responderle que no podía con su alma. El kazajo hizo tres salidas desesperadas rumbo a la noche helada del Collado Sur, bajo una tormenta que rugía como mil trenes, y logró rescatar uno tras otro a tres clientes que agonizaban tirados en la nieve. Sandy Hill Pittman, en cambio, en el artículo que escribió para la revista Vogue, ni siquiera mencionaba al hombre que le había salvado la vida: Anatoli Boukreev.

Por una herradura se perdió la batalla. El viejo dicho se hizo realidad en el Escalón Hillary, el peligroso resalte de roca que guarda el acceso a la rampa final del Everest, cuando los guías de ambas expediciones se encontraron con que no estaban colocadas las cuerdas fijas. Al retraso de dos horas se sumó el error monumental de que tampoco había botellas de oxígeno llenas para el descenso en el lugar indicado. Doug Hansen, un empleado de Correos cuyo mayor sueño era colocar el banderín de su colegio en el techo del mundo y que ya se había quedado sin la cumbre el año anterior, vio el oasis inalcanzable de la cima demasiado tarde, cuando Rob Hall ya regresaba pasadas las dos de la tarde, que era la hora límite para iniciar el descenso. Esos doscientos o trescientos metros antes de la cima parecen poca cosa, sí, pero son un mundo, una maratón a medio pulmón donde cada paso es una tortura y hay que arrastrar el propio cuerpo como si fuese una armadura de plomo.

Estos días desfila en todas pardes la publicidad de la última película de Ridley Scott, The Martian, donde se cuenta la odisea de un astronauta abandonado en Marte. La publicidad reza que el náufrago está a 225 millones de kilómetros de su casa, una distancia astronómica aunque ridícula si se compara con esos inalcanzables cuatrocientos o quinientos metros que separaban a Hall y a Fischer de la salvación. Hall había dicho: "Cualquiera puede subir a lo alto de esta montañita. El problema es bajar vivo de ella".

MovieTrailers Lationoamérica (YouTube)
3 Comments
  1. bella durmiente says

    Qué bello artículo, me voy al cine a verla. Y gracias por contar toda la intrahistoria, de esa manera se ve mejor.

  2. rita says

    Hermoso el comentario, si bien ya no es el tipo de películas que disfruto (tengo 69 años) iré a verla.

  3. lucas says

    Por momento demasiado apegada a la realidad de los hechos y por momentos se toma licencias de ser una película, agregando o sacando hechos o completando situación es que nunca sabremos exactamente como fueron, ya que lo que paso entre Rob Hall y Doug Hansen, y si Hal decidió acompañarlo por su idealismo o por responsabilidad de ser el guía jefe y no abandonarlo nunca lo sabremos, hermosa película, muy buenas imágenes, lo muestran imponente e implacable al monte mas alto del mundo, por ahora, la riqueza de la película está en los detalles, presten atención, si adelantar vital información la parte en que Hall escucha al líder del equipo sudafricano explicar como se usan los crampones da la pauta de lo poco experimentados que habían en el campo base esperando subir, y sin decir ni acusar a nadie muestra von maestría las presiones de ambos lideres y motivaciones de cada personaje por intentar algo que bien definió Krakauer en el transcurso de la misma, » pasan hambre, les causa dolor, los alejan de sus familiares, les cuesta separaciones a todos una pequeña fortuna, porque lo hacen?» cada uno sabe su razón, su motivación, en una analogía de la propia vida, eventualmente todos enfrentaremos algún Everest en nuestras vidas, Fin.

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